Hospitales Venezuela Crisis hospitalaria, el cáncer de Venezuela
El sistema de salud público del país atraviesa una de sus mayores crisis. En plena depresión económica y en medio del bloqueo comercial, los hospitales carecen de infraestructuras básicas, agua y medicinas. Gran parte de los doctores han emigrado ante la caída de sus salarios y por las difíciles condiciones en las que tratan a los pacientes. Acompañado de los trabajadores, Público recorre el interior de un hospital oncológico de Caracas
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caracas,
En uno de los pasillos del Hospital Oncológico Luis Razetti de Caracas, decenas de ramos de flores y algunas velas se arremolinan a los pies de una estatua a tamaño real de José Gregorio Hernández, un médico venezolano que durante el siglo XIX pasó a la historia por su caridad y preocupación por los más desfavorecidos. Tanto fue así que hoy es considerado un santo en el país, diga lo que diga el Vaticano, y se le beatifica en cada clínica, hospital o centro de salud. A un metro de la efigie, sin velas ni adornos florales, acumula polvo una gran máquina para realizar tomografías, pruebas de rayos X determinantes para la detección, entre otras cosas, de tumores en todo el cuerpo. No funciona desde hace años —nadie recuerda cuántos con exactitud— y nadie ha venido a repararla o a sustituirla. La escena resume a la perfección la situación de emergencia que se vive en el centro hospitalario, uno de los principales del sistema público de salud para el diagnóstico y tratamiento de cáncer.
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Es posible que una vela a San Gregorio tenga el mismo efecto que una visita a este hospital ubicado en el barrio de Cotiza, al noroeste de la ciudad. El armazón es bello, de estilo neocolonial, dos plantas, un sótano y un gran patio interior que llena de luz los pasillos de lo que, a principios del siglo XX, fue un asilo para mendigos. La hora de las pruebas médicas ya ha pasado y apenas hay ajetreo en las estancias.
Es lunes y, en los quirófanos del Luis Razetti, están programadas las operaciones de cáncer de mama. Sin embargo sorprende la tranquilidad del personal en una de las salas. “Es que no hemos podido operar hoy. No funciona el aire acondicionado y sin la temperatura adecuada se pueden contraer infecciones en las intervenciones quirúrgicas”, explica Enmanuel Portilla, licenciado y asistente de quirófano de 35 años, seis de experiencia en el centro. Una sonrisa de esas que se ponen para tapar la desidia precede a la larga lista de cosas que no funcionan en el hospital, donde es frecuente que se cancelen las citas quirúrgicas. “No tenemos gran parte del material necesario para hacer nuestro trabajo”, lamenta tras pensarse un rato si facilitar su nombre al periodista por temor a represalias de la dirección. “Muchas veces no hay analgésicos, pocas veces hay anestésicos, no hay relajantes musculares. Hay fallas de todo tipo, se han robado hasta los cables eléctricos de medio hospital y no se opera a pacientes porque no hay anestésicos de gas inhalatorio. Si miras esta ampolla verás que está caducada de 2018, y muchos de los escasos medicamentos que tenemos están vencidos desde hace más de un año”, afirma. Sus compañeras, vestidas con bata verde, asienten y corroboran la versión del licenciado.
Esa es la situación actual, que ha empeorado drásticamente desde hace alrededor de dos años, sostiene el enfermero mientras muestra el estado de los quirófanos. Hay cinco en el hospital, pero tres se han convertido el almacenes de camillas, focos, repuestos y trastos averiados. “Algunos no funcionan porque no hay equipo suficiente. Otros, directamente, porque ya no quedan tantos médicos cirujanos en el país”, resume. De hecho, el propio Portilla está preparando los papeles para poder emigrar de Venezuela. “Muchos compañeros se han ido. Éramos 15 o 20 y hoy somos cuatro para un área quirúrgica. Aquí no puedo ni desarrollar mi carrera ni tener un nivel de vida mínimamente aceptable, y tengo una titulación y tres posgrados”, sentencia mientras muestra las humedades de uno de los quirófanos operativos. “Estamos como en una guerra. Hacemos lo que podemos con lo que tenemos. Nos llega poco material quirúrgico y, el que llega, suele ser chino, de muy mala calidad o, simplemente, no sirve para el tipo de operaciones o suturas que tenemos que practicar”, dice.
