Sarkozy se presenta a la reelección "para no abandonar el barco"
El presidente arranca su candidatura con un populista "Francia fuerte" de lema de campaña
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No es Forza Italia!, porque quedaría feo en las elecciones presidenciales de un país que se llama República Francesa. Pero casi exactamente es ese eslogan, de corte berlusconiano y futbolístico, el escogido por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, para lo que ya es, desde anoche, su campaña oficial. El líder conservador que lleva cinco años en el poder supremo anunció oficialmente su candidatura a la reelección, y señaló que el eslogan será Francia fuerte. Con ello, de alguna manera sí reveló una realidad sincera: va a intentar, como Berlusconi, suplantar la realidad de la crisis del país a golpe de comunicación.
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"Sí. Soy candidato a la elección presidencial", respondió Sarkozy a una pregunta de la presentadora de la cadena de televisión privada TF1, a modo de anuncio de candidatura. Con ese gesto, apareciendo como simple invitado del informativo de mayor audiencia, Sarkozy intentó parecer modesto y alejado de lo arrogante que se ha exhibido desde el Elíseo. El que luce relojes Rolex, trató de "gilipollas" a un abuelo por el mero hecho de que este se negaba a darle la mano, e intentó colocar a su hijo en un cargo público multimillonario, el mismo, se sentó este miércoles como un invitado más en el plató.
Cierra la legislatura con ocho millones de parados y un gran endeudamiento
Pero lo que vino luego, después de esa modestia, fue una demostración de lo contrario: el hombre sacó su lado arrogante, y se niega a hacer cualquier balance de su mandato, marcado por el peor endeudamiento del Estado en tiempos de paz en dos siglos de historia de la República, una explosión del paro a niveles récord en tres lustros, una caída sin precedentes de la competitividad de las empresas, y ocho millones de personas bajo el umbral de pobreza.
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Arrogante, Sarkozy dijo que se presenta a la reelección porque su "dinamismo y energía" sería lo único capaz de hacer frente a "la sucesión de crisis inauditas que vive el mundo". "Los franceses deben comprender que si Francia es fuerte, estarán protegidos", añadió. "La situación de Europa, de Francia y del mundo, que vive desde hace tres años una crisis sin precedentes, hace que si yo no solicitara la confianza de los franceses, eso sería como un abandono de puesto, como si un capitán abandonara su navío", concluyó, en supuesta alusión al Costa Concordia.
El candidato evitó hablar del paro y se presentó como un salvador
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Tras esa otra metáfora italiana, llegó el momento de los problemas para Sarkozy. La presentadora de la televisión que fuera clave en 2007, por su complacencia, para que Sarkozy pudiera tomar el poder, esta vez cargó. Y cargó más en serio de lo que acostumbra, algo que puede ser un signo.
La empleada del multimillonario Martin Bouygues, hasta ahora fiel apoyo de Sarkozy, lo interpeló explícitamente sobre la explosión del paro y de la pobreza. Y ahí Sarkozy tuvo que bajar a la arena, y mostrar su juego.
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Esquivó que, según las estadísticas oficiales, 480.000 empleos han sido destruidos sólo en la industria desde el inicio de su mandato. No quiso entrar en datos estructurales. Y, por el contrario, se agarró a dos operaciones de comunicación recientes del Gobierno, muy lucidas, para mostrarse como el hombre voluntarista que triunfa. Sólo que en esas operaciones, en la empresa Lejaby y Photowatt, se salvaron apenas unos cientos de empleos.
Después, desplegó el que se va a convertir, a todas luces, en segundo eje de su campaña Forza Francia!: el referéndum. Reiteró que va a convocar un plebiscito para reformar el actual y excelente sistema de subsidios de desempleo, el mismo que ha servido para que se sostuvieran algo los hogares pobres, mientras que en países como España se desplomaba.
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Sarkozy parece querer, so pretexto de obligación de formación de los parados, suprimir la legislación actual, que hace del subsidio de paro por dos años un derecho automático de toda persona que se queda sin empleo por despido o cierre de empresa.
Curiosamente, Sarkozy no insistió demasiado en lo que solían ser sus temáticas habituales. Por ejemplo, no cargó contra los extranjeros, ni los jóvenes de los barrios populares, antes calificados alegremente de "granujas". Quizá lo hace para conservar algo del voto centrista, delegando a su ministro Claude Guéant la tarea de hacer guiños a la ultraderecha.
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Pero algo no funcionó en ese plató. A Sarkozy, blanquecino, se le fueron encogiendo las espaldas. Por tres veces, al hombre antes elocuente y de verbo fulminante se le trabó la lengua.