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Serena y Silvia Fronzi regentan el único restaurante de la zona castigada por los terremotos del pasado octubre, en el centro de Italia, que ha estado siempre abierto. Para mantener a flote su pequeño negocio familiar han resistido el aislamiento, el invierno en un territorio ‘fantasma’ y el golpe de gracia que el seísmo asestó a la economía local, pero ahora se han visto con el agua al cuello y al borde del cierre por primera vez. El estado tiene pendiente con ellas una cuenta de 150.000 euros. Durante estos seis meses, ‘Il Vecchio Molino’, su viejo molino reconvertido en pizzería, ha desempeñado la básica, pero primordial, función de garantizar cada día un plato caliente sobre la mesa para los servicios de rescate.
Los equipos de emergencias tienen un convenio por el que el Estado cubre sus dietas. Las arcas públicas pagaron la primera factura y desde entonces se habían olvidado del resto. Cuando Serena y Silvia reclamaban su dinero, se enfrentaban a una respuesta única: “quien trabaja con el Estado, se atiene a tiempos largos”. Despues de la repercusión mediática que tuvo el llamamiento desesperado que las hermanas lanzaron a través de Facebook han recibido el reembolso de otro mes más.
Pero aún quedan cuatro meses por cobrar y las deudas se acumulan: sueldos del personal, pagos a proveedores, el crédito con el banco. “Nos sentimos abandonadas y traicionadas por el Estado. Tenemos la sensación de que por habernos puesto en primera fila para ayudar, no para ganar dinero, hemos salido perdiendo”, cuenta Serena a Público.
El ‘Vecchio Molino’ está a las afueras de la localidad de Pieve Torina, en la carretera que lleva a Visso, a escasos 10 kilómetros y epicentro del terremoto de octubre. En plenos Apeninos, está sumergido en la naturaleza, cercado por bosques extensos y un paisaje siempre verde. En los alrededores sólo hay pueblos pequeños, que a duras penas alcalzan los 1.000 habitantes. Más bien alcanzaban, porque ahora no queda prácticamente nadie. Casi todos se han trasladado a la costa adriática, a alojamientos temporales, que temen acabarán convirtiéndose en definitivos, o bien han pasado el invierno viviendo en caravanas, porque las prometidas casetas prefabricadas para alojarles no acaban de llegar.
El terremoto cambió radicalmente todo: el entorno y la vida de la gente. También la de Serena, que con 26 años está a cargo de este establecimiento que ha pasado de generación en generación. Antes del seísmo iba a la universidad de Macerata y trabajaba en el restaurante solo los fines de semana. Ahora ha tenido que dejar temporalmente de lado sus estudios para dedicarse en exclusiva a sacar adelante su negocio. No ha cerrado un solo día desde aquel fatídico 26 de octubre, ni siquiera en Navidad o Año Nuevo. “Para los bomberos y los agentes forestales también eran fiestas especiales y estaban trabajando, también tenían que comer, así que teníamos que estar ahí para ellos”, explica a este diario.
Y de tantas horas compartidas en momentos dificiles surgió una relación cercana. Las paredes del restaurante están llenas de recuerdos, dedicatorias e insignias de equipos de rescate de toda Italia que han pasado por la zona para controlar las demoliciones, recuperar bienes, apuntalar las casas dañadas y realizar otras labores de seguridad, de día y de noche. De los cerca de 200 efectivos iniciales, ahora solo quedan unos 30.
Su compromiso con el restaurante también ha sido firme. El sindicato Federazione Nazionale Sicurezza recientemente ha enviado una carta al Ministerio del Interior en la que muestran su sorpresa por el retraso en los pagos y piden que se salden las deudas cuanto antes: “con el fin de hacer efectivo el apoyo a las víctimas de los terremotos que laboriosamente intentan retomar su vida sin abandonar el territorio, se pide a la administración de los bomberos que se haga cargo de anticipar los recursos económicos para pagar los servicios de restauración ya prestados”.
Las hermanas Fronzi solo les dedican palabras de aprecio. “En parte, también nos hemos mantenido abiertos por ellos, siempre han estado ahí, cuando han podido nos han ayudado con todo, con la nieve, con los escombros, nunca se han echado atrás, aunque no tuvieran medios y tuvieran que trabajar con palas o con las manos”, señala Serena.
La solidaridad como motor
El factor humano y la solidaridad de gente de toda Italia ha sido la clave de su supervivencia. Serena cuenta con una mezcla de emoción y satisfacción cómo los habitantes de los pueblos cercanos se volcaron con sus conciudadanos: “Muchos dejaban ropa a otros, bienes de primera necesidad, alimentos, de todo”.
También a ella la ayuda de sus vecinos en forma de pasta, carne o queso le dio la vida, sobre todo al inicio, cuando las carreteras estaban cortadas y los pueblos, completamente desalojados, las réplicas se sucedían constantemente y llenar la despensa de un restaurante en pleno centro del terremoto parecía una misión imposible. “No es fácil dar de comer a 100 o 200 personas a la vez, la primera compra que se hizo fue de cerca de mil euros y apenas alcanzó para dos comidas y dos cenas” recuerda Serena, que durante las primeras semanas fue evacuada y cada día recorría 200 kilómetros ida y vuelta para que en su restaurante no faltara la comida a tiempo sobre la mesa.
“Hemos invertido todo lo que teníamos, tanto en fuerzas como en dinero. Intentamos seguir abiertos, con la esperanza de que lleguen los pagos, no sólo de un mes, sino de más, para poder seguir adelante”, relata Serena, que representa una población que resiste.
El eco de su caso ha sido tal que el Movimiento 5 Estrellas y el partido de izquierda Possibile han presentado sendas preguntas parlamentarias para pedir que se aclaren los pagos pendientes. “Es desconcertante que cada vez que se produce una catástrofe la máquina de la burocracia sea tan lenta y farragosa y es indigno que los gastos se mantengan solo gracias a las donaciones privadas”, ha expresado la diputada del Movimiento 5 estrellas, Donatella Agostinelli.
Más casos en una situación similar
También han pedido al Gobierno de Paolo Gentiloni que se verifique si en la zona existen otros establecimientos en una situación similar, ya que en estos meses se han sucedido varias denuncias de alojamientos hoteleros que hospedan de forma temporal a los damnificados por los terremotos. Es el caso del hotel Il Cavaliere, en Las Marcas, en el que viven 60 personas que perdieron su casa y ha revelado retrasos de meses en los pagos y las constantes largas que le ha dado la administración.
Esto sucede a pesar de que el decreto ley que se aprobó expresamente tras los terremotos prevé un plazo máximo de pago de 60 días desde que se presentan las facturas. Al acercarse la temporada turística, los hoteleros señalan que no les quedará otro remedio que echar a los desplazados.
Mientras tanto, el corazón de Italia se despuebla al tiempo que la maquinaria estatal se tropieza una y otra vez con su farragosa burocracia, que hace que las ayudas no terminen de llegar a las principales zonas afectadas y el inicio de la reconstrucción se posponga en bucle.
“Ahora nos dicen que igual para septiembre”, recita Serena, asqueada. “Vivir rodeado de ruinas es extraño y triste, cuesta entender que ya no queda nada de los sitios a los que has ido toda la vida”, explica y recuerda los paseos y los veranos siempre en la calle: “ahora es imposible, ni siquiera puedes pasear por el centro porque ya no hay centro, tampoco puedes ver a los amigos o los vecinos, porque se han ido y aunque vuelven a veces, algunos ya han buscado trabajo fuera, porque sin tener casa aquí, no volverán si esto no se gestiona y se empieza a recuperar el pueblo”, lamenta.
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