Retorno a Yarmuk, el mayor campo palestino de Siria, convertido en un mar de escombros
Aunque los trabajos de reconstrucción han comenzado en el campo de refugiados a las afueras de Damasco, la devastación es total tras más de siete años de guerra. La ONU advierte de que la vuelta a la normalidad llevará años.
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YARMUK, DAMASCO (SIRIA),
En un callejón a pocos metros de la avenida principal de Yarmuk, Mohamad Jamil se ha sentado en unos ladrillos a la puerta de un inmueble medio en ruinas y manosea sin parar una vieja chaqueta mientras menea la cabeza. Ensimismado en sus pensamientos, no ve llegar a la pequeña comitiva que se le acerca y sólo levanta la vista ante la primera pregunta de la periodista. “Acabo de pasar a ver cómo está mi casa”, musita el anciano, aún perdido en sus ideas. Mohamad señala la vivienda a sus espaldas y explica que allí vivía buena parte de su familia hasta finales de 2012, cuando los primeros bombardeos del ejército sirio expulsaron del campo a la inmensa mayoría de la población. “En diciembre de 2012 estaba en El Cairo con mi mujer y mis hijos, cuando me llamaron para avisarme de que algo malo sucedía en Yarmuk”, recuerda. “Tomé el primer vuelo de vuelta y al llegar me encontré todo vacío... Llevo 6 años fuera y aún no sé cuándo podré volver”.
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El campo, situado a ocho kilómetros del corazón de Damasco, era hasta hace unos años el hogar de 160.000 palestinos, un tercio de la población refugiada en Siria. Desde la llegada de las primeras tiendas de campaña en 1948 (año de creación del estado de Israel) y su establecimiento oficial en 1957, el asentamiento se fue ampliando hasta convertirse en un populoso barrio comercial en el que convivían sirios y palestinos, y al que muchos damascenos acudían a diario para hacer sus compras. Pero más de siete años de guerra han borrado todo rastro de vida: hoy Yarmuk es un cementerio de edificios derruidos, coches calcinados y calles desiertas.
El campo era hasta antes de la guerra hogar de 160.000 palestinos, un tercio
de la población refugiada en Siria
El pasado mayo, tras cinco años de asedio, bombardeos y combates contra grupos rebeldes y yihadistas del Estado Islámico (que se infiltró en el campo en 2015), el gobierno de Bashar al Asad y sus aliados retomaron el control total de la zona. Las tareas de desescombro comenzaron a mediados de septiembre, y a principios de noviembre las autoridades confirmaron que permitirían el retorno de la población. Pero un vistazo a sus calles basta para intuir que la vuelta a la normalidad llevará años.
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“El retorno aún queda lejos a pesar de las declaraciones oficiales”, afirma tajante Mahmoud Aude, responsable de Emergencias y Socorro de la ONG local Jafra, que colabora con el ejército sirio y las facciones palestinas en el reacondicionamiento del campo. Aude, él mismo exresidente de Yarmuk, relata el estado del campo cuando entró por primera vez: “Era catastrófico, terrorífico. La mente no puede soportar ver cómo ese bello lugar donde vivía tanta gente ha quedado en tal grado de destrucción”.
“Mi casa, mi patria”
Históricamente respaldada por Damasco, una parte importante de la resistencia palestina se mantuvo durante años fiel al clan de los Asad. En los primeros meses de guerra, Yarmuk guardó una postura neutral, acogiendo a miles de sirios que huían de los enfrentamientos en otras partes del país. Pero en diciembre de 2012, el gobierno bombardeó por primera vez el campo, y los palestinos se vieron obligados a tomar partido, al igual que el resto de la población siria, entre defensores del régimen y apoyo de los rebeldes. El levantamiento en armas de algunas facciones palestinas fue respondida a sangre y fuego por el gobierno, y la entrada en el campo de las dos principales fuerzas opositoras, el Ejército Sirio Libre y el frente Al Nusra, desencadenó a partir de 2013 un asedio inclemente que sumió a la población en una crisis humanitaria sin precedentes, provocando la muerte de decenas de personas por hambruna y dejando a miles atrapadas entre los dos frentes. En 2015, la llegada del Estado Islámico, que acabaría controlando el 95 % del campo, llevó la situación al límite.
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El 60 % del campo está completamente destruido o no es habitable
De cientos de miles de residentes del enclave, solo unos pocos centenares se quedaron hasta el final. Um Louai, de 62 años, forma parte de quienes resistieron, y hoy vive sola en la que fuera la vivienda familiar, con los gatos callejeros a los que alimenta como única compañía. “Llevo toda mi vida en Yarmuk, mi familia llegó a Siria en el 48. Somos los fundadores de este campo, así que es nuestro deber quedarnos y defenderlo. ¡Mira si no cómo han quedado las casas de los que se fueron!”, se indigna apuntando a la destrucción que la rodea, antes de añadir: “Yarmuk es mi casa, mi patria”.
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Aunque la mujer asegura que sus hijos y nietos la visitan cuando pueden y “por supuesto, se están preparando para volver”, no parece que el regreso vaya a ser sencillo. La UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, calcula que el 20% del campo debe ser reconstruido de cero y otro 40% requiere importantes tareas de rehabilitación. De las 23 instalaciones que tenía el organismo internacional, entre escuelas, centros médicos y otros complejos, 18 deberán ser totalmente demolidas. El gobierno sirio ha anunciado que la autoridad provincial de Damasco se encargará de reconstruir las infraestructuras y restablecer servicios básicos como el agua, el alcantarillado y el tendido eléctrico, pero las reconstrucción de las viviendas privadas corresponderá más que probablemente a sus propietarios, los cuales a día de hoy se han quedado sin nada y sobreviven desplazados en localidades cercanas como Yalda, Babila o Beit Sahem, y en la capital.
Abu Hashem, uno de los pocos que ha podido volver, mata el tiempo charlando con algunos de los soldados que custodian el campo prácticamente desierto. Este hombre en la treintena que nació y había vivido toda su vida en Yarmuk, se marchó con el éxodo de habitantes que abandonaron el campo en 2012 y acaba de regresar. “Están poniendo agua y electricidad en algunas zonas. Ahora se puede vivir aquí”, afirma en un alarde de optimismo. Obstinado en reconstruir la que fue su vida, está rehabilitando su casa con sus propios medios y ha abierto una escuálida tienda de comestibles, “aunque hay pocos clientes”, concede sin ápice de ironía. Ante la pregunta de si recibe algún tipo de ayuda se encoge de hombros. “A los palestinos quien nos ayudaba era la UNWRA. Pero con la caída de las ayudas... la situación es difícil”.
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Um Louai: "Mi familia llegó a Siria en el 48. Somos los fundadores del campo. Es nuestro deber quedarnos y defenderlo"
A principios de año, Estados Unidos, principal donante de la agencia, anunció una drástica reducción de su contribución para presionar a la Autoridad Palestina para que acepte su plan de paz con Israel. El organismo ha visto recortado su presupuesto en 300 millones de dólares en un momento en que “el 95% de la población palestina en el país dependen de nosotros, aquí el nivel de pobreza es peor que en Gaza”, asegura Mohammed Abdi Adar, director de la agencia en Siria desde el cuartel general del organismo en Damasco. La agencia, que antes de la guerra proveía a los palestinos de Siria principalmente con servicios de educación y sanidad, ahora también ofrece ayuda financiera y comida, aunque debe hacer auténticos malabarismos por la falta de fondos.
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“El estado de ánimo en este momento es de gran descontento y la situación general, de desesperación, especialmente por las pésimas condiciones de vida de la mayoría de familias desplazadas, que se han quedado sin casa y sin fuente de ingresos”, alerta Mahmoud Aude de la asociación Jafra.
Según la UNRWA, el 60% de los refugiados palestinos se han visto desplazados al menos dos veces durante el conflicto; los Hassem, exhabitantes de Yarmuk, debieron hacer las maletas hasta en siete ocasiones. Los pequeños Salim y Lama, de 11 y 13 años, recuerdan la odisea de la familia en busca de un lugar seguro en el que refugiarse. “Cuando los aviones nos empezaron a bombardear, nos fuimos a vivir a casa de mi abuela”, explica Lama desde el centro de la UNRWA en Damasco en la que reciben clases de apoyo escolar.
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El gobierno sirio ha confirmado que permitirá el retorno de los palestinos, pero la vuelta a la normalidad llevará años
Los hermanos van enumerando los apartamentos de parientes y conocidos por los que pasaron, la mezquita en la que se guarecieron durante un año o la escuela convertida en refugio temporal en la que durmieron durante meses hasta llegar al piso en el que residen actualmente, “un sótano sin ventanas ni ventilación”, completa Fatem, madre de los niños. Hasan, el hermano menor, de un año y medio, sufre autismo, problemas psicomotrices y asma. “Es malísimo para su respiración, pero no podemos ir a ningún otros sitio, los alquileres son demasiado caros”. Como tantos otros, dependen de las menguantes ayudas de organismos internacionales para pagar las facturas mensuales o costear el tratamiento médico del alevín de la familia. “Luchamos para sobrevivir, pero a veces no tenemos dinero ni para comida”, se queja.
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La situación de miles de palestinos en Siria es desesperada, pero “tienen la determinación, las habilidades y la resiliencia para reponerse de todo esto, porque para ellos la desesperanza y el sufrimiento no son nuevos”, confía el director de la UNRWA en el país. “Creo que sobrevivirán y se harán más fuertes en el futuro... aunque llevará tiempo”.