El partido de la 'dictadura perfecta' de México lucha por sobrevivir sin dinero, ideología ni credibilidad
El Partido Revolucionario Institucional, PRI, que protagoniza series de Netflix, deja la elección de su nuevo líder a las bases y promete luchar contra la corrupción, en un intento 'in extremis' para adaptarse a los nuevos tiempos de la política mexicana
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CIUDAD DE MÉXICO,
El partido que ha gobernó México durante 70 años seguidos, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), es hoy un edificio viejo, lleno de muebles de diferentes épocas, con la fachada llena de grafitis que rezan “PRI corrupto” y del que sus herederos no saben qué hacer.
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Durante gran parte del siglo XX fue el punto de encuentro de todos los mexicanos; igual ejercía de hotel, restaurante, oficina o casa familiar. A partir de los años 70, una cabaña que tenía en su lado derecho se fue desarrollando y hoy es un restaurante gourmet con un cartel de piedra picada en el que dice “Fundado en 1939”: el Partido Acción Nacional. A su izquierda se construyó hace menos de un lustro el que es, desde 2018, el local de moda en el país: un edificio de apartamentos de alquiler Airbnb con restaurante que combina cocktails con las recetas de la abuela: el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), hoy en el Gobierno.
Los priistas luchan para evitar que el edificio se caiga mientras piensan qué hacer con el. De momento, el histórico partido hegemónico de México optó dar un giro de 90 grados, en un intento de horizontalizarse. Este miércoles, se confirmaba que el exgobernador del estado de Campeche, Alejandro Moreno, sería el nuevo presidente de la formación gracias al 85% de los votos de los casi dos millones de militantes que votaron en las elecciones internas del pasado domingo. Fue el primer gesto del PRI para intentar salvarse del lecho de muerte que en la opinión pública mexicana es ya un hecho.
Las elecciones federales del año pasado fueron un jaque para esta formación, en las que su candidato obtuvo el peor resultado de la historia del PRI y quedaron como tercera fuerza en las cámaras legislativas federales. A esto, se suma la crítica situación financiera del partido y las continuas acusaciones de corrupción de altos funcionarios del gobierno anterior, liderado por el priista Enrique Peña Nieto. Un resultado histórico para un partido que por décadas logró que Estado, gobierno, presidente y PRI fueran prácticamente sinónimos en México.
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Votos anticorrupción
“Siendo un país tan rico y que hayan robado y no se hayan saciado nunca. Lo que más me decepcionó de Peña es que se robaron y que no persiguió ninguno de los sinvergüenzas de su partido”, explicaba este domingo un priista, Héctor Lee Gómez, mientras esperaba para ir a votar. Para él, la corrupción no es óbice para seguir militando en el partido, porque, como dice, si no roban unos, roban otros. “Soy del PRI por tradición, pero si gana ‘Alito’ (como se conoce al nuevo presidente del PRI, Alejandro Moreno), adiós”, sentenciaba.
Lo que le llevó a el y a millones de votantes a decir basta en 2018 fue los niveles a los que llegaron los sobornos, cohechos y desvío de fondos públicos supuestamente, porque apenas están empezando a desfilar por los juzgados miembros del anterior gobierno presuntamente implicados en escándalos como Odebrecht o el conocido como “La estafa maestra”.
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Los tres candidatos a liderar la formación se mostraron conscientes de ello y prometieron acabar con esta práctica que permea a toda la Administración pública de México. Pero la propia contienda interna del partido fue una exhibición de viejos tics priistas. El nuevo presidente, Alejandro Moreno, llega a la presidencia del PRI en medio de insinuaciones sobre cómo se construyó su residencia de 1.900 metros cuadrados en el estado de Campeche durante los años que el gobernó. En una carta y sin aportar pruebas, Alito explicó que la mansión se había financiado con un crédito hipotecario, donaciones y ahorros.
“Se tendrán que deslindar responsabilidades”, confesaba a Público el diputado del PRI José Hugo Cabrera, en relación a los grandes casos que la Fiscalía General de la República está investigando. Pero, para el, el partido no solo tiene que curar, sino prevenir: “Habría que revisar qué dirigencias del PRI en estados de la república corresponden a cacicazgos o compadrazgos”, añadía, en entrevista telefónica.
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El partido nacido en y para el poder
Los llamados “dedazos” han sido el mecanismo de elección del candidato a presidente de la República en México. “La tradición es que el presidente de la República es quién controla el partido y decide los candidatos a sucederle”, explica el historiador del Colegio de México Lorenzo Meyer. De esta manera sintetiza la concentración de poder que tiene la figura del jefe de Estado del país y que forma parte del ADN del PRI.
El Partido Revolucionario Institucional se creó después de la Revolución de 1910 para acabar con las luchas por el poder político: “Nace teniendo el poder porque ya está listo para empezar a funcionar. En realidad, es un instrumento del presidente”, dice el doctor Meyer.
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Con el PRI se consolidó un sistema autoritario único que evitó que México cayera en manos de un caudillo que hubo en América Latina en el siglo XX. Durante sus 70 años de gobierno consecutivos, los partidos de la oposición, como el PAN, eran inofensivos; las cámaras legislativas estaban controladas por el partido del gobierno y sometidas de facto al presidente, y los sindicatos corporativos eran una extensión del PRI.
El esquema vertical del poder quedaba definido en el propio nombre del partido: hacer la revolución desde las instituciones. Esto fue lo que llevó al PRI a crear organismos como el Instituto Mexicano del Seguro Social, globalizar el comercio del país con la firma del primer Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y de permitir la apertura democrática que le llevó a perder la presidencia en el año 2000. “Fue el sistema autoritario más exitoso diría que del mundo en el siglo XX”, concluye el experto del Colegio de México.
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Con las elecciones internas del pasado domingo, la cúpula del PRI quiso mandar un mensaje a los militantes de que se habían acabado los “dedazos”. Pero priistas de peso denunciaron que más que una votación, lo del domingo fue una simulación. Según ellos, el mismo Alito había confesado que Peña Nieto y el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, habían pactado para ponerle al frente del partido y convertir al PRI en un satélite de Morena, el partido que hoy está en el poder.
El nuevo dirigente ha desmentido repetidas veces que exista tal acuerdo y se comprometió a hacer del PRI un partido de oposición, algo que, desde las elecciones de 2018, no está sucediendo. Primero, porque el PRI nació para gobernar: “Cuesta ser oposición, a veces por temor o porque se nos olvida que quién está en el gobierno ya no es nuestro partido. Algunos líderes tienden a ponerse al servicio de gobernadores o presidentes municipales”, confesaba el diputado Cabrera. Y segundo, porque no tiene más ideología que la del péndulo, es decir, la de oscilar a la izquierda o a la derecha en función del presidente de turno.
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La decadencia del PRI, el partido llamado hegemónico, de la dictablanda o de la dictadura perfecta mexicana, el único en el país que protagoniza series de Netfilx, es hoy un símbolo del cambio de régimen que se perfila bajo la presidencia de López Obrador, coincide el doctor Meyer. Se postula como el ave Fénix de la política mexicana y cree sobrevivir a este bache, pero para el experto, el PRI hoy la aristocracia después de la Revolución Francesa: un edificio viejo, caduco, manchado por la corrupción, sin propósito, dinero ni cimientos.