JERUSALÉN
La ocupación israelí está pasando desapercibida durante la campaña para las elecciones del 17 de septiembre. Es cierto que aquí y allá se pueden espigar ciertas alusiones a los palestinos, pero no es menos cierto que se trata de alusiones tangenciales y en ningún caso aclaratorias. Puede decirse, además, que la ausencia de los palestinos de la campaña no es fruto del azar sino que está sucediendo de manera deliberada.
Tanto el Likud de Benjamín Netanyahu como la oposición de Azul y Blanco dan muestras de que están satisfechos con la marcha de la ocupación. El número de colonos judíos no deja de crecer a buen ritmo, y eso es lo importante. Por el contrario, el sometimiento de los palestinos a un régimen de apartheid e inhumano no le interesa a casi nadie en Israel.
Eso explica que durante la campaña se hable mucho más del futuro de los colonos que del futuro de los palestinos. De hecho, una buena parte de los candidatos que aspiran a obtener un escaño en la Kneset son colonos que llevan muchos años residiendo en asentamientos judíos de los territorios ocupados y cuentan con respaldo político no solo dentro de los territorios ocupados sino también en Israel.
En el aire está el demorado “acuerdo del siglo” que Donald Trump dijo la semana pasada que hará público después de las elecciones, un plan de paz que todo el mundo sabe que ha sido dictado por Netanyahu y se ha cortado a su medida. Es una iniciativa que no tendrá ninguna trayectoria ya que ningún líder palestino podrá aceptarlo de ninguna manera.
Este miércoles el primer ministro israelí se dio un baño de multitudes en la ciudad palestina de Hebrón, donde residen 700 colonos radicales. Netanyahu buscaba los votos de esos colonos, o de una parte de ellos, así como los votos de una parte de los 800.000 colonos que residen en toda la Cisjordania ocupada, incluida Jerusalén. El presidente de la Kneset, Yuli Edelstein, él mismo un colono, ha proclamado que ha llegado el momento de multiplicar “por millares” el número de colonos de Hebrón.
Israel no pierde ninguna oportunidad de acrecentar el número de colonos. Lo puede hacer tranquilamente gracias a la pasividad de los mandatarios europeos, que llevan décadas sin preocuparse lo más mínimo por la creación de un estado palestino. Los mandatarios europeos dicen en público que apoyan la idea de un estado palestino de manera verbal, pero en la práctica se comportan de una manera muy distinta.
No solo los colonos en sí están en el centro de la campaña, sino que Netanyahu mantiene una estrecha relación con todas las formaciones más radicales, xenófobas y racistas que exigen la implantación de la halajá o ley religiosa judía en Israel. Esta circunstancia no debería pasar desapercibida para los mandatarios europeos, quienes sin embargo permanecen con los brazos cruzados y en silencio.
Incluso el partido que lidera la oposición, el “centrista” Azul y Blanco, una formación liderada por generales, ha llevado los actos de la campaña a los asentamientos judíos con naturalidad y con toda la fanfarria posible. Su jefe de filas, el exgeneral Benny Gantz, ha dicho esta semana que, si se presenta el caso, convocará un referéndum para que el pueblo decida si se ha de salir de parte de los territorios ocupados.
Aunque esta idea pueda parecer positiva, la realidad es que los israelíes, tal como muestran una y otra vez de manera consistente las elecciones, rechazan abandonar los territorios ocupados. Las posibilidades de que un hipotético referéndum de esa naturaleza prospere son nulas. Israel solo se retirará de los territorios ocupados mediante una fuerte presión de la comunidad internacional, y en particular de Europa, algo que es imposible dado el comportamiento de los mandatarios europeos, quienes se inhiben en esa cuestión en contra de sus propios intereses.
El populismo de Netanyahu, un nacionalismo exacerbado con fuertes guiños a la religión, ha persuadido a los israelíes de que no hay un socio palestino que esté dispuesto a negociar y, por lo tanto, es preferible continuar con un statu quo que le permite a Israel profundizar en la ocupación. Además, en Cisjordania la calma que ha impuesto el presidente Mahmud Abás es prácticamente total, y esa calma que Abás esperaba que jugara a su favor en realidad está jugando a favor de la ocupación militar.
En este contexto, no puede extrañar que ningún israelí hable de “ocupación” o de una “solución política”, conceptos que han desaparecido completamente de los medios de comunicación. Fueron términos que se usaban habitualmente en la más remota antigüedad pero que hace tiempo han desaparecido del vocabulario político gracias a las decisiones que ha adoptado Netanyahu desde hace una década.
Un reciente artículo del politólogo israelí Meron Rapoport sostiene que la victoria de Netanyahu se manifiesta en que para los israelíes ya no existe la “amenaza de la paz”. En realidad, sería una broma considerar el no nato “acuerdo del siglo” de Trump como una “amenaza de la paz”.
Rapoport alega que al haber desaparecido la “amenaza de paz”, están surgiendo otro tipo de grietas en la sociedad, comenzando por la lucha entre laicistas y religiosos. Tras las últimas elecciones de abril no se consiguió formar gobierno justamente por una de esas grietas relacionada con la llamada “opresión religiosa”.
Es todavía pronto para ver si el conflicto entre laicistas y religiosos se mantendrá en el futuro, pero lo que está claro es que la sensación de los israelíes es que la “amenaza de la paz” ha desaparecido. Por eso es natural que la mayoría de la población judía considere que los palestinos han dejado de ser un problema, lo que explica que la cuestión palestina a duras penas esté en la periferia de la campaña.
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