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MADRID.- "La guerra contra el terror durará más que la guerra fría". La frase es del escritor y periodista Tim Weiner. El experto en los servicios secretos de EEUU ya vaticinaba los efectos derivados de lo que inició el Gobierno de George W. Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Las heridas abiertas por la campaña militar iniciada apenas un mes después de los ataques parecen incurables; y las consecuencias, inagotables.
Quince años después, el enemigo, lejos de haber perdido fuerza, es más grande. Asesinado Osama Bin Laden, ya no es sólo Al Qaeda. El número de siglas se ha multiplicado, con el Estado Islámico a la cabeza. Es cierto que los yihadistas han sufrido en los últimos meses importantes derrotas que han mermado su poder en Siria, pero está por ver cómo les afectará la pérdida de territorio y combatientes. De momento, sus tentáculos fuera de Oriente Próximo parece que se mantienen igual de fuertes y la amenaza de nuevos atentados en Occidente sigue latente.
Las medidas antiterroristas de Bush provocaron que los extremistas entraran en una parte del mundo árabe donde nunca habían estado presentes
Curiosamente, las medidas antiterroristas de Bush provocaron que los extremistas entraran en una parte del mundo árabe donde nunca habían estado presentes. La guerra contra el terror ha sido y es el mejor caldo de cultivo para el avance integrista y la mejor propaganda para el terrorismo.
No se había cumplido un mes del 11-S, cuando EEUU invadió Afganistán para acabar con el régimen talibán con el que, en teoría, se refugiaba Bin Laden. La OTAN se unió a la operación en 2003 después de varios países no dudaran en seguir los pasos de la Administración estadounidense, entre ellos España. Esta misma semana, el Pentágono ha aprobado el envío de 1.400 tropas de combate adicionales. Hoy por hoy, los atentados en Afganistán son constantes.
Antes, Bush ya había dado autorización a la CIA para establecer centros de detención en todo el mundo y, a principios de 2012, comenzaron a llegar los principales prisioneros a Guantánamo. Las cárceles de EEUU, para retener de forma indefinida y sin juicio a sospechosos de terrorismo, han sido sinónimo de maltrato, tortura y, a veces, de muerte.
En 2003 llegó el turno de Irak. Bush sabía que Sadam Hussein no tenía nada que ver con el 11-S, pero se apoyó en la CIA y en el apetito de revancha de los estadounidenses para fabricar una justificación. Tanto las imágenes de los soldados estadounidenses derribando una estatua del tirano en el corazón de Bagdad como las actuales, con los yihadistas del Estado Islámico en primer plano, tiene su origen en la misma mentira: las armas de destrucción masiva con las que supuestamente el régimen iraquí amenazaba al mundo.
EEUU y sus aliados dejaron a su paso un Irak completamente roto. La liquidación de Sadam Hussein creó un vacío de poder que desenterró las históricas tensiones sectarias
En 2004, los periódicos The New York Times y The Washington Post se disculparon públicamente por no haber cuestionado los postulados que salían de la Casa Blanca. En julio del mismo año, el propio Comité de Inteligencia del Senado estadounidense reconoció que la CIA sobrevaloró el peligro que representaba Irak. Por entonces, las imágenes de los abusos cometidos en la prisión de Abu Ghraib, entre otras, ya circulaban por medio mundo.
EEUU y sus aliados dejaron a su paso un Irak completamente roto. La liquidación de Sadam creó un vacío de poder que desenterró las históricas tensiones sectarias, alentadas por las políticas de exclusión del Gobierno del primer ministro chií Nuri Al Maliki, y que poco a poco fue derivando en el baño de sangre que todavía perdura. Irak es uno de los países más violentos del planeta, donde los atentados se entremezclan con la rutina del día a día de la población local.
Los 4.500 soldados estadounidenses muertos y los 1,7 billones de dólares gastados sirvieron a Obama para criticar la "estúpida" y "temeraria" invasión y dirigir su política exterior hacia una estrategia de retirada, que en teoría se hizo oficial en 2011. Como el cierre de Guantánamo, otro promesa incumplida.
EEUU no sólo sigue presente en Irak, sino que en los últimos tiempos ha aumentado su destacamento militar. La Administración estadounidense toleró torturas sistemáticas en el país, según los documentos filtrados por Wikileaks, y, recientemente, el actual Gobierno ha sido acusado de esconder miles de pruebas y de obstaculizar investigaciones parlamentarias sobre los métodos de detención y de interrogatorios de la CIA. El Nobel de la Paz, mientras, continúa cogiendo polvo en la residencia de los Obama.
El presidente estadounidense ha sido incapaz de sacudirse la herencia de la doctrina Bush: la ultraderecha se sirvió de los atentados del 11-S para apropiarse de la política exterior de EEUU y convencer a la población de la necesidad de imponerse como una superpotencia militar e imperialista. Aparte de Irak, la guerra contra el terrorismo se centra ahora en Siria. Muchos expertos coinciden en dibujar el panorama como una guerra de conquista. Como recuerda la analista política Nazanín Armanian, Washington ha ocupado, ya sea mediante intervención directa o a través de Gobiernos afines y otros acuerdos, Oriente Próximo, donde se concentra el 60% del petróleo del planeta.
Hay una frase que a lo largo de estos 15 años se ha repetido continuamente. “Tras el 11-S, el mundo cambió para siempre”. Y así es. Cambió con el panorama creado por EEUU. Los cerca de 3.000 muertos en las barbaries de Nueva York, el Condado de Arlington y Shanksville tendrán este domingo su merecido homenaje. Los cientos de miles de fallecidos en Irak y Siria y los millones de desplazados seguirán siendo las víctimas sin nombre y olvidadas de una guerra contra el terror sin fin.
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