Cuando Barack Obama jure su cargo, lo hará sobre la misma biblia que Abraham Lincoln usó en su inauguración en 1861. Una biblia de terciopelo rojo y bordes dorados que normalmente duerme en los archivos de la Biblioteca del Congreso. Será el último gesto simbólico con el que el presidente electo intentará traspasar la barrera del tiempo, olvidar los años Bush, incluso los de Clinton, y encontrar en esa figura histórica inspiración para las crisis que le esperan.
Y como resaltará hoy en su discurso, le esperan unas cuantas. Ante millones de personas, apiñadas en el Mall de Washington o pegadas al televisor, el nuevo mandatario centrará sus 20 minutos de su intervención en la necesidad de 'restaurar un sistema de valores que respete y honre el sentido de responsabilidad', anticipaba el domingo su jefe de gabinete, Rahm Emanuel.
Lo volvía a repetir Obama en su homenaje a Martin Luther King, cuya festividad celebró este lunes.
'Si esperamos a que alguien haga algo, no se hará nada', dijo el presidente electo, 'vamos a tener que asumir nuestras responsabilidades, todos nosotros, esto no es sólo cuestión de un día'. En otras palabras: a remangarse.
'Yo me comprometo con vosotros a hacer que el Gobierno funcione', añadió Obama, quien por la mañana unió el gesto a la palabra y ayudó a pintar (de azul) un refugio para adolescentes sin hogar en un área marginal a dos pasos del Capitolio, en una jornada dedicada al voluntariado. Mientras, el vicepresidente, Joseph Biden, con utensilios de profesional, le hacía algo indeterminado a una pared. Michelle Obama visitó el estadio RFK, donde cientos de personas empaquetaban regalos y escribían cartas a las tropas.
'La cultura del todo vale ha prevalecido demasiado tiempo', precisaba Rahm Emanuel, 'los líderes deben dar el ejemplo, en los negocios, en las juntas directivas, en las oficinas de gobierno'. Un mensaje directo a Wall Street, a la anticuada industria automovilística de Detroit y a un Washington más preocupado por sus favores políticos que por construir carreteras.
El discurso de Obama será una llamada al deber en tiempos difíciles, parecida e inspirada en el discurso de Gettysburg, obviamente no tan dramática, que Lincoln pronunció en plena guerra civil, en 1863, meses después de la batalla crucial que aseguraría la victoria al Ejército de la Unión, un discurso sobre un 'nuevo pájaro de libertad' que selló la frase 'a government of the people, by the people, for the people'.
Porque este año coincide además con el 200 aniversario del nacimiento de Lincoln (Kentucky, 12 de febrero de 1809) lo que dará pie a nuevas comparaciones. 'Se ha escrito mucho sobre lo que Obama piensa de Lincoln pero no se ha dicho nada sobre lo que Lincoln pensaría de Barack Hussein Obama' dice Henry Louis Gates, autor de un documental sobre el asesinado presidente. 'Si la estatua del Memorial se convirtiera en carne y pudiera hablar, como Galatea, ¿que diría el hombre que liberó a los esclavos de su primer sucesor negro?'
Se quedaría sin duda sorprendido al contar a sus pies a más de medio millón de personas en el concierto inaugural que el domingo marcó el inicio de las festividades; o al ver llegar a la estación central de Washington una versión abreviada del viaje en tren que realizó por diversos estados antes de su inauguración y que Obama reprodujo el pasado sábado.
Lincoln es el gran referente. Incluso John McCain durante la campaña le citó a menudo. 'En algún momento todos lo sienten', asegura el historiador Harold Holzer, 'todos los presidentes ven algo en él'. Habrá Lincoln hasta en la sopa. Literalmente. Parte del gran almuerzo del Capitolio se servirá en reproducciones de la porcelana que Mary Todd Lincoln usó durante el primer mandato de su marido. Y el menú incluirá algunos de sus platos favoritos: gambas y vieiras en pasta de hojaldre; pato en chutney de cereza con patatas dulces y pastel de manzana con canela, un clásico. Con vinos de California que no existían hace 200 años.
Algo más ligero tomarán los cientos de miles de personas que se quedarán aprisionados en la gran explanada del Mall, abierta por primera vez en su totalidad para celebrar una inauguración. Pero todo el mundo, pese a unas temperaturas que no pasarán de cero en el mejor de los casos, se lo toma con mucha paciencia.
Washington vibra estos días de un entusiasmo y fervor que ni siquiera se vivió en Chicago en la noche de victoria electoral. En el metro, en los autobuses, desconocidos se interpelan con un '¿de dónde vienes?' cada vez que ven a alguien arrastrando una maleta.
Y las respuestas son tan diversas como el país. 'De Maine, acabo de llegar', 'De Portland, tomé un avión a Nueva York y de ahí el tren, llevo más de doce horas viajando'. Se intercambian consejos '¿Cuál es la mejor manera de llegar a Chevy Chase? ¿Se podrá acceder al Capitolio desde el lado sur?' Preguntas sin respuesta porque la pesadilla logística y las consignas de seguridad van cambiando cada día.
En esto 2009 también se parece a 1861. La tensión entre los estados del Sur y del Norte estaba a punto de degenerar en la guerra civil. James Buchanan, el predecesor de Lincoln, temiendo posibles atentados de segregacionistas, trazó un cordón de seguridad alrededor del nuevo presidente y apostó tiradores de élite a lo largo de la avenida de Pensilvania, que hoy también recorrerá el tradicional desfile.
Lincoln llegó a Washington de incógnito y se alojó en el hotel Willard, todavía uno de los centros de la vida política de la capital. Sobrevivió a su primera inauguración para ser asesinado, poco después de la segunda, el 14 de abril de 1865 por el simpatizante confederado John Wilkes Booth.
Buscando inspiración y una buena foto, Obama visitó el Memorial hace algo más de una semana al poco instalarse en Washington. Ahí recibió la advertencia más seria de todos estos días de celebraciones y alabanzas. 'Ya puede ser bueno el primer discurso de un presidente afroamericano', le dijo su hija Malía, de diez años, cuando le contaron los detalles de la ceremonia.
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