"Ha merecido la pena: en Libia viví mi sueño"
Fotoperiodista. 'Público' viajó en el avión que devolvió al reportero a España, tras seis semanas de cautiverio en Libia
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Los rebeldes se marcharon casi de repente. Estábamos tirados en el suelo, James, Clare, Anton y yo. No nos veíamos. Nos gritábamos para ver si todo el mundo estaba bien: Anton respondió que no. Nos empezaron a disparar. James, muy valiente, se levantó con la cámara y empezó a gritar "sahafa, sahafa" (periodista, en árabe). Le empezaron a dar culatazos, después a Clare y a mí. Yo intentaba protegerla. Iban uniformados Los tres íbamos con la cabeza abierta. Vimos a Anton con las tripas fuera: es la última imagen que tengo de él".
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En el avión de Tunisair que ayer a mediodía lo trajo de vuelta a España, el reportero Manu Brabo (Gijón, 1981), explicó a Público el peor momento de su cautiverio: la muerte de su compañero, el surafricano Anton Hammerl. Acababa de salir del avispero libio, donde fue capturado el 5 de abril, junto a los reporteros estadounidenses James Foley y Clare Gillis, y Hammerl, el fotógrafo que falleció.
"Vimos a Anton con las tripas fuera. Es la última imagen que tengo de él"
¿Qué sucedió trassu captura?
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Me gritaban que no mirara el cuerpo ensangrentado de nuestro amigo, pero yo no podía parar de hacerlo. Veía sangrar a James, iba con las manos atadas a la espalda. Me pisaron la cabeza hasta Brega, se reían de nosotros y daban palmaditas a Clare. Nos curaron echándonos colonia en las heridas. Nos interrogaban y esa noche la cena fue un cacho de pan. Al día siguiente, empezaron a cambiar de actitud, nos daban cigarrillos. Nos hicieron una entrevista para la televisión libia, todo absurdo; ¿qué les podíamos decir? Al día siguiente, nos subieron a una furgoneta. Iban allí otros periodistas, un libio y un egipcio. Hacia Trípoli. Intentaban tranquilizarnos. Nos daban cigarrillos, té con almendras, agua, bocadillos.
¿Y una vez en Trípoli?
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"Se reían de nosotros y nos curaban echándonos colonia en las heridas"
Me metieron en una celda de aislamiento. Me interrogaron otra vez: empezaron diciendo que salieron a la calle cuando España ganó el Mundial y terminaron acusándome de ser un espía. Allí estuve 12 días. Tenía relación con los guardias que me traían las comidas y con el preso de al lado, Richard Peters, un empresario americano. Nos comunicábamos por los huecos de los enchufes. Clare y James estaban dos celdas más allá.
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Terminó en una prisión, con presos políticos...
Eran gente normal con delitos tan graves como tener un número de un opositor a Gadafi; un economista que había tirado al suelo un retrato de Gadafi; un futbolista que había discutido con un guardia. Días después, me dejaron hablar con mi familia: primera y única vez. Me sentí mejor. Comíamos poco y fumábamos más. Los compañe-ros de celda eran estupendos, aunque no sabían mucho inglés. Jugábamos a los tres en raya y yo los acompaña-ba en los rezos. Un día se presentó un tal señor Shivani que dijo representar a Saif al Islam, el hijo de Gadafi. También que él hacía esfuerzos para que nos trasladaran a un sitio mejor, que resultó ser una granja de engorde.
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¿Este emisario les ayudó?
Nos dio 50 dinares para comprar lo imprescindible. Más tarde me sacaron de la celda, a mí, a Nigel [un periodista británico] y a otro periodista, con los ojos vendados. Nos llevaron a una villa en las afueras de Trípoli. Tenía una habitación, había un plato de gambas que te cagas. Me dejaron dos libros en inglés: Otello y el Rey Lear, de Shakespeare. Allí, un bombardeo de la OTAN reventó las persianas. De vuelta al primer centro de detención. Y luego otra vez a una villa. La semana antes de nuestra liberación, Diego, el encargado de negocios de la embajada española en Trípoli, pudo encontrarse conmigo. Al día siguiente, me trajeron ropa, tabaco y dos libros en español: La carta esférica y El sanador de caballos.
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¿Cómo fue su liberación?
Un día nos anunciaron la liberación y el fiscal de siempre se puso una toga y se convirtió en juez. Nos condenó sólo a pagar 300 dinares por las costas del juicio. El miércoles nos soltaron.
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¿Ha merecido la pena?
Sí. En Libia viví mi sueño. Mis fotos se publicaban en The New York Times y The Guardian. Estaba contento.