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VIENA.- El progresista Alexander Van der Bellen ha logrado una apurada victoria en las elecciones presidenciales que Austria celebró el domingo, al lograr el 50,3% de los votos y ha dado así la vuelta a los sondeos que daban como favorito al candidato del ultranacionalista y xenófobo Partido Liberal (FPÖ).
Tan reñida fue el domingo la segunda vuelta de estos comicios que hubo que esperar al escrutinio hoy de los votos por correo para conocer el resultado definitivo.
Finalmente, Van der Bellen ha ganado con 50,3 % de los votos y apenas 31.000 votos de ventaja. A pesar de que ninguno de los dos partidos en el poder ─el Socialdemócrata y el Popular (ambos quedaron fuera de carrera en la primera vuelta, el pasado 24 de abril)─ han apoyado abiertamente a Van der Bellen, éste se preció el domingo de haber reunido a austríacos "de generaciones, edades y clases sociales" distintas.
La victoria del miedo a la ultraderecha
Una mezcla en la que ha primado el rechazo a tener un presidente de la ultraderecha populista. Así, hasta el 40% de quienes han votado ahora por él aluden a ése como el motivo de su voto.
Van der Bellen se presentó como independiente,
aunque el apoyo económico
y político de Los Verdes
Van der Bellen, un economista de 72 años que fue líder del partido Los Verdes, ha sido así el candidato de aquellos austríacos que querían evitar que Norbert Hofer, del FPÖ, se convirtiera en el primer presidente de un país de la Unión Europea (UE) perteneciente a un partido de la derecha radical populista.
El candidato ecologista había quedado segundo en la primera ronda de los comicios con el 21,3% de los votos, lejos del 35,1% alcanzado por Hofer.
Si Hofer dio la sorpresa en aquella primera ronda, el progresista lo ha hecho en la segunda, ya que su derrota se anunciaba como muy probable e incluso los primeros sondeos la daban por segura.
Van der Bellen ha acudido a las elecciones como independiente, aunque el apoyo económico y político de Los Verdes ha sido claro, y ha querido vender la imagen de una persona moderada, madura, con experiencia política y capacidad de ser el presidente de todos los austríacos.
Ha defendido la figura de jefe del Estado como un representante del país, sin afiliación política y con atribuciones eminentemente representativas y de árbitro moral.
Frente a ese papel, ha advertido de las intenciones de Hofer, que no ha dudado en decir que desde la presidencia estaría dispuesto a defender la ideología de su partido, intervenir en la vida política, controlar al Gobierno e incluso convocar elecciones parlamentarias antes de la fecha prevista de 2018.
El nuevo presidente austríaco defiende una Unión Europea fuerte y federalista, está abierto a la llegada de inmigrantes y refugiados, apuesta por el matrimonio homosexual y, en general, representa los valores de la izquierda intelectual europea.
En su contra ha jugado su discurso cargado de ironía, de cierta arrogancia intelectual y poco directo, que conecta mal con la clase trabajadora y con los austríacos con menos estudios.
Un buen medidor entre las fuerzas políticas austriacas
El futuro presidente es visto por muchos analistas como alguien que puede representar dignamente al país en el extranjero y que internamente puede mediar de forma discreta entre las fuerzas políticas, en particular entre socialdemócratas y populares, que gobiernan en coalición.
Eso sí, no ha descartado una interpretación más activa de algunas competencias del jefe del Estado y ha prometido que, tal y como lo ve actualmente, no firmaría el TTIP, el futuro tratado transatlántico de libre comercio e inversiones que negocian Estados Unidos y la Unión Europea, aún si fuese aprobado en el Parlamento.
La Constitución austríaca otorga al presidente federal la potestad de decidir a quién encarga la formación del gobierno sin obligación de optar por el líder del partido más votado, como sin embargo es la usanza en Austria.
Antiguo decano de la facultad de Ciencia Económicas de Viena, Van der Bellen siempre ha sido muy valorado en el país alpino por su honestidad.
Desciende de una madre estonia y de un padre ruso que escaparon de la revolución bolchevique de 1917 y se radicaron en la región austríaca del Tirol, donde el presidente electo vivió hasta los 33 años, antes de trasladarse a Viena.
Padre de dos hijos y casado en segundas nupcias hace pocos meses, tiene fama de personaje que no encaja del todo dentro de los estereotipos de un político ecologista clásico.
Por ejemplo, nunca se ha visto a Van der Bellen en bicicleta, ha declarado en el pasado su amor por los coches y hasta hoy sigue siendo un fumador empedernido.
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