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Actualizado:A pocos minutos de la salida de Kiev por el oeste, en dirección a Bucha, comienzan a aparecer los restos de lo que fue una batalla infernal. Tanques, camiones cisterna y automóviles reventados, gasolineras reducidas a escombros, restaurantes y grandes supermercados agujereados y consumidos por el fuego, socavones en la carretera abiertos por letales proyectiles, árboles arrancados de cuajo. Una visión apocalíptica que augura lo que ocurrió en las zonas pobladas. Pero no solo fue Bucha. Las represalias contra la población civil en poblaciones cercanas como Borodyanka, Zabuyannya, Ozera, Zahal'tsi o Andriivka, entre otras, situados también en el oblast (provincia) de Kiev, a pocos kilómetros de Bucha, sufrieron la misma suerte.
El ejército ruso entró en suelo ucraniano desde Bielorrusia y ocupó las ciudades y pueblos de esta zona durante más de treinta días. Todavía se pueden encontrar cadáveres, probablemente minados, en el arcén de las carreteras "sin limpiar" y proyectiles sin detonar incrustados en el asfalto. Los equipos de rastreo trabajan contrarreloj para desactivar las minas antipersonas. También en los alrededores y dentro de las viviendas. Petro Ivanovich ha tenido la osadía de escribir "Putin, escoria, vete a chuparla" en uno de esos proyectiles sin estallar de más de metro y medio de largo incrustado en el suelo, justo detrás de su cobertizo. Según el Gobierno ucraniano, las unidades estatales de servicio de emergencia han desactivado, hasta la fecha, más de 68.000 artefactos de munición de artillería y 1938 bombas lanzadas desde el aire en todo el territorio ucraniano, principalmente en el este del país.
Los familiares de los muertos de Andriivka han huido. Solo quedan cuarenta vecinos en el pueblo
Pero por encima de la destrucción está la pérdida de vidas humanas, de desaparecidos, de civiles asesinados a sangre fría, de crímenes sin sentido. En Bucha se han encontrado más de 400 cadáveres, en Borodyanka cuentan más de 300. En Andriivka, un pueblo de 2.500 habitantes, recogieron 53 cadáveres. Los mataron en las calles, pero también los encontraron en los jardines, en los sótanos y en sus hogares. En el cementerio, a las afueras del pueblo, se celebra un funeral con apenas siete asistentes. Ya han enterrado a la mitad de los muertos. El resto queda por identificar, una tarea complicada porque los familiares de los muertos de Andriivka han huido, como la mayoría de todas las zonas urbanas de alrededor. Solo quedan cuarenta vecinos en el pueblo.
Olga Stepanivna tiene atado un pañuelo de flores en la cabeza y lleva a su nieto de la mano. Es difícil ver a niños en estos pueblos porque sus madres huyeron para ponerlos a salvo. Atento, escucha el relato de su abuela. "Huimos antes de que llegaran los rusos, cuando volvimos nos dijeron que a mi hermano lo habían matado a puñaladas, su cuerpo lo encontraron tirado al final de la calle, la autopsia dice que murió el 24 de marzo".
Eso es todo lo que sabe Olga de su hermano Gregory de 60 años, uno de los cuatro hombres que permanecieron en Zahal'tsi para cuidar de las casas. El crio no quita ojo a su abuela mientras cuenta la historia entre sollozos delante de un tanque ucraniano reventado por los rusos.
Este pueblo, situado a ocho kilómetros de Borodyanka, sufrió bombardeos durante tres días desde una aldea cercana. El ejército ucraniano intentó defender a la población "pero la fuerza desigual de ambos bandos los hizo retroceder", como explica Buryak Viachislav Petrovich que vivió esos tres días en el sótano de su casa. "Después entraron en el pueblo y, entre el 7 y el 28 de marzo, se dedicaron a derribar las casas, la farmacia y todo lo que encontraban", añade Buryak.