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"Son los propios pacientes los que deben comprar los medicamentos en el mercado negro"
Portilla recuerda que en este hospital se extirpan tumores a pacientes que, después, deben continuar un tratamiento de quimioterapia o de radioterapia, pero es muy poco frecuente que se puedan completar o seguir con regularidad. “No siempre hay antibiótico para la quimio y la mayoría de las veces son los propios pacientes los que deben comprar los medicamentos en el mercado negro o traer ellos gran parte del material que se usa en las operaciones”, explica. Es normal encontrar pegados en las paredes de los corredores anuncios de tratamientos de quimioterapia o de calmantes de algún paciente que los compró y no tuvo tiempo de usarlos. “En cuanto a la radioterapia, las máquinas no funcionan desde hace dos años. El único equipo que funciona está en otro hospital, y funciona entre comillas, porque también trabajo allá. Hace dos años que no podemos tratar con radioterapia bien”, sentencia.
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Una planta más abajo, en la verja del pasillo que lleva a la zona de rayos, un cartel escrito a mano confirma las declaraciones de Portilla. “Se informa a los pacientes de que no habrá cita para medicina nuclear hasta nuevo aviso”, dice. En una de las salas, una enfermera que prefiere no revelar su nombre "para evitar problemas" muestra el equipo con el que se realizan colonoscopias. “No hay ningún mantenimiento. Este cable contiene fibra de vidrio y lo he remendado yo tres veces con esparadrapo. El doctor dice que la máquina no sirve porque todo lo ve borroso. Tiene ya 15 años, pero aunque el Gobierno quisiera repararla no podría porque la Empresa, Fuji, se fue del país”, lamenta. Lo mismo pasó con Olympus, marca de la otra máquina con la que contaba el centro, ya siniestro total. La situación no siempre fue así, explica la trabajadora, que lleva en el Luis Razetti más de dos décadas. “Aquí se hacía de todo hace 20 años. Colonoscopias, gastroscopias… Había equipos antes de Chávez y él reemplazó y modernizó algunos, pero desde hace pila de años no se reparan las cosas que se dañan o las empresas no vienen a hacer mantenimiento porque no se les paga”, asegura. “El doctor pide cada semana un equipo nuevo o la reparación de este, pero la dirección del hospital toma nota y nada más”, sentencia la enfermera.
Dos salas más allá, el técnico de rayos X examina radiografías pulmonares en una penumbra total delante de un monitor de ordenador. “Tenemos que hacerlo en la pantalla porque no hay película para imprimirlas. Al menos la máquina de rayos funciona, aunque tenga sus fallitas. Hacemos lo que podemos, porque tampoco funcionan los CD”, confiesa resignado. El otro tomógrafo del hospital sí funciona, pero han tenido que descargar de Internet un programa especial para ver los resultados en el ordenador. “Trampeando es como funcionamos aquí”, sonríe el técnico.
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Las carencias tecnológicas y farmacéuticas no son de extrañar en un país sumido en una profunda crisis económica. La hiperinflación y la drástica caída del valor de la moneda, sostenida en un barril de petróleo cuyo precio empezó a caer bruscamente desde 2014 hasta dejarlo en la mitad de su valor, unido a un bloqueo comercial y a unas duras sanciones económicas al país por parte de EEUU explicarían gran parte de esta coyuntura en los hospitales de Venezuela. Eso sin contar los recientes apagones, que han agudizado aún más el ya precario día a día sanitario, y los altos índices de corrupción en el país. Público ha preguntado por las razones de esta situación al Ministerio de Salud de la República Bolivariana de Venezuela, pero aún no ha recibido respuesta.
"La herida corre riesgo de contaminarse. Es cuestión de higiene porque no hay agua y no se desinfecta bien"
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¿Apatía gubernamental o guerra económica del imperialismo yanqui? Es evidente que hay más de un culpable en esta crisis, pero sólo una víctima, siempre la misma: los venezolanos más humildes, como Manuel Ramos, de 41 años. En la primera planta del hospital, sentado en una silla de plástico a los pies de la cama, este caraqueño cuida de su madre, que reposa con cara de dolor en una cama de la desconchada habitación. Hace días que la operaron y le acabaron amputando la pierna izquierda. “Los doctores me dijeron que me la lleve cuanto antes de aquí porque la herida corre riesgo de contaminarse. Es cuestión de higiene, porque hace tiempo que no hay agua corriente y no se desinfecta bien”, explica resignado el hombre, que ha traído su propio termo para mantener el agua fresca que le da a su madre de vez en cuando.
