El Ejército egipcio consumó anoche el golpe de Estado con el que había amenazado el lunes al presidente Mohammed Mursi en connivencia con la oposición liberal y mubarakista, y contando con la bendición de Estados Unidos. La deposición del primer rais elegido democráticamente en la historia del país pone fin a doce meses plagados de desencuentros acerca de lo que significa el concepto de democracia.
El general Abdul Fattah al Sisi, jefe del Ejército y ministro de Defensa, anunció que, respondiendo a la 'responsabilidad patriótica', los militares suspendían la Constitución y no tenían más remedio que poner fin al mandato de Mursi, cuyo paradero era anoche incierto. En la breve alocución que pronunció ante la televisión a las diez de la noche, Sisi estaba acompañado por un gran número de generales, por los principales líderes musulmanes y coptos, por un grupo de 'personalidades populares' y por responsables políticos de la oposición, incluido Mohammed Elbaradei.
Sisi anunció que el primer magistrado del país, el presidente del Tribunal Supremo Constitucional, tendrá a partir de ahora la potestad de emitir decretos presidenciales y adelantó que una administración transitoria, un gobierno de tecnócratas, se encargará de convocar elecciones, aunque no fijó ninguna fecha para los comicios.
El hombre fuerte del nuevo régimen es el propio Sisi, un militar de carrera de 59 años que se formó en gran parte durante las tres décadas en que Hosni Mubarak fue rais, y que mantiene unas relaciones excelentes con Estados Unidos, hasta el punto de que la prensa regional ha informado de que durante los pasados días ha mantenido un contacto fluido y constante con el Pentágono.
Por su parte, el presidente Mursi, que se encuentra en paradero desconocido, declaró en una grabación transmitida a medianoche por Al Yazira que él sigue siendo el presidente y denunció lo que denominó 'golpe de estado'.
En cierta manera, lo ocurrido durante las últimas horas devuelve Egipto a la casilla uno, puesto que resulta que la Revolución del 25 de enero de 2011, que se hizo con el objetivo de expulsar a Mubarak, ha dado paso a una transferencia de poder a personalidades que desempeñaron cargos relevantes durante el pasado régimen, como el general Sisi o el presidente del Tribunal Supremo Constitucional, Adli Mansur, y que a diferencia de Mursi no han sido elegidos democráticamente.
Poco antes de la proclama, las tropas salieron a las calles de El Cairo y Alejandría para tomar posiciones estratégicas. Tanques y blindados fueron recibidos con euforia en la plaza Tahrir y aledaños, donde se concentraban decenas de miles de personas contrarias a Mursi, y con frialdad en Ciudad Naser, donde se juntaron miles de islamistas favorables al presidente depuesto, muchos de los cuales acabaron llorando.
La connivencia entre el ejército y la oposición es evidente. Los líderes del movimiento Tamarrud (Rebelión), que han llevado el peso de las protestas durante los últimos días, hicieron constantes llamamientos a la población para que saliera a las calles y a las plazas de todas las ciudades del país diciendo que no debían temer al Ejército, puesto que los militares estaban de su lado.
El golpe de Estado abre un periodo de incertidumbre incluso a corto plazo, por no hablar de términos más largos. La proclama de Sisi no aclara lo suficiente qué ocurrirá a partir de ahora, y tampoco es evidente cómo responderán los islamistas a lo que un sector de la población ha denominado 'segunda revolución'.
Según informaciones que circulaban anoche en El Cairo, varios de los principales líderes de los Hermanos Musulmanes, la formación que ha sostenido a Mursi, se encuentran bajo arresto domiciliario o han sido detenidos, y como se trata de un grupo muy numeroso y abigarrado no puede saberse cómo reaccionará cada uno de sus miembros.
Un líder del partido islamista declaró que los Hermanos Musulmanes 'están dispuestos a morir luchando contra el golpe de Estado' y 'a oponerse al golpe de Estado con todos los medios a nuestro alcance'. Sin embargo, se ha de tener en cuenta que desde mediados los años sesenta por lo menos los Hermanos Musulmanes han repudiado de una manera inequívoca la violencia en su lucha religiosa, social y política.
No obstante, no se debe olvidar que Egipto tiene una larga tradición de lucha armada islamista y no hay que descartar que se formen grupúsculos autónomos que tomen las armas y combatan al régimen desde ese lado. Incluso los atentados contra turistas occidentales podrían estar a la orden del día.
Lo que vaya a ocurrir con los Hermanos Musulmanes es también incierto en el sentido de que esta formación ha sido clandestina o semiclandestina desde hace décadas y quizá vuelva ahora a una situación semejante. Una indicación en esa dirección es que las cadenas de televisión islamistas perdieron la señal inmediatamente después de la alocución de Sisi.
Cuando se convoquen las elecciones se verá si los islamistas participan, aunque es evidente que una hipotética victoria islamista, que ahora mismo parece imposible o improbable, no sería aceptada por los militares ni por la oposición. La única victoria que se perfila en los próximos comicios es la de la oposición, sea liberal o mubarakista.
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