Ocho años después del derrocamiento de los talibanes, los insurgentes aún están allí. Los países occidentales presentaron en la cumbre sobre Afganistán celebrada ayer en Londres el último giro a la estrategia de la OTAN, que busca que donde no lleguen los soldados lleguen los dólares.
Pocos líderes admitieron ayer que la insurgencia goza ahora de más poder que nunca desde que los talibanes fueron expulsados del poder. La solución pasa por comprar la voluntad de los combatientes talibanes. Dinero en forma de puestos de trabajo, porque la palabra soborno no goza de buena reputación y no aparece en los comunicados.
La búsqueda de los talibanes buenos, a diferencia de los irreductibles, se hará a través de un Consejo Nacional de la Paz, Reconciliación y Reintegración, que estará dotado con un fondo de 140 millones de dólares.
¿Quiénes son los destinatarios de tanta 'generosidad'? Hamid Karzai se refirió a “nuestros hermanos desencantados que no son parte de Al Qaeda o de otras organizaciones terroristas”.
Brown estableció las condiciones de forma muy precisa: “Renunciar a la violencia, cortar los lazos con Al Qaeda y otros grupos terroristas, respetar la Constitución y perseguir los objetivos políticos pacíficamente”.
En pocas palabras, EEUU y Gran Bretaña exigen la rendición de los talibanes a cambio de dinero a partir de la curiosa idea de que ser talibán es como una profesión.
Al Gobierno afgano le corresponde, con la ayuda de Arabia Saudí, dar un contenido más político a esta oferta y promover una loya jirga (asamblea de dirigentes tribales) que haga posible la deserción de algunos talibanes.
'Reconciliación no consiste en compartir el poder político con los talibanes”
No lo llamen soborno. Llámenlo reconciliación... hasta cierto punto. Según un asesor de Karzai, “reconciliación no consiste en compartir el poder político con los talibanes”.
Los calendarios de Afganistán y de la OTAN tienen problemas de sincronización. Los países occidentales miran a corto plazo y quieren un proceso que dé resultados ya para convencer a una opinión pública reticente. El Gobierno de Karzai piensa en el futuro y prevé un compromiso que se prolongará durante demasiados años.
En la cumbre, se pudo comprobar el mismo nivel de optimismo que ha caracterizado a todas las grandes citas celebradas a causa de la guerra. La lista es considerable: Bonn, 2001. Tokio, 2002. París, 2008. La Haya, 2009. En todas , se dijo que la nueva estrategia era la correcta.
Si hay que creer al primer ministro británico, Gordon Brown, el final no está muy lejos de Londres, 2010: “Llevará su tiempo, pero creo que las condiciones establecidas en el plan que firmamos hoy se cumplirán más pronto de lo que muchos creen”.
Por eso, Karzai debería asumir el control de algunas provincias a finales de este año, o principios de 2011. Serán pequeñas o poco relevantes. Las problemáticas tendrán que esperar. “En tres años, la mitad de las provincias tendrá un responsable afgano de seguridad”, dijo el ministro británico Miliband. “Y en cinco, todas las demás”.
En cambio, Karzai fue más allá de esos plazos:“En relación al entrenamiento de las fuerzas de seguridad afganas, serán suficientes entre cinco y diez años”, explicó. “Para dotarlas de los medios necesarios hasta que Afganistán pueda financiarlas, los plazos se amplían de diez a 15 años”.
En una constante de las paradojas habituales en esta guerra, Brown no dejó de hablar de “afganización” del conflicto, a pesar de que nunca antes ha sido tan alto el número de tropas extranjeras.
Se ha perdido la cuenta de las veces en que Karzai ha prometido luchar contra la corrupción. Ayer volvió a hacerlo. Ha aceptado que se aumenten los controles. La compensación: la mitad de los fondos de reconstrucción se canalizará a través de su Gobierno.
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