Michele di Casapesenna, Capastorta, Manera. Michele Zagaria, ni más ni menos. El capo dei capi del temido clan camorrista de los Casalesi, fue detenido en Casapesenna, la pequeña localidad de la provincia de Caserta (Campania) donde vivió toda la vida.
Era el último jefe que le quedaba a la organización criminal y como todos ellos escogió permanecer en el territorio para controlar de primera mano los negocios familiares. Su escondite, un búnker cavado a cinco metros bajo tierra en un apartamento situado en un estrecho callejón, en el centro el pueblo. La Dirección Antimafia de la Fiscalía de Nápoles, que coordinó la operación, llevaba 20 días tras la pista y puso en marcha un dispositivo policial de 350 agentes.
A las cinco y media de la mañana la casa estaba tomada y todos los alrededores bien cubiertos. Hallaron el zulo bajo el baño, cubierto por una compuerta móvil y una capa de cemento armado que sólo pudo ser atravesado con el trabajo de una excavadora. Seis horas más tarde, Zagaria empezó a quedarse sin oxígeno: la Policía había cortado la luz y no funcionaba el sistema de ventilación. Tampoco la trampilla de seguridad por la que habría intentado escapar. Se rindió cuando empezó a temer que se le viniera el techo encima.
“Habéis ganado, ha ganado el Estado”, le dijo con sarcasmo al fiscal Catello Maresca, el primero en reconocerlo dentro del agujero. La cabeza de la Gomorra descrita por Roberto Saviano había caído, aunque como el propio escritor dijo este miércoles: “No debemos pensar que la misión esté cumplida, porque caminaríamos hacia nuestra derrota. El rumor de que el clan ha sido descabezado, aunque sea excelente, no puede desviarnos de la idea de que los mecanismos y el tejido socioeconómico, en el que se concentra la acción de los Casalesi, es lo que debe ocupar los debates y la acción del Gobierno actual y de los que vendrán”.
La historia de los Casalesi nace con Antonio Bardellino, considerado un capo “de palabra y honor” que fue asesinado por negarse a eliminar al arrepentido Tommaso Buscetta. Nunca se encontró su cuerpo y estalló una guerra entre familias de la cual se acabaron beneficiando Francesco Bidognetti y Francesco Schiavone, conocido como Sandokán. Él metió a Zagaria en la mala vida, convirtiéndolo en chófer del capo Ammaturo.
Cayeron Bidognetti y Schiavone en 1996 y Zagaria y Antonio Iovine heredaron el poder. Iovine fue detenido en noviembre del año pasado y su posado sonriente para los fotógrafos delante de la Fiscalía de Caserta aún es recordado.
Hoy Zagaria tiene 53 años, está acusado de asociación mafiosa, homicidio, extorsión y robo y ya tiene acumulada una cadena perpetua. En febrero de 2000, la Policía, sospechando que había huido al extranjero, emitió una orden de arresto internacional. Según reconoció Saviano, es muy posible que Zagaria pasara alguna temporada en Rumanía.
Pero siempre fue visto más como un empresario que como un sanguinario camorrista. Bajo su mando, los negocios de los Casalesi dejaron de concentrarse en el triángulo del casertano que forman Casal di Principe, San Cipriano de Aversa y Casapesenna. Ni siquiera en el tráfico de droga, principal fuente de financiación en los años calientes.
El verdadero negocio está en el cemento y Capastorta, con su capacidad empresarial y de liderazgo, ha conseguido que el clan amasara muchos miles de millones de euros gracias a un entramado legal de cementeras, inmobiliarias y constructoras infiltradas en Lazio, Toscana, Umbria, Abruzzo, Lombardia y, sobre todo, en Emilia Romagna. Allí, además de casas de lujo, el clan controla bingos y salas de juego. Los fiscales siguieron “el olor del dinero”.
Algo que ya habían hecho el día anterior las autoridades al detener en una operación en toda Italia a 55 personas relacionadas con la familia mafiosa. Uno de los mayores sospechosos de haber beneficiado a los Casalesi desde el mundo de la política es Nicola Cosentino, coordinador del Pueblo de la Libertad, el partido de Berlusconi. Saviano, en una entrevista en el diario La Repubblica, relacionó la caída del Gobierno de Il Cavaliere y la pérdida de poder de Cosentino como “uno de los motivos que han propiciado la detención”.
A la una de la tarde el capo salía de la Fiscalía rumbo a la cárcel de Novara y medio centenar de policías gritaban y cantaban de alegría. El primero en celebrar el arresto fue el fiscal jefe de Nápoles, Giovandomenico Lepore, a punto de jubilarse, que dio las gracias “por este regalo”.
“Ahora debe iniciarse una fase de liberación de los ciudadanos y la vuelta a la legalidad”, dijo el jefe de Policía, Antonio Manganelli, quien recordó a su antecesor Antonio Pisini, trasladado a Roma después de ser acusado de favorecer el desarrollo de los clanes. “La victoria de hoy también es suya”, dijo.
Para la nueva ministra de Interior, Anna Maria Cancellieri, “se trata de una gran victoria del Estado, el golpe no ha sido sólo contra los Casalesi, sino contra toda la organización camorrista”.
Por la tarde se conocieron más detalles del cubículo en el que se escondía Zagaria. Había decidido vivir como los capos de los que escribía Saviano, en un ataúd de cemento de 20 metros cuadrados. Comodidades, las justas: una cama de matrimonio, una placa eléctrica para calentar café, un retrete y varios libros: Gomorra, Los gatopardos, Solo por justicia e Imperio, todos sobre la Camorra menos una biografía de Steve Jobs.
Esa vida austera, el no tener relaciones con su familia, una mujer ni una amante fue precisamente lo que le permitió evadir a la Policía durante tanto tiempo.
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