Nicolás Sarkozy espetó un "¡lárgate gilipollas!" este fin de semana que está dando la vuelta al mundo por Internet, aparentemente dirigido a un abuelete que se negó a darle la mano en el salón de la agricultura de París. Pero ese "gilipollas" pronunciado por Sarko el Irascible era en realidad un grito de impotencia frente a cosas mucho más serias: contra una curva de popularidad infernal y contra serios nubarrones en el horizonte de Francia.
Sarkozy es un hombre que pierde los nervios con cierta facilidad, y hasta ahora había logrado transformar esa fragilidad en un supuesto punto fuerte de imagen. Así se ganó la reputación de hombretón sin pelos en la lengua, al plantar cara en octubre pasado a un grupo de pescadores y, meses antes, al hablar mal de los jóvenes de las barriadas.
Rodeado por un dispositivo de seguridad sin precedentes en la historia de esta República, Sarko apostaba por las subidas de testosterona gratis.
Lo de este fin de semana fue diferente. La atmósfera era tranquila y la situación en que se encontró Sarkozy, frente a un individuo que no quería darle la mano, es un escenario archiclásico que todos los hombres políticos del planeta saben torear con algo de compostura y mucha hipocresía.
Si Sarkozy perdió los nervios, ello se debe a un tablero político y social totalmente al rojo, que va a hacer de 2008 el annus horribilis de la grandeur francesa. El estadista que se había imaginado a sí mismo como el hiperpresidente de las exportaciones ha cosechado un déficit comercial récord. El presidente del poder adquisitivo no hace nada en favor de los salarios y, además, su país entra en la espiral de la inflación (2,8% interanual).
La aureola se rompió y el descenso de popularidad, que empezó con las huelgas de otoño y la visita de Muammar Gadafi, se volvió meteórico a partir de enero, cuando de hiperpresidente Sarkozy pasó a ser el presidente en vacaciones constantes, con Carla Bruni colgada del brazo.
Sarkozy, que soñaba con provocar una revolución en las instituciones, tendrá que conformarse con una primicia histórica: por primera vez en la V República, el jefe de Estado es menos popular que el primer ministro.
Ahora, Sarkozy ha diseñado una estrategia basada en el principio "un día, una medida" para intentar retomar la iniciativa.
Pero la política de su Gobierno parece ser una larga lista de bandazos, a menudo populistas, con medidas imposibles y otras incoherentes, como un proyecto de instaurar la detención de por vida para personas juzgadas de antemano locos de atar -censurada parcialmente por el Consejo Constitucional-, o la marcha atrás en su intento de hacer que cada niño de 2008 cargue con la memoria de uno de los 11.000 chavales exterminados por los nazis en Francia.
El último revés vino de la justicia. Fuentes judiciales informaron ayer que el Tribunal Supremo no aceptará la retroactividad para que los delincuentes considerados peligrosos para la sociedad sean ingresados en centros de retención tras cumplir la condena inicialmente impuesta por la Justicia.
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