El PC cubano debate su futuro
El partido arranca hoy su Conferencia Nacional
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"Para alcanzar el éxito, lo primero que estamos obligados a modificar en la vida del Partido (PCC) es la mentalidad, que como barrera psicológica es lo que más trabajo nos llevará superar, al estar atada durante largos años a dogmas y criterios obsoletos". Este objetivo lo proclamó el presidente Raúl Castro en 2011, y, en él, se centrarán los debates que tendrán lugar en la Conferencia Nacional de los comunistas cubanos, que se celebra este fin de semana en La Habana.
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Los retos son tantos que algunos pensadores consideran necesaria una "refundación" del PCC que corrija prácticas, métodos y principios erróneos que se arrastran desde su fundación, en 1965. Tal vez el tema más candente sea el papel asignado al partido en la Constitución de la República, que lo define como "la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado".
Los cargos públicos podrían abrirse a ciudadanos sin carnet comunista
Uno de los asuntos cardinales que debatirá la Conferencia es la fusión partido-Estado. Para ocupar cualquier cargo político, en la Administración pública o de dirección de empresas, es casi imprescindible ser miembro del PCC. Semejante praxis provocó que algunos cubanos entraran a las filas comunistas con el único fin de escalar social, política o profesionalmente.
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La dualidad de funciones partidistas y estatales, la estructura social vertical, la eterna permanencia en el cargo y la falta de rendición de cuentas llevó a muchos a la corrupción. De hecho, durante los últimos años, la mayoría de los presos por este delito tenía el carnet del partido.
La posibilidad de una "refundación" aumenta ante el gran número de retos
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Tratando de corregir algunos de estos errores, el temario de la conferencia propone la posibilidad de que cualquier ciudadano pueda optar a cargos públicos sea o no miembro del PCC, que estos puestos tengan una ocupación máxima de dos periodos de cinco años, que se tienda a separar el Estado del partido y que se elimine la discriminación por raza, género, religión o por orientación sexual, esta última mencionada por primera vez en un evento comunista.
A pesar de todo, algunos intelectuales independientes de izquierda, como Julio Cesar Guanche, critican un debate demasiado centrado en cuestiones internas, que carece de pronunciamientos sobre "temas básicos".
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El destacado intelectual comunista Aurelio Alonso sostiene que el partido "debe trasladar su poder de la esfera política a la de la ética" porque "solo el pueblo puede estar por encima del Estado". El pensador propone que el pueblo sea parte de la toma de decisiones, ya que no es posible una sociedad donde todo se resuelve verticalmente".
Por su parte, el opositor y economista Oscar Espinosa se muestra "poco optimista" porque, para transformarse, "el PCC debería comenzar por reconocer los errores que ha cometido". Espinosa solo encuentra "cambios cosméticos".
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Desde su fundación, la historia del PCC ha estado marcada por el liderazgo carismático de Fidel Castro, que en la práctica restó poder a la organización, eliminando así la posibilidad de expresión democrática de las bases. El contacto directo con el líder en los mítines de la plaza de la Revolución o a través de la televisión relegó también el papel del PCC como "polea de trasmisión con las masas".
La duplicidad de funciones partidistas y gubernamentales de los dirigentes creó una mentalidad en la que sus decisiones eran incuestionables. Este estilo se impuso sobre la labor de convencimiento político de las masas que, según la teoría marxista, debería ser la relación idónea entre el partido comunista y la población.
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El nivel de vida de algunos cuadros dirigentes contrasta con el de las bases y provoca visiones muy diferentes de la realidad, mientras los primeros pueden darse el lujo de debatir años sobre la pureza ideológica de cada nueva medida, a los comunistas de a pie les urge un cambio que les permita llegar a fin de mes con su salario, arreglar sus casas o vestir a sus hijos.
La apuesta de Raúl Castro parece querer transformar al PCC y convertirlo en la herramienta fundamental de la reforma, pero tiene ante sí una tarea ardua, pues necesita el apoyo mayoritario de la conferencia para imponerse a los sectores inmovilistas.