Durante esos días de ocupación se cebaron con la población civil. A su vecino lo mataron a puñaladas porque había escondido a dos soldados ucranianos heridos en su casa. El reguero de sangre alertó a los soldados rusos. Tres jóvenes se atrevieron a salir a un taller para recoger algunas herramientas y lanzaron un proyectil sobre ellos. Otro chico de su calle salió a buscar algo de comer, le dispararon en la pierna, el chico salió corriendo y pisó una mina. Murió en el acto. Y así se suceden las historias de terror que vivieron esos días temiendo por sus vidas.
Borodyanka, un parque temático del horror
La entrada de Borodyanka, una población de más de 13.000 habitantes, es lo más parecido a un parque temático del horror. A un lado de la carretera que atraviesa el pueblo, la barbarie se cebó con bloques enteros de viviendas de ocho plantas abiertos en canal, como si el peor terremoto hubiese removido los cimientos. Frente a ellos, al otro lado de la carretera, y en medio de una plaza, la estatua del poeta nacionalista Taras Shevchenko los mira con un tiro en la sien. En el interior de los edificios se amontonan los muebles hechos añicos, objetos personales revueltos, ropa, libros, escombros de tabiques ennegrecidos por el fuego y restos de comida que producen un olor insoportable.
¿Y el futuro? "Ahora solo tenemos que pensar en cómo ganar esta guerra y después reconstruiremos nuestros hogares"
En un octavo piso se encuentra Procopchuk Leonid Vasilovich intentando recoger de su vivienda algún objeto aprovechable. Pero Leonid advierte que el techo del apartamento se puede desplomar en cualquier momento. Su mujer, refugiada en la provincia de Rivne, solo ha visto lo que queda de su vivienda por fotos. Pero no ha querido venir "porque no lo soportaría", explica Leonid ¿Y el futuro? "Ahora solo tenemos que pensar en cómo ganar esta guerra y después reconstruiremos nuestros hogares".
Leonid no muestra una pizca de rencor, solo piensa que los rusos han hecho esto a la gente porque es una nación sin sentido. En 1986 este hombre sirvió en el ejército de la antigua Unión Soviética como militar profesional. "Durante toda la vida hemos vivido juntos y ahora nos ven como enemigos" mientras afirma no tener palabras para calificar lo que está sucediendo.
"Los verdaderos guerreros luchan en el campo de batalla, entre ellos, y no destruyendo las viviendas de la población civil", comenta Leonid sin dejar de mirar el techo y terminando, a toda prisa, su frenética tarea en lo que fue su hogar hasta el 24 de febrero.
Los soldados rusos ordenaban entregar los teléfonos móviles para destruirlos
Poco ha quedado en pie en esta localidad. La oficina de correos, la comisaría de la policía, tiendas de muebles, supermercados y farmacias han sido objeto del fuego de los carros de combate. Cuentan los vecinos que cuando los rusos entraron en Borodyanka tomaron la ciudad y se dedicaron a romper todas las cerraduras de las casas de planta baja. También ordenaban entregar los teléfonos móviles para destruirlos.
Ivanish Olga Ivanivna fue de las pocas vecinas que soportó todo el tiempo de ocupación en su casa. "Tengo 26 gatos y no podía abandonarlos". Le suplicaba diariamente a los soldados, apostados en su puerta, que respetaran su casa y pudo comprobar como saqueaban y destruían las viviendas. "Lo hacían a carcajada limpia".
Uno de esos días, un tanque destruyó con fuego directo la casa situada detrás de la suya con una mujer y su hija dentro. Las dos murieron. La onda expansiva de la explosión reventó las puertas y ventanas de su casa y Olga pensó que la suya sería la siguiente.
A la vecina de Olga, Stenka Natalia Gregorivna, de 68 años de edad, le ocuparon la casa durante un mes. La saquearon, se llevaron los electrodomésticos, se comieron los cerdos y las gallinas, robaron la cosecha de patatas y verduras que guardaban en el cobertizo y se llevaron la única vaca que tenía atada a un tanque. Natalia se refugió con su marido, entonces, en el sótano de una vecina porque tenían miedo a morir y, días más tarde, huyeron a Ternópil, una ciudad situada al oeste del país donde todavía están allí sus nietos de 11 y 19 años.
El 5 de abril volvió con su marido y se encontraron el desastre en el que se había convertido la ciudad. "Ni a mi peor enemigo le deseo la pesadilla que hemos vivido", explica Natalia entre lágrimas. Ahora no tienen con qué alimentarse y dependen de los continuos repartos de alimentos y productos de primera necesidad.
Ayuda humanitaria
Los voluntarios viajan todos los días desde Kiev con furgonetas o coches particulares para repartir alimentos, productos de higiene, mantas, almohadas, medicamentos o velas para alumbrarse. Todo lo necesario para subsistir ya que no se puede conseguir nada en este pueblo. Ni en los alrededores. En la capital hay 150 almacenes oficiales a donde llega la ayuda humanitaria tanto del interior de Ucrania como del exterior.
"Pero hay muchos más no registrados", como explica Viktoriia Olonutska, responsable de la asociaciones humanitarias Nash Kiev y Gastroarmia. Los centros base de estas asociaciones están repartidos por toda la ciudad. Uno de ellos está situado en la sala de entrada de la Facultad de Arquitectura de Kiev, donde se amontonan las cajas de ayuda. De ahí, salen diariamente los voluntarios para el reparto a todas las zonas afectadas por los bombardeos.
Uno de ellos es Maksym Yushchuk, un ucraniano criado en Huelva pero que no ha dudado en desplazarse a su país de origen para ayudar: "No podía seguir en España sabiendo lo que está sufriendo la gente", explica. Uno de esos centros de recepción de ayuda no oficial y que, por tanto, no se encuentra registrado en el cómputo de centros oficiales, es regentado por Alexander Kovtun. Antes de la guerra era un almacén dedicado a la venta de muebles y, Alexander, su dueño, lo utiliza, ahora que nadie compra muebles, para apilar la ayuda humanitaria que llega de los países europeos. Acaba de llegar un trailer desde Grecia y varios voluntarios se afanan, como hormigas, en recoger la carga que, después, repartirán por las áreas necesitadas.
Once tanques en el solar de su casa
En el solar de Lida Tishkovest, una anciana de 77 años, entraron once tanques y un camión
Tampoco hay energía eléctrica, ni agua corriente, ni gas para las estufas porque las tuberías están destrozadas y cerradas por miedo a las explosiones. Por eso, Lida Tishkovest, una anciana de 77 años, pero que parece tener 10 años más, se queja del frio como una niña. En el solar de su casa en Ozera entraron once tanques y un camión. Entonces fue cuando decidió mudarse a casa de su vecina. Lida llora desconsoladamente mientras cuenta lo que ocurrió esos días de ocupación y repite con ansiedad el frío que soporta.
Los rusos cavaron un gran agujero en la parte trasera, justo al lado de los cimientos de su vivienda, para disimular la presencia de sus tanques y ella les pedía que no lo hicieran porque temía que la casa se desplomara. Los soldados le respondían: "Cállate vieja, vete de aquí". "No entiendo como mi corazón ha aguantado tanto", se queja Lida. Los cristales de sus ventanas volaron con las explosiones y la lluvia entra en la casa por los numerosos agujeros de metralla que tiene en el tejado.
Toda una vida de trabajo reducida a escombros
La casa de Oleksadrovna está reducida a escombros y solo quedan unos cuantos muros en pie: "Lo único que se ha salvado es el perro y el gato"
Peor suerte corrió Lubov Oleksadrovna Lushik en la población de Andricvka situada a ocho kilómetros de Borodyanka. Su casa está reducida a escombros y solo quedan unos cuantos muros en pie. "Lo único que se ha salvado es el perro y el gato", comenta Lubov. Los soldados habilitaron el sótano, lugar donde se guarda la cosecha, para dormir. Utilizaron sus sábanas y mantas para cubrir las paredes ennegrecidas por la mala combustión de una chimenea que encendían para calentarse cada noche. Y allí extendían sus catres donde permanecieron durante 15 días.
Cuando llego el ejército ruso al pueblo, pudieron observar desde la ventana como derribaban la casa del vecino de enfrente y fue cuando decidieron esconderse en el sótano hasta que los soldados les ordenaron que salieran apuntando con sus armas. "No disparéis, hay niños pequeños", gritaba Lubov.
"Al principio los soldados se comportaban bien con nosotros, pero cuando detectaron la presencia de tropas ucranianas comenzaron a ponerse nerviosos y agresivos". Entonces fue cuando Lubov, su madre de 80 años, sus dos hijos con sus parejas, y los tres nietos decidieron marcharse a Rivne, situado al oeste del país.
Los soldados rusos les propusieron refugiarse en Bielorrusia: "Nos dijeron que nos llevarían en sus tanques pero nos negamos"
Los soldados rusos les propusieron refugiarse en Bielorrusia. "Nos dijeron que nos llevarían en sus tanques pero nos negamos". Cuando Lubov volvió de Rivne el 5 de abril se encontraron la casa destruida. "Ni en mi peor sueño pude imaginar esto, cuarenta años hemos tardado en construir esta casa para toda la familia y ahora...".
La ciudadanía ucraniana dispone de una aplicación que incluye el pasaporte digital. También se pueden hacer operaciones que van desde donar dinero para ayuda humanitaria hasta describir la destrucción sufrida por las viviendas en la guerra para conocimiento del Gobierno ucraniano. En una videoconferencia ante el FMI y el BM, Zelenski ha valorado en cientos de miles de millones necesarios para la reconstrucción del país.
La población ucraniana suele ir construyendo sus casas a medida que disponen de ahorros. Son reacios a pedir hipotecas sobre todo en las áreas rurales. Es el caso de Stepan Boyarchuk Ivanovich de profesión constructor. Como Lubov, tenía una casa grande en la localidad de Zahal'tsi, para su familia que incluía a su mujer, su hijo y su nieto y que construyeron con los ahorros de toda una vida de trabajo.
Después de la ocupación del pueblo le quedan solo los muros y un techo totalmente dañado. "Ver mi casa así con 70 años que tengo..." y rompe a llorar "¿Dónde me voy a ir? No tengo donde ir", musita conmocionado para terminar diciendo: "Solo deseo que los animales que han hecho esto sufran lo mismo que nosotros".
Zelenski ha valorado en cientos de miles de millones necesarios para la reconstrucción del país
A partir de Ozera, situado a 10 kilómetros al norte de Bucha, los soldados ucranianos prohíben la circulación. La posibilidad de pisar una mina es alta. El ejército retira la munición y artefactos explosivos de caminos y campos. Pero también de las viviendas. Leonid Yakovenko tenía en su huerta 10 cajas de munición de los rusos. El ejército ucraniano le dejó las cajas vacías para que las utilizara como combustible para cocinar. En el sótano de una casa metieron toda la munición encontrada en el pueblo y la hicieron explotar. Aún quedan los restos de automóviles de civiles calcinados en muchas de las carreteras de la zona, con los pocos objetos personales que necesitaban en una huida precipitada. Pertenecían a familias que intentaron salir del infierno. Y lo encontraron en el camino hacia un lugar más seguro.
Ahora toca recoger los restos de la batalla, restablecer las líneas eléctricas, reparar las tuberías del gas y agua para todas estas poblaciones. Una tarea ardua que realizan voluntarios y funcionarios de los ayuntamientos con toda la celeridad que pueden. Mientras, manadas de perros y gatos abandonados vagan hambrientos. Husmean en las trincheras, entre los restos de la guerra. Pero nada encuentran. Quizás, la vuelta de los refugiados, sus dueños, no sea inminente. Mientras tanto, son los abuelos los únicos testigos de una barbarie de la que, tal vez, no tengan vida para recuperarse.
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