Cargando...

Muerte en el gueto

El homicidio, mal endémico en los barrios negros de Los Angeles, pese a reducirse respecto a los ‘años de plomo’

Publicidad

Dos mujeres reflejadas en un cristal limpian el pavimento.

Actualizado:

El título de este artículo es el mismo que el de un libro de la periodista norteamericana Jill Leovy que ahora edita en España Capitán Swing y cuya temática resulta complementaria de la de otra obra de la jurista Michelle Alexander ya glosada en Público: El color de la justicia. En uno y otro caso se ilustra cómo, pese a la desaparición de las leyes que les convertían en ciudadanos de segunda categoría y al auge de lo políticamente correcto y la discriminación positiva, los negros de EEUU engrosan la población carcelaria, los corredores de la muerte y las estadísticas de víctimas de asesinato en proporción escandalosamente superior a la que correspondería por su proporción en el conjunto de la población del país.

Publicidad

Los negros se veían —y en buena medida siguen viéndose— forzados a cocerse en su propia salsa

Click to enlarge
A fallback.

A los negros les ha costado siempre más escapar de la segregación real, la que afecta por ejemplo a las oportunidades educativas, el empleo por parte de empresarios blancos o la búsqueda de una vivienda en propiedad o alquiler. Se veían —y en buena medida siguen viéndose— forzados a cocerse en su propia salsa, en una olla en ebullición en la que florecían las disputas entre bandas y la chispa que degenerase en paliza, tiroteo u homicidio podía saltar por motivos tribales con frecuencia menores. Por ejemplo, por una falta de respeto a los códigos del grupo, la disputa del territorio, la intrusión esporádica en el ajeno, ciclos de venganza, delaciones, maraña de conflictos comunitarios, pelea por las mujeres, trapicheos de la droga o el clásico error de hallarse donde no se debía cuando no se debía.


La idea básica del libro es que “allí donde el sistema de justicia penal no reacciona con firmeza ante los heridos y los muertos por violencia, el homicidio se hace endémico”. Leovy certifica que los negros de Estados Unidos han vivido durante demasiado tiempo desprotegidos en la práctica por las leyes de su propio país, lo que inevitablemente ha llevado a muchos de ellos, sobre todo jóvenes sin horizonte, a llenar con sus propios protocolos el vacío de la autoridad legítima.

Publicidad

Estos policías, que cuesta creer que sean representativos de la actitud general de los agentes, parecen salidos de una serie de televisión

Ellos son hábiles y concienzudos a la hora de interrogar a los sospechosos, pero nunca les ponen la mano encima. Incluso se toman muchas molestias y se implican emocionalmente tanto para comunicar a una madre la muerte de su hijo como para proteger a los testigos de cargo. Demasiado bonito para ser cierto. Para ser del todo creíble, a este cuadro idílico le falta el contrapunto. Esta policía tan responsable y humanitaria parece salida de otro planeta. Se nota que Leovy ha trabajado con ella y ha establecido relaciones personales con muchos agentes. No pretendo decir que sea parcial de forma consciente, pero cuesta creer que su proximidad al objeto de estudio le permita ser totalmente objetiva. Idealiza a unos profesionales que, por no ir más lejos, se convierten de vez en cuando en carne de telediario por la brutalidad con la que tratan a los sospechosos o la ligereza con la que aprietan el gatillo.

Publicidad

El policía real está dibujado con un trazo poderoso que haría las delicias de un buen guionista de cine o televisión

Resulta muy significativo de la orientación de Muerte en el gueto que el único caso recogido en el que no se escatima ni tiempo ni esfuerzos para hallar a los culpables sea el del asesinato del hijo de un compañero, negro, que por compromiso hacia su comunidad, decidió vivir en un barrio negro al contrario que la mayoría de sus compañeros, que optaban por zonas residenciales de las afueras. El seguimiento de esta investigación, desde la búsqueda de testigos y pruebas hasta el interrogatorio de los sospechosos y el desarrollo del juicio resulta, desde un punto de vista novelesco, lo mejor del libro y, en las manos adecuadas, podría dar origen a un magnífico thriller. El policía real está dibujado con un trazo poderoso que haría las delicias de un buen guionista de cine o televisión.

Publicidad