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Internacional Najib Mikati, el último intento para detener la caída libre de Líbano

Najib Mikati trata de lograr la cuadratura del círculo formando un gobierno que contente a las fuerzas políticas libanesas y a las potencias regionales y occidentales que fiscalizan el país. Prosirio y perseguido por la justicia por presunta corrupción, el multimillonario suní Mikati ya fue primer ministro en dos ocasiones, pero la tarea de gobernar Líbano es cada día más compleja.

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Najib Mikati, el primer ministro libanés habla después de haberse reunido con el presidente del Líbano, Michel Aoun. Dalati & Nohra / Dpa - Only For Use In Spain / Europa Press

Najib Mikati, de 65 años, poseedor de una riqueza de 2.700 millones de dólares según la revista Forbes, la mayor fortuna de Líbano, es el último político a quien el presidente Michel Aoun ha encargado la formación del gobierno, una tarea titánica en la que otros dos notables, Mustafa Adib y Saad Hariri, han fracasado.

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Mikati fue designado para el cargo de primer ministro el 26 de julio contando con el apoyo de 72 de los 128 diputados del parlamento, si bien esa mayoría no garantiza que consiga llegar a la meta ya que los obstáculos que le esperan en el camino son gigantescos.

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Mikati no ha podido escurrirse de las acusaciones de corrupción, pero se trata de una sospecha que recae sobre prácticamente cualquier miembro de la clase política libanesa, de la orientación que sea, desde tiempo inmemorial. Mikati no es una excepción y lo más curioso es que ni Francia ni Estados Unidos han levantado la voz para denunciar que es incompatible con el cargo.

En la última de las dos reuniones que ha mantenido con Aoun, le ha presentado una lista de ministros in péctore que el presidente ha rechazado. Los medios libaneses dicen que la lista propuesta es "desequilibrada" puesto que concede algunas de las carteras de más peso a miembros de la comunidad suní a la que el propio Mikati pertenece.

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Oriundo de la ciudad norteña de Trípoli que baña el Mediterráneo, casado y con tres hijos, Mikati ya ha desempeñado el cargo de primer ministro en dos ocasiones, entre 2005 y 2006 y entre 2011 y 2014, por lo que conoce bien los entresijos de la política libanesa. Pero aunque no es un recién llegado, la formación de gobierno es una misión cada día más compleja.

Su carrera política se inició en 1998, cuando fue designado ministro de Obras Públicas y Transportes, y poco después entró en el parlamento en representación de su ciudad natal. De orientación moderada y prosiria, como tantos otros políticos de su país de todas las confesiones religiosas, Mikati ha mantenido excelentes relaciones con el vecino presidente Bashar al Asad.

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En su segunda presidencia, que arrancó en 2011, contó con el apoyo explícito de los cristianos prosirios de Michel Aoun y de los chiíes también prosirios. Pese a ello le costó cinco meses formar gobierno, siendo entonces la complejidad política de Líbano menor de lo que es hoy, lo que sugiere que ahora Mikati puede necesitar más tiempo.

Sus declaraciones muestran que es optimista y espera formar pronto un ejecutivo básicamente tecnócrata que se encargue de sacar a Líbano del pozo sin fondo donde se encuentra. Pero el éxito no solo depende de él, sino también de la buena voluntad de las principales fuerzas del país, que defienden sus intereses particulares con más dedicación que los generales.

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Y no solo depende de la voluntad de las fuerzas locales, sino también de la voluntad de las potencias extranjeras, entre las que están por supuesto Estados Unidos y Francia en lo tocante a Occidente, e Irán, Siria, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y el omnipresente Israel, lo que da una idea de las dificultades que aguardan a Mikati, máxime si se considera que las ambiciones de todos esos países no son coincidentes sino más bien opuestas.

En cuanto a su posible implicación en asuntos de corrupción, hace dos años, en 2019, la fiscalía de Beirut presentó cargos contra Mikati por haberse enriquecido presuntamente con préstamos públicos en el sector de la vivienda. Pero si las sospechas de corrupción sirvieran para descartar candidatos, probablemente ningún político libanés podría ser primer ministro.

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La vida de Mikati es la de cualquier megamillonario que hace ostentación de su riqueza. En el puerto de Trípoli tiene amarrado un sofisticado superyate construido a su medida en astilleros italianos. Con una eslora de 79 metros, tiene una tripulación de 24 miembros, camarotes para 12 pasajeros y quien lo desee puede alquilarlo por solo un millón de dólares a la semana.

Por supuesto, también dispone de dos aviones de lujo para sus vuelos privados. Habitualmente reside en un palacio de Trípoli desde el que puede ver su yate, pero cuando está aburrido puede instalarse en su lujoso apartamento de Mónaco.

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La inmensa fortuna la empezó a amasar al lado de su hermano mayor, quien a finales de los años 70 fundó una empresa de construcción en los Emiratos Árabes Unidos que pronto se convirtió en una máquina de hacer dinero y llevó a la familia a introducirse en otros negocios, especialmente en las comunicaciones y la inversión, también presentes en Europa.

La desesperada situación de Líbano exige la rápida formación de un gobierno para que inmediatamente empiece a hacer frente los innumerables problemas del país, especialmente económicos. Mientras el estado se desmorona, no está claro si Mikati conseguirá frenar la deriva y formar gobierno, ni tampoco si este será bendecido por EEUU y Francia. Si esto no ocurre, el desmoronamiento del país se acelerará.

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