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El Salvador sacrifica su democracia y Bukele blinda su régimen autocrático

Con su arrollador triunfo en las elecciones, el mandatario ultraderechista ve respaldada su batalla contra la delincuencia aún a costa de llevarse por delante los derechos humanos.

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El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, durante un acto en San Salvador, a 1 de junio de 2023. — Camilo Freedman / Dpa / Europa Press

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El Salvador ha sacrificado su democracia en favor del "populismo punitivo" y la seguridad en las calles. Nayib Bukele, el autócrata de 42 años que controla los tres poderes del Estado y ha incumplido la Constitución para presentarse a la reelección, ha recibido una riada de votos (un 85% del total, según el propio presidente) en los comicios celebrados este domingo en el país centroamericano. Una victoria aplastante (a la espera de los datos oficiales del Tribunal Supremo Electoral) que deja a la oposición en los márgenes institucionales e inaugura una nueva era en el país, con un partido hegemónico y un caudillo todopoderoso.

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Si Bukele, que ganó en 2019 con el 53% de los votos, ya ostentaba en la práctica un gran poder en el país, ahora podrá hacer y deshacer a su antojo sin apenas oposición en la Asamblea Legislativa. Su partido, Nuevas Ideas, habría conseguido hasta 58 de los 60 diputados, según los datos preliminares. El Parlamento reformó en junio el Código Electoral y rebajó de 84 a 60 el número de congresistas para esta legislatura. Además, se estableció una nueva fórmula de asignación de escaños que beneficia a los partidos mayoritarios y penaliza a las minorías.

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"Sería la primera vez que en un país existe un partido único en un sistema plenamente democrático. Toda la oposición junta quedó pulverizada", les ha dicho a Bukele a sus seguidores desde el balcón del Palacio Nacional en San Salvador. "Ustedes han visto cómo El Salvador pasó de ser el país más inseguro al más seguro. Ahora, en estos próximos cinco años esperen a ver lo que vamos a hacer", les ha arengado mientras el escrutinio seguía su lenta marcha.

A partir de ahora, Bukele se sentirá legitimado para perseverar en el régimen de excepción instaurado hace dos años. La detención masiva de ciudadanos le ha permitido desarticular la delincuencia de las maras (pandillas del crimen organizado). Muchos inocentes han pagado con su libertad esa política antidemocrática de seguridad. Pero una mayoría de los salvadoreños ha preferido cerrar los ojos ante los abusos del mandatario aún a costa de perder derechos. El estado policial de Bukele vela por todos. Hoy se puede caminar por las calles de San Salvador y otras ciudades del país sin riesgo de sufrir un asalto. Ocho de cada diez ciudadanos aseguran vivir ahora sin miedo, según un estudio realizado por la Universidad Francisco Gavidia. Pero la pobreza sigue enquistada en la sociedad y la corrupción institucional no ha desaparecido.

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La democracia iliberal de Bukele (sin derechos básicos ni separación de poderes) es un espejo en el que comienzan a mirarse otros países de América Latina, como el Ecuador de Daniel Noboa o la Argentina de Javier Milei. Los populismos de derecha crecen en la región aprovechándose del hartazgo de una población cada vez más alejada de la política tradicional.

Las encuestas ya vaticinaban el arrollador triunfo de Bukele. Un sondeo publicado por el Instituto Universitario de Opinión Pública (IUOP) otorgaba al mandatario centroamericano hasta el 82% de los votos, mientras los cinco candidatos restantes sólo conseguían entre todos un exiguo 12%. El resultado de las urnas ha sido especialmente doloroso para los dos partidos hasta hace poco mayoritarios: el progresista FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, la antigua guerrilla marxista) y el derechista ARENA (Alianza Republicana Nacionalista), que hasta la irrupción de Bukele, y desde el fin de la guerra civil (1981-1992), se alternaban en el poder.

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La iniciativa de una parte de la oposición de acudir a las elecciones bajo una misma plataforma para lograr un mejor resultado no encontró los consensos necesarios. Como consecuencia de esa falta de unidad, la representación testimonial de los partidos tradicionales en la Asamblea Legislativa nada podrá hacer contra el imponente rodillo parlamentario del oficialismo.

Reelección inconstitucional

La oposición denunció en su momento la falta de imparcialidad del Tribunal Supremo Electoral al admitir la candidatura de Bukele. Aunque la Constitución salvadoreña prohíbe la reelección presidencial de forma continuada, los jueces de la Corte Suprema de Justicia, fieles escuderos del dirigente ultraderechista, reinterpretaron a su manera la Carta Magna y le concedieron la posibilidad de postularse de nuevo.

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Con el inapelable resultado de las urnas, la sociedad salvadoreña le ha entregado a Bukele otros cinco años de poder absoluto. Sin apenas opositores y con el sistema judicial comiendo de su mano, Bukele sólo encontrará algo de contestación en las voces de la prensa independiente, como el periódico digital El Faro (cuyos responsables decidieron trasladar el año pasado la sede administrativa del diario a Costa Rica por el hostigamiento gubernamental).

La disidencia también se expresa en las denuncias púbicas de las organizaciones de derechos humanos contra los excesos de Bukele desde que se aprobó el régimen de excepción, la varita mágica con la que el presidente ha hechizado a sus compatriotas. La norma entró en vigor en marzo de 2022 y desde entonces las fuerzas del orden han apresado a unas 75.000 personas. Las detenciones arbitrarias han llevado a muchos inocentes a la cárcel. El Gobierno ya ha liberado 7.000 de ellos, pero todavía quedan muchos más a la espera de juicio. Según la organización Socorro Jurídico, hay al menos otras 14.000 personas encarceladas sin vínculos con las maras.

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La estrategia de Bukele ha reducido sensiblemente la tasa de homicidios. Con miles de pandilleros entre rejas, El Salvador ha pasado de 106 homicidios por cada 100.000 habitantes en 2015 a solamente 2,4 en 2023, según datos oficiales. Y de ser el país más violento de América Latina se ha convertido en uno de los más seguros, tal y como afirma el mandatario. En el camino, los salvadoreños se han dejado la democracia y el respeto a los derechos humanos fundamentales.

Durante los próximos cinco años, y con la violencia de las pandillas bajo control, Bukele se centrará en sacar a flote la economía tras el fiasco que supuso la adopción del bitcoin como moneda de curso legal. El Salvador es el país con el menor crecimiento del PIB en Centroamérica en 2023 pero las perspectivas económicas para este año son prometedoras. "El Salvador está renaciendo", proclama Bukele cada vez que tiene ocasión. No le falta razón. Es otro país. Más seguro. Mucho menos democrático.

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