washington
El homicidio de George Floyd el 25 de mayo no sólo ha abierto el debate sobre la brutalidad policial, las políticas policiales o el racismo sino también uno que se encontraba más o menos latente: el debate en torno a la memoria histórica en Estados Unidos y la representación de ese pasado en las ciudades e instituciones.
Tras la muerte de Floyd, diversas organizaciones sobre todo de la comunidad negra (aunque también nativa y de otros grupos) han reivindicado la retirada de estatuas o de simbología confederadas (el sur racista de la Guerra Civil) al tiempo que han sido atacadas estatuas de Cristóbal Colón (casi siempre identificado como italiano) en ciudades importantes como Nueva York, Boston o Richmond, precisamente la antigua capital del Sur.
Richmond era uno de los pocos lugares donde se llevaba tiempo trabajando con paso callado pero firme para sanar esa herida y ahora el debate ha saltado por los aires. No sólo la estatua de Colón derribada esta semana, también ha sido atacada la del presidente confederado Jefferson Davies, mientras que el gobernador del Estado aprovechó el contexto para decidir la retirada de la del general confederado Robert E. Lee (monumento cuya competencia es de Virginia, no de Richmond). Sin embargo, un recurso contra esta decisión motivó que un juez ordenara esta semana suspender durante diez días la decisión del gobernador.
El denunciante, informa el medio local Richmond Times-Dispatch, es un bisnieto de uno de los firmantes del acuerdo de cesión de la estatua al Estado de Virginia en 1890, y alega que el texto de dicho acuerdo reza que el monumento a Lee se consideraría un lugar "perpetuamente sagrado" sobre el que Virginia se comprometía a "preservarlo fielmente y protegerlo afectivamente".
En Richmond, los demócratas ganaron la Alcaldía de la ciudad hace cuatro años y el pasado noviembre hicieron lo propio con el senado del Estado, Virginia, que se unió un Congreso estatal también en manos demócrata, una triada casi inédita en la historia reciente que les permitió