Dice que el personal les trata bien pero que no tienen gran cosa con la que ayudarles. Manuel no encuentra la forma de llevarse a casa a su madre, sobre todo ahora que no puede andar y no hay una ambulancia que la traslade. Le gustaría llevársela hoy mismo “porque el peligro es grande”, explica señalando al cuarto de baño. Al cruzar la puerta el olor aumenta. El baño es un desastre con puertas de metal que no se cierran del todo, con lavabos rotos y váteres sucios. No se puede tirar de la cadena. Los excrementos se desalojan a base de cubos de agua, pero no siempre hay con qué llenarlo.
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En la habitación de al lado, un enfermo observa al periodista a través del plástico rasgado que ahora hace las veces de cristal. Una enfermera le acerca un medicamento, un calmante para el dolor, explica. No puede darle uno cada vez que lo necesita. “La gente aquí sufre, las condiciones no son las adecuadas y hay que decirlo así de claro”, zanja la trabajadora, que tampoco quiere dar su nombre ni aparecer en las fotos.
Misma escena, distintos hospitales
Pero no es un hecho aislado, explican los profesionales. Todos los hospitales públicos de Caracas pasan por las mismas penurias. Portilla, el asistente de quirófano, no quiere ni pensar cómo estarán los centros de fuera del Distrito Capital. “Aquí mucha veces no hay ni material de limpieza para los quirófanos. Agua y jabón se usa a menudo. Es un peligro y las infecciones contraídas en los propios hospitales han aumentado mucho”, dice. Así son todos los indicadores. Mucho, poco, bastante, casi, algo, nada. No hay estadísticas oficiales en materia sanitaria desde hace años. El Gobierno no las publica, dicen. Quizás ni siquiera las recoja, se temen.
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A pocos kilómetros, en la ciudad universitaria de Caracas, la doctora María Eugenia Landaeta, jefa de servicios de infectología del Hospital Universitario de Caracas, enumera las mismas escenas que en el Luis Razetti. Recibe a Público junto a su compañero Martín Carballo en un angosto despacho de la segunda planta del gigantesco edificio. Carballo bromea porque sólo ha habido que subir dos plantas por las empinadas rampas exteriores del hospital. Los ascensores no funcionan, desde mucho antes del primer apagón. “Imagina que eres una mujer embarazada y estás de parto. Tienes que subir andando hasta la décima planta”, comenta.
El doctor es de los que ríe a carcajadas a medida que enumera las barbaridades a las que se enfrentan a diario. Ya se ha enfadado demasiadas veces, explica. “Es inconcebible que tengamos los hospitales sin agua corriente. Hoy tenemos un hilito en algunos grifos, pero llega sólo a la tercera planta”, explica con su eterna mueca. Si no se lo toma con esa actitud ya se habría marchado del país. “Aquí los que quedamos es por pura terquedad y por vocación. Por los pacientes y por los médicos residentes que están aprendiendo”, confiesa la doctora Landaeta. Carballo revisa en su móvil sus últimas nóminas para ilustrar la situación. Ambos doctores ganan 16.000 bolívares al mes, algo más si hacen guardias. Unido a sus salarios como profesores universitarios llegan a los 25.000 bolívares mensuales, menos de diez euros. “De esto no se puede vivir, nos mantenemos gracias al trabajo en clínicas privadas y también están cerrando algunas por los problemas para adquirir insumos y por la inflación”, reconoce.
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“El problema es estructural y es antiguo, pero con la crisis económica que se agudizó hace dos años se ha empeorado muchísimo. Por aquí han pasado varios directores y juntas directivas pero el hospital sigue en las mismas. No se puede, el Gobierno no tiene capacidad para resolver la situación. No la tiene en situaciones normales, mucho menos en un contexto de apagones y escasez de agua”, lamenta Landaeta. Por su parte, Carballo sentencia que la crisis va más allá de la fuga de cerebros y del bloqueo que impide la compra de medicamentos. “El departamento de nutrición de este hospital ha pasado de 40 nutricionistas a nueve en sólo dos años. Se han ido porque no tiene sentido que estén. Los pacientes comen casi todos los días lentejas con arroz. Aquí no engordan, al contrario, se debilitan más. Y ya ni hablamos de los que tienen que seguir una dieta especial, los diabéticos, los hipertensos…”. El infectólogo sólo tiene una cosa más que decir. “Había 1.200 camas en este hospital y siempre ha estado lleno. Ahora, con 300 camas, nos sobran. ¿Dónde están esos pacientes que antes estaban aquí? O muertos o muriéndose en sus casas. En las clínicas privadas no están porque no tienen dinero para ir”, concluye.