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GAZIANTEP (TURQUÍA).- Tiñen de rojo y verde unas manos recortadas en papel. Las juntan y hacen un pájaro que lleve un mensaje a alguien querido. En la minúscula clase, que no agrupa a más de diez niños, algunos pájaros empiezan a revolotear. Llevan un mensaje a los padres fallecidos, a la maestra o a un árbol. Otros pájaros no despegan, se quedan inmóviles encima del pupitre. No hay nadie a quien llevar un mensaje.
“Muchos niños rechazan hablar o se refieren a sus padres fallecidos y a su vida en Siria de una manera muy fría, y te das cuenta de que no hay ningún sentimiento en lo que cuentan. Otros no hablan nunca, como si fuera una vida que no ha existido, no su propia vida; dicen no recordar nada. Entonces debo romper este hielo, hacer que lloren, que expresen otra vez su dolor. Necesitamos psicólogos que ayuden a los niños a liberarse de sus traumas”, comenta Ahlem, una psicóloga que lleva dos semanas trabajando en uno de los orfanatos abiertos en Gaziantep.
Ella lleva a cabo sobre todo actividades corporales: bailar, cantar, confeccionar cosas con las manos y pintar. “Los niños deben poder aceptar lo que han vivido y recomponerse. Ahora están muy desorientados, como si fueran pedacitos de algo, nunca están tranquilos. Además les inculcamos que ellos son el futuro de Siria. La peor destrucción que podría traer la guerra sería que estos niños no se recuperasen nunca. Perder el país o a los padres no es la mayor pérdida. Lo peor sería que un día estos niños no pudieran volver a reconstruir sus vidas”, advierte Salim Abdulghani, director del orfanato Kaws Kuzah (Arco Iris).
Algunos niños vuelven a la vida después de unos meses en el centro. Otros padecen insomnio, quieren estar con sus padres que han fallecido y no quieren seguir viviendo: “Ayer un niño no quiso jugar con los demás. Cuando le preguntaba por qué no se juntaba con nosotros, la respuesta era directa: no quiero. Entonces le repetí: dime qué quieres y cumpliremos tu deseo. Quiero ir con mi padre al paraíso y no estar aquí”, cuenta la psicóloga sobre un niño de nueve años.
En el orfanato quieren que los niños vuelvan a ser capaces de imaginar su futuro, aunque hayan perdido su infancia: “Tener a una generación entera sin apoyo y sin escuela, esta es la mayor destrucción”, explica Salim Abdulghani. Sara tiene siete años y acaba de llegar de Siria, y Leila lleva ya dos años en Turquía. Son de Alepo, y les gusta vivir en Gaziantep. De Siria recuerdan el entorno: la familia y los amigos, aunque ahora no tienen a nadie con ellas. De mayores quieren ser profesoras de inglés y regresar a su país.
Salim y su mujer decidieron montar el orfanato cuando comenzaron a ver niños mendigando por las calles. La esposa, de origen palestino, sale a la calle a recoger literalmente a los niños: “Muchos están mendigando, venden pañuelos o cometen pequeños robos. Otros están en fábricas de zapatos o bolsos, trabajan. Yo hablo con ellos, me llevan hasta la familia con la que viven, si la tienen, y trato de convencer a los adultos de que traigan a los niños aquí” explica.
"La peor destrucción que podría traer la guerra sería que estos niños no se recuperasen nunca", advierte Salim Abdulghani, director del orfanato Arco Iris
El hecho de que vivan en la calle, hace que los habitantes de Gaziantep muestren rechazo hacia los niños refugiados, comenta Salim. “A veces, la gente tiene una idea falsa sobre los niños refugiados: que son analfabetos, que no saben leer o escribir, y que se dedican a pequeños robos en la calle. Esta idea completamente falsa se propaga porque los ven mendigando en la calle”.
