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Los generales de Mubarak se aferran al poder

Las elecciones se celebrarán en un clima de represión e impunidad

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Los gases lacrimógenos de fabricación estadounidense que las Fuerzas de Seguridad egipcias lanzan estos días contra los manifestantes de Tahrirhan sido interpretados por los activistas de El Cairo como una metáfora más del papel que Estados Unidos ha desempeñado durante décadas en el país árabe.

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La injerencia estadounidense ha alcanzado elevados niveles de impopularidad en Egipto como resultado de sus acciones en Afganistán e Irak, de su trato de favor a Israel y, sobre todo, por su empeño en dar prioridad a sus intereses en la zona, a veces contrarios a su retórica prodemocrática y a la voluntad y desarrollo de la sociedad egipcia.

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Durante más de tres décadas, los militares egipcios han sido la columna vertebral de los intereses de Washingtonen la región. Han actuado como aliados e interlocutores clave de Estados Unidos, motivados, entre otras razones, por la inversión estadounidense en el programa de entrenamiento militar conjunto Bright Star y por los 1.300 millones de dólares que reciben al año de Estados Unidos, una cifra sólo superada por la ayuda militar estadounidense al Ejército de Israel.

El Ejército egipcio recibe 1.300 millones de dólares anuales de EEUU

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La inversión estadounidense se sitúa en el contexto del rompecabezas de Oriente Próximo. Egipto es el país árabe más poblado del mundo con 85 millones de habitantes, alberga en su territorio el canal de Suez, la principal vía marítima que une África y Asia con el Mediterráneo, y comparte frontera con Gaza e Israel. Un Egipto realmente democrático y libre de injerencias extranjeras podría facilitar un cambio de equilibrios en toda la región.

Ya en la década de los cincuenta, con el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, en el marco de la Guerra Fría, la Administración de Eisenhower intentó satisfacer ciertas necesidades económicas de los militares egipcios, en un intento por evitar que El Cairo cayera por completo bajo la órbita de influencia de la Unión Soviética.

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Después llegó la presidencia de Anuar el Sadat y su decisión de firmar los acuerdos de paz con Israel en 1979, frente a la oposición del resto del mundo árabe. Fue entonces cuando Washington comenzó a aportar los 1.300 millones de dólares anuales que aún mantiene como ayuda militar para el Ejército egipcio.

Tras el asesinato de Sadat, en 1981, su sucesor, Hosni Mubarak, se mostró dispuesto a consolidarse como aliado clave de Estados Unidos.Mantuvo los acuerdos de paz con Israel, ofreció apoyo público a la política exterior estadounidense en la región y luego permitió que en Egipto se encerrara y torturara a personas arrestadas por la CIA en elmarco de la llamada "guerracontra el terror" impulsada por George Bush tras los atentados del 11-S.

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Miles de personas defienden en Tahrir la revolución que les están robando

Desde la caída de Mubarak, es el Consejo Superior de las Fuerzas Armadas liderado por el mariscal Mohamed HusseinTantawi, ministro de defensa desde 1991 el que lleva las riendas del país. Bajo su mandato, desde febrero hasta ahora, se han celebrado más de 12.000 juicios militares contra civiles, se han producido cargas violentas contra manifestantes, arrestos arbitrarios, torturas y abusos sexuales a mujeres detenidas, bautizados con el eufemismo de "test de virginidad".

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Uno de los capítulos más sangrientos tuvo lugar el 9 de octubre, cuando la Policía militar cargó contra una protesta de cristianos y musulmanes que criticaban la falta de protección de las iglesias, tras la quema de un templo copto en la provincia de Asuán. Murieron 27 personas y hubo varios cientos de heridos.

El Gobierno atribuyó las muertes a enfrentamientos sectarios. Es cierto que la tensión entre cristianos y musulmanes ha crecido en los últimos meses, jaleada además por algunos defensores del régimen, interesados en sembrar el caos. Pero en aquel incidente la violencia estalló a causa de la actuación de las Fuerzas de Seguridad.

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"Todos somos uno", gritaban cristianos y musulmanes. Decenas de fotografías y vídeos muestran cómo vehículos militares persiguieron a la multitud y atropellaron deliberadamente a varias personas.

Organizaciones internacionales como Human Rights Watch han exigido una inves-tigación independiente, pero las autoridades, en vez de investigar la actuación de los militares, han optado por arrestar a varios activistas, entre ellos ,el conocido blogue-ro Alaa el Fattah, firme defensor de los derechos humanos.

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En los últimos días, la brutalidad de la Policía Militar ha provocado nuevos muertos y heridos en Tahrir. Aun así, miles de personas regresan una y otra vez a la plaza para defender la revolución que les están robando.

Desde febrero, se han celebrado más de 12.000 juicios militares a civiles

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Es en este clima de represión e impunidad en el que se van a celebrar las elecciones legislativas, en las que el voto se repartirá en tres fechas la primera, el próximo lunes, 28 de noviembre en función del distrito o provincia de empadronamiento. El Parlamento no estará constituido hasta marzo.

Hace unos días, el Gobierno interino presentó un texto para elaborar la nueva Constitución que concedía al Ejército potestad para revisar el borrador de la Carta Magna. Fue esta maniobra la que desató la ira de los Hermanos Musulmanes, que entendieron este documento como un intento de frenar el poder que esperan adquirir a través de las urnas. Por eso, el pasado 18 de noviembre, abandonaron su connivencia con el Ejército para unirse a los miles de activistas que desde hace meses denuncian la violencia ejercida por las autoridades.

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De este modo se escenificó la ruptura entre dos de las grandes fuerzas del país: el Ejército y los Hermanos Musulmanes. Tras ello, ambas partes han retomado las conversaciones y los Hermanos han pedido el fin de las manifestaciones. Pero una tercera fuerza, la de la ciudadanía movilizada, se mantiene en la calle para dejar claro que no va dejarse arrinconar. Su presión ha forzado al gobierno civil a dimitir y al Consejo Superior militar a fijar fecha para los comicios presidenciales. El grito en Tahrir es unánime: "El pueblo quiere la caída de los generales". Pero el Ejército mantiene secuestrada la revolución egipcia en este otoño del descontento.

Olga Rodríguez es periodista y autora de 'Karama, las revueltas árabes' (ENDEBATE)

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