Guerra Rusia - Ucrania La odisea de los universitarios de Járkov en medio de la guerra: "No sé dónde están mis padres"
Mariya, de 19 años, estudiaba Medicina en la segunda ciudad de Ucrania cuando las tropas rusas invadieron el país. Tras 24 días lejos de su familia, espera un tren que la lleve lejos de los frentes y los bombardeos.
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Járkov (Ucrania), Actualizado:
"Nuestro tren sale en dos horas, aunque todos vienen con retraso", afirma Mariya, de solo 19 años, enfundada en un gorro de lana y con una pequeña maleta como único equipaje. Ya ha caído la noche y respira tranquila porque ha logrado llegar entera a la estación. Espera un tren que la saque del caos de Járkov, la segunda ciudad más grande Ucrania, a 500 kilómetros al noreste de Kiev y tan solo a 80 de la frontera con Rusia.
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La joven aguarda junto a tres amigos un convoy que les lleve a Kropivnistkii, una ciudad aún tranquila en pleno centro de Ucrania donde confían en reunirse con unos conocidos que les den cobijo durante un tiempo.
Hasta hace 24 días, Mariya era una estudiante que vino de Mariúpol, en el este del país, para cursar primero de Medicina. Hoy, su ciudad de origen está devastada, y ella y sus tres compañeros son solo cuatro jóvenes asustados y a los que el conflicto ha separado de sus familias y los ha dejado indefensos a pocos kilómetros del frente y bajo una diaria lluvia de misiles.
Desde el mismo 24 de febrero, Járkov resiste un fuerte asedio de la infantería, un constante y recrudecido bombardeo que ha devastado varios barrios, incluyendo el Ayuntamiento. Antes de la invasión, casi un millón y medio de personas recorrían sus calles. Ahora, los que quedan se esconden antes de que caiga el sol. Algunos lo hacen en esta estación llena de montañas de zapatos y prendas que un grupo de voluntarios va apilando en una de las salas. La ropa no sobra en este lugar donde el termómetro ronda los diez grados bajo cero por la noche.
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Mariya y sus amigos dicen que la guerra les va persiguiendo. Los cuatro son de la región del Donbás, donde prendió la primera chispa entre el Gobierno formado tras la revolución del Maidán y los separatistas prorrusos de Donetsk y Lugansk, en 2014. "Aquí estábamos tranquilos. Era una ciudad de estudiantes, vivíamos bien, pero ahora muchos nos hemos quedado aislados y solos lejos de casa", explica Alex, otro de los chavales.
Los tres chicos, de entre 22 y 23 años, estudiaban programación en la segunda universidad más antigua de Ucrania, fundada a principios del siglo XIX. De su campus han salido dos premios Nobel, contiene 19 facultades, empleaba a casi 3.000 funcionarios y profesores y 15.000 alumnos pasaban por sus aulas cada día. "Éramos miles de estudiantes. Muchos han estado y estarán en muestra misma situación", sostiene Rinat. "Sabíamos que podía pasar algo, venimos de una región peligrosa, pero nunca pensé que tendría que irme de Járkov, que Putin iba a querer invadir todo el país. Es una locura", apostilla.
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Al tercer día de la invasión, su residencia echó el cierre y tuvieron que instalarse en un refugio común hasta poder trazar un plan de huida. "Tampoco podíamos volver a casa, porque en el Dombás la situación también es dramática. No sabíamos a dónde ir así que decidimos quedarnos aquí hasta ver qué hacían nuestros familiares y si podíamos reunirnos con ellos", explica la aspirante a médico.
"Yo ni siquiera sé dónde están mis padres", lamenta Mariya. Vivían en Mariúpol, la ciudad más castigada por los indiscriminados bombardeos rusos, aislada, asediada y sin suministros de ningún tipo. "Hablé con ellos hace un día. Me dijeron que iban a intentar salir de allí en uno de los corredores humanitarios que se habían pactado. Pero no he vuelto a tener noticias suyas. No sé si les ha pasado algo", explica con tanta serenidad que más bien parece anestesia. "En realidad, ahora mismo no sé cómo me siento. He llorado, me he muerto de miedo, me he enfadado... Ahora es como si no sintiera nada", comenta en una estación reconvertida en refugio de viajeros que huyen y de personas sin hogar.
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Aunque Mariya se asusta, como todos, cuando las grandes cristaleras del edificio vibran tras la última explosión. "No te acostumbras nunca, y eso que nosotros llevamos ocho años en guerra", resume Rinat.