La policía sueca invade la casa de un inmigrante malagueño y lo detiene por español
Desayunaba en la cocina de su casa cuando media docena de policías irrumpieron a patadas en busca de narcóticos sin una orden judicial. Los únicos indicios que la policía tenía para sospechar de Javier Gómez Torres eran su condición de trabajador humilde y español. Las prácticas mafiosas y la xenofobia están cobrando alas entre algunos gorilas de las fuerzas de seguridad escandinavas.
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ESTOCOLMO. -Ayudados por perros, los agentes de policía de Umeå registraron la vivienda en busca de drogas y lo trasladaron para interrogarlo a comisaría, donde estuvo retenido durante varias horas. Decenas de denuncias por irregularidades han sido cursadas en esta misma ciudad contra la policía por parte de otros inmigrantes y de ciudadanos suecos. Claro que una mano lava la otra y según el departamento de Asuntos Internos de la policía local, ni una sola ha sido admitida a trámite por Estocolmo hasta la fecha. Y ello, a pesar de que existen numerosos testimonios y evidencias del hostigamiento y las agresiones a la que han sido sometidos no pocos extranjeros sin recursos. En algunas ciudades, el acoso es sistemático.
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De hecho, el malagueño es uno de esos honrados inmigrantes de manual que dejó atrás a su familia y se echó la vida a las espaldas para huir de la precariedad y el desempleo. Nada en el establecimiento donde trabajó durante algo más de un año sugiere que allí se desarrolle alguna actividad ilícita, a no ser que la condición de trabajador español sea un indicio consistente de alguna forma de delito.
Javier Gómez emigró a Umeå en 2013 para trabajar en una pizzería
Se da la circunstancia de que el local en el que el malagueño trabajaba empleaba en aquel momento de forma irregular a al menos a otro inmigrante extranjero, pero en el colmo de la negligencia, los policías suecos no se apercibieron de ello. El propio Javier Gómez terminó siendo víctima de un fraude y pasó buena parte de su estancia en Umeå, durmiendo en un cuchitril de la pizzería, sobre un sofá de poco más de un metro y medio, sin baño y en unas condiciones infrahumanas. Durante los últimos meses de su estancia en esta ciudad de provincias próxima al Círculo Polar, llegó a trabajar doce horas al día, siete días a la semana. A menudo, sin cobrar su salario. La policía, sin embargo, no reparó en ello. De hecho, ni siquiera dedicó un minuto a averiguar las condiciones en las que desarrollan su trabajo los empleados extranjeros.
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“A la casa accedieron con una copia de las llaves y sin orden judicial", dice Javier
Denuncias desatendidas
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Las estadísticas indican que los suecos raciales no acostumbran a vivir en las barriadas de inmigrantes, pese a las políticas de integración puestas en marcha por sus ingenieros sociales y pese a que las estadísticas sugieren que son uno de los pueblos más tolerantes de Europa. De hecho, existe una clara contradicción entre los datos oficiales y la tozuda realidad que diariamente los desmiente. A juzgar por lo visto en los últimos años, el modelo de multiculturalidad escandinavo ha encallado contra la propia idiosincrasia de los suecos y la utopía escandinava se ha transformado en distopía para muchos. “Lo que pasa –cuenta el párroco de la mayor iglesia local de Umeå- es que ésta era una población muy racialmente homogénea. Cuando vino Louis Armstrong a tocar, la gente fue al concierto porque nunca había visto un negro. Después, llegaron los inmigrantes en avalancha, pero claro, los cambios, probablemente, se han producido de una forma demasiado rápida. Los prejuicios subsisten y yo diría que tenemos un problema estructural de xenofobia”.
La herencia cristiana de la patria sueca
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En opinión de Aaron Israelson, editor de la revista Faktum de Gotemburgo, muchas de estas personas que habitan en las sombras de Suecia y el resto de Occidente “viven en un estado policial apadrinado por el dinero procedente de nuestros impuestos y por el silencio cómplice del resto de los ciudadanos. La gente no sólo está siendo víctima de la brutalidad y el acoso policial en nuestras calles, está también siendo deportada y enviada de vuelta a una muerte, una tortura o una persecución segura”.
Arden coches en las periferias
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La sociedad sueca ha mostrado su preocupación también por la falta de escrúpulos de la que ha hecho gala su policía a la hora de entrometerse en la intimidad y la privacidad de la ciudadanía. Eso incluye, entre otras cosas, las intromisiones en la vida digital de las personas. En alguna ocasión, el SAPO (nombre de los servicios secretos de las fuerzas suecas de seguridad) ha sido denunciado por presionar a los administradores de varios servidores para que hicieran entrega de las contraseñas de usuarios sin una orden judicial. Ya no es sólo el estado de bienestar el que se halla en entredicho. También el de derecho está comprometido.