JERUSALÉN.- La partición de Siria se presenta como inevitable. La evacuación parcial de las tropas rusas que el lunes anunció el presidente Vladimir Putin simplemente confirma una idea que rusos y estadounidenses han barajado en público y han dejado correr en las últimas semanas, y que al día de hoy parece la única solución viable del conflicto que se inició hace ya cinco años.
Moscú mantendrá la base naval de Tartús y un aeropuerto situado en la provincia de Lataquia, según ha indicado Putin. Estas dos bases están en la costa mediterránea, es decir en la zona donde la minoría alauí constituye la mayoría de la población y que con toda seguridad se constituirá en una región autónoma.
En las últimas semanas se ha hablado de una Siria federal. Probablemente el uso de la palabra federal sea solo un eufemismo ya que dado el cariz que ha tomado el conflicto parece imposible reconciliar los intereses de los distintos grupos étnicos y religiosos que componen el mosaico sirio, principalmente de suníes, kurdos y alauíes.
El futuro de Asad
La decisión del Kremlin deja al presidente Bashar al Asad en una posición muy complicada en la conferencia que el lunes se inició en Ginebra entre el régimen y los rebeldes “moderados”, cuya representación real en el país es uno de los grandes misterios del siglo, aunque, eso sí, cuentan con todo el apoyo de Occidente.
La llegada a Siria de las tropas rusas el pasado 30 de septiembre fue un respiro para el régimen, que en ese momento estaba perdiendo territorio a grandes pasos y de un día para otro. La intervención de Moscú consiguió detener la sangría territorial y permitir que Damasco recuperara algunas zonas estratégicas en el norte y el sur.
Pero a día de hoy Damasco controla menos del 20% del país, aunque ciertamente ahí se encuentra la mayor parte de la población. La salida rusa deja desamparado a Asad y le obliga a tomarse en serio las conversaciones de Ginebra. En cambio, no está claro que los rebeldes se las tomen en serio y no se debe descartar que intenten avanzar, con el apoyo de Estados Unidos, Arabia Saudí y Turquía, si se les presenta la oportunidad.
Uno de los más espinosos problemas con que se encuentran los negociadores de Ginebra es el papel que debe jugar Asad en la transición y si el actual presidente podrá concurrir a las elecciones que se convocarán próximamente. Los rebeldes se oponen a ello pensando que si Asad se presenta es muy probable que gane las elecciones.
Un futuro aún más incierto
Esta circunstancia abunda en la idea de la partición. Ahora bien, quienes creen realmente que todavía es posible mantener a Siria unida, si es que todavía existe un grupo así, se niegan a abrir los ojos ante un futuro no menos incierto que el pasado. En pocas palabras, y en el estado actual de la situación, es completamente imposible que un presidente sirio distinto de Asad pueda conservar el poder más allá de unos días si no multiplica exponencialmente la represión.
Los que siguen pensando que la democracia se puede implantar sin tener presente la situación social y religiosa de Oriente Próximo son los mismos que ya intentaron llevar la democracia a la región como si se tratara de servir un café instantáneo que se agita con la cucharilla y ya está listo. Esta fórmula neoconservadora a la que se han adscrito otros muchos se ha revelado como un desastre de proporciones bíblicas en varios países de la zona.
Funcionarios estadounidenses han declarado que el anuncio de Putin les ha pillado por sorpresa, aunque en su momento el Kremlin dijo que la presencia de sus tropas en Siria no se prolongaría más de tres o cuatro meses. Al final han sido cinco meses pero Moscú ha mantenido su palabra.
Putin ha dicho que sus tropas han cumplido la mayoría de sus objetivos, aunque lo cierto es que el Kremlin no se marcó unos objetivos claros inicialmente. Sin embargo, los rusos han conseguido salvar a Asad, aunque sea temporalmente, y además han sido decisivos a la hora de sentar en Ginebra al régimen y los rebeldes.
Actitud de EEUU y Arabia Saudí
Ciertamente existe la posibilidad de que los rusos vuelvan a Siria, aunque es una posibilidad remota que en gran parte dependerá del desarrollo de la conferencia de Ginebra. Putin es consciente de que su fuerza aérea no basta para vencer y que el riesgo de mantener su presencia a los niveles actuales no lo iba a resolver. Enviar tropas terrestres hubiera sido una opción completamente descabellada.
La retirada rusa abre la posibilidad de una negociación más directa y posibilista entre el gobierno y los rebeldes, aunque sus resultados en gran parte dependerán de la actitud que adopten Estados Unidos y Arabia Saudí con respecto a los rebeldes. La partición de Siria proporcionaría a Rusia la ventaja de poder seguir manteniendo sus tropas en la base naval de Tartús, que es su única base en el Mediterráneo.
La partición de Siria se sumará a la partición de Irak, un país que de facto está dividido en sectores étnicos y religiosos, y que muestra lo que puede ocurrir cuando los intereses partidistas y sectarios se ponen por delante de los intereses generales.
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