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La kafala, el sistema laboral de Catar para esclavizar a los trabajadores migrantes

Esta norma vincula legalmente a las personas migrantes con sus patrones, dejándolas completamente anuladas. Desde que pisan el país, las empresas son propietarias de sus derechos.

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Mujeres en Catar con una recreación de la Copa del Mundial al fondo. — Marko Djurica / REUTERS

MADRID, Actualizado:

En árabe, kafala significa garantías. Da nombre a un sistema laboral que se extiende por Catar y otros países de la Península Arábiga, todos ellos poco amigos de las garantías y de la libertad. Se llegó a vender como una especie de avance para que las personas migrantes pudiesen trabajar en estos territorios de forma legal e incluso con un mínimo de protección. Nada más lejos de la realidad: lo único que garantiza es el abuso de poder reglamentado de las empresas y empresarios sobre las personas migrantes. En la última década y con el Mundial de fútbol a la vuelta de la esquina, este modelo de esclavitud ha cogido fuelle en suelo catarí.

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Es un régimen que lleva más de 50 años dominando las leyes de empleo en los países pérsicos. Se aplica sobre todo cuando se requiere mano de obra barata (por no decir gratuita) y poco cualificada, para las actividades domésticas o para la construcción. El problema se agudiza precisamente durante los últimos doce años por las obras del Mundial de Catar, porque para levantar los estadios y la multitud de infraestructuras deportivas hace falta mucha gente. ¿Dónde se busca esta fuerza de trabajo asequible y obediente? En países cercanos, con economías rotas y altos índices de pobreza

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En Catar, uno de los países más ricos del mundo, el 95% de los trabajadores son personas migrantes

En Catar, uno de los países más ricos del mundo, el 95% de los trabajadores es de origen extranjero. Las personas migrantes llegan engañadas, creyendo que van a cobrar unos sueldos capaces de hacer girar el derrotero de sus vidas. Sueñan con una casa, con una escuela para sus hijas e hijos. Es lo que las agencias de contratación les dicen en sus países de origen, cuando exponen las ofertas. También les aseguran, además del contrato, una vivienda, comida y transporte. Para mujeres y hombres que están en situación de extrema vulnerabilidad, que sobreviven con muy poco, es una seductora oportunidad. No son difíciles de convencer y los empresarios juegan con su fragilidad.

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¿Cómo funciona la kafala?  

El sistema de la kafala vincula legalmente a los trabajadores con sus empresas o patrones. Es un sistema de patrocinio, que mantiene atadas y subyugadas a las personas migrantes desde el momento en el que aterrizan, ya sea en Catar o en cualquiera de los otros países que lo aplica. Sin este patrocinio, no pueden entrar al país ni obtener los permisos de residencia. Son los propios trabajadores los que pagan los billetes de avión y hacen frente a las altas comisiones de las agencias de contratación. Para sufragar estos costes piden préstamos, confiando en poder liquidarlos nada más comenzar a trabajar, pero el esquema nunca se cumple.

Las personas migrantes quedan, desde que llegan, sometidas a las órdenes de sus jerarcas. Viven bajo su yugo. No pueden negarse a trabajar, aunque lo hagan explotadas y bajo unas condiciones extremas. No tienen días libres y tampoco pueden pedirlos. Se les confisca el pasaporte para dejarlas aisladas, porque sin documentación no pueden cambiar de trabajo ni salir del país. Además, si intentan protestar o faltan a sus puestos, llegan amenazas de avisos policiales. Por si no fuera suficiente, tampoco cobran lo pactado. Son esclavos, en pleno siglo veintiuno, y aquí no pasa nada.

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Las habitaciones que comparten los trabajadores migrantes son pequeñas, sucias y con apenas una cama

Las condiciones en las que viven son también inhumanas. Alojamientos muy precarios, desprotegidos y sin higiene. Los trabajadores se ven obligados a compartir habitación. A veces, incluso se tienen que repartir las dos mitades de una litera. Algunos testimonios han descrito para el podcast The Comb, de la BBC, cómo eran sus estancias: muy pequeñas, sucias y con poco más que un colchón. En estos espacios pasan las contadas horas de descanso, cerrados y hacinados, con miedo a salir a la calle por si la policía los localiza sin documentación y decide deportarlos. Sin duda, la kafala es tremendamente rentable para los magnates de Catar y alrededores: mantienen impolutas sus fortunas y aseguran la abundancia de mano de obra para que sus economías no dejen de crecer.​

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Un compromiso a medias tintas

En 2018, Catar se comprometió a acabar con el sistema laboral de la kafala. Las denuncias de los colectivos y organizaciones humanitarias parecían recoger sus frutos cuando, en 2020, se aprobaban dos leyes para suavizar este modelo de esclavitud. Concretamente, se suprimían las restricciones que impedían a las personas migrantes cambiar de trabajo o abandonar el país sin el permiso de sus patrones. También se regulaba el horario laboral de las trabajadoras domésticas y se garantizaba un salario mínimo en todo el emirato. Sin embargo, no se reconocía el derecho de las personas migrantes a afiliarse en sindicatos.

El incumplimiento de las reformas pactadas hace que la explotación siga vigente

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Cuatro años después del compromiso, la kafala sigue rugiendo en suelo catarí. Aunque la Organización Internacional del Trabajo asegura que los avances han supuesto un "paso histórico", Amnistía Internacional y Human Rights Watch ratifican la continuidad de los abusos sobre la población extranjera. Los empresarios siguen teniendo un sinfín de facilidades para utilizar de forma desmedida su poder. Además, en la práctica, las personas migrantes se enfrentan a muchos obstáculos cuando quieren cambiar de trabajo o abandonar el país. Si buscan otro empleo, quedan automáticamente señaladas y las represalias de los nuevos jefes pueden ser mucho mayores. El incumplimiento de las reformas acordadas hace que siga predominando la explotación y que los jerarcas sigan teniendo una gran capacidad de control sobre sus trabajadores.

El Golfo Pérsico, Líbano y Jordania

El sistema de la kafala tiene su origen en los países del Golfo Pérsico, con la tradicional pesca de perlas. En los años cincuenta, con el auge del petróleo, se comenzó a desarrollar la versión moderna de este modelo de esclavitud. Son muchos los países que todavía lo mantienen, algunos íntegramente y otros en forma de secuelas. Omán y Líbano son los que tienen las restricciones más duras, con posturas sólidas para mantener el régimen. Baréin, en cambio, fue el primer país en luchar por su derogación. Sacó adelante una ley para permitir a los trabajadores migrantes cambiar libremente de empresa, como hizo Catar, aunque los informes de Human Rights Watch tampoco ven que se aplique de forma efectiva. 

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Las mujeres, víctimas del sistema

El sistema de la kafala explota a personas migrantes en los sectores de la construcción y el petróleo, pero hay un tercer oficio en el que las mujeres se destapan como las víctimas más perjudicadas del régimen: las labores domésticas. Según Amnistía Internacional, trabajan más de 18 horas al día, viven con sus empleadores y pueden pasar hasta un año sin salir de sus casas. Están completamente aisladas, sin teléfono móvil y sin días libres. Además, sufren agresiones laborales, verbales y, como no, sexuales. Si las mujeres cataríes viven privadas de libertades y derechos, las mujeres migrantes lo hacen en el más absoluto olvido. Sin respetos, sin protección, sin kafalas. Las mujeres migrantes en los países pérsicos no son nadie.

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