Los niños que llegan solos a Turquía suelen ir acompañados de vecinos o conocidos, pero debido a los problemas económicos que todos afrontan, a veces no pueden hacerse cargo de todos ellos. “Los niños llegan con familias que no los conocen y que saben que sus familiares directos han desaparecido en Siria. Porque cuando la gente escapa de un lugar en guerra, no se van una o dos familias. Se recoge a toda la gente de la zona y se van todos. Cuando llegan aquí, los niños se quedan con estos conocidos. A veces los niños llegan con alguien de su familia, un pariente, aunque los padres hayan fallecido. Y este se encarga legalmente de ellos. Pero en la práctica la gente no tiene ni dónde dormir, ni qué comer”, cuenta Salim Abdulghani.
Sin apoyos que alivien los traumas de los niños
En Arco Iris los niños no duermen, como en otros orfanatos, sino que comen y pasan parte del día entretenidos entre juegos y aprendizaje del alfabeto, el árabe, el turco y el inglés. Tienen entre seis y diez años. “El objetivo es prepararlos para ir a la escuela en Turquía con los demás niños turcos”, explica la profesora de inglés. En este orfanato, ya hay nueve niños que podrían ir a la escuela normal. Por eso están buscando a alguien que les financie el transporte. Todos los profesores que trabajan en el orfanato lo hacen de forma voluntaria. Es un lugar destinado sobre todo a los niños que no pueden ir a la escuela. “La escuela es gratis, pero la gente debe ir en transporte a la escuela y 90 liras es un montón de dinero para ellos, no pueden afrontarlo. No tienen dinero para ropa, manuales, zapatos... No es solo la escuela.”
El olor y el ruido de las bombas no se borran de la mente de los niños bailando. Ahlem insiste en que necesitan psicólogos especializados en trauma que trabajen con ellos para rescatarlos de lo que han vivido.
El médico Deniz Mardin, que trabaja en el sistema de salud pública en Estambul, aclara que a fecha de hoy no existen clínicas especializadas en la recuperación de pacientes que han sufrido traumas de guerra: “Existe una ONG, Türkiye İnsan Hakları Vakfı-TİHV, que atiende a las personas que han sufrido tortura y traumas de guerra y los acompaña en la rehabilitación física y psíquica, pero no se han abierto clínicas especializadas en traumas de guerra.”
Las ONG hacen parte del trabajo con los niños, al recogerlos de la calle y ofrecerles actividades educativas y psicológicas. Un ejemplo es Project Lift, en Estambul, que atiende sobre todo a pequeños abocados al trabajo infantil: “Los niños deben sentirse seguros y queridos en el lugar donde se encuentran ahora mismo. Es la primera necesidad. Luego empezamos el trabajo psicológico”, comentan desde Project Lift. Según un informe de ACNUR de noviembre de 2015, el número de refugiados registrados en Turquía supera la cifra de dos millones y un 54,2% son niños, es decir, un millón de niños.
Los orfanatos que existen en Gaziantep o en Kilis no cuentan con la ayuda del Gobierno turco, ni con subvenciones de organizaciones internacionales. “No existen fondos oficiales, pero estamos trabajando desde el año 2012. Básicamente improvisamos y recibimos pequeñas ayudas de amigos turcos”.
En algunos orfanatos los niños duermen y comen, de lo contrario se quedarían en la calle. “Ahora mismo no hay niños que vivan en la calle, pero sí que se veían muchos hace dos años. La policía turca los detiene y los envía a los campos de refugiados. Por eso hemos ido a hablar con las autoridades, para recoger a estos niños de los campos de refugiados, dado que son huérfanos”. El Gobierno turco ha accedido a las demandas de los sirios y ha especificado que la responsabilidad legal de estos niños pertenece ahora a estos centros donde los niños viven o pasan una parte del día.
A pesar de no tener apoyos institucionales o una financiación sólida, los sirios luchan por rescatar del trauma el futuro del país: los niños que han sobrevivido a la guerra, pero que siguen peleando cada día con su recuerdo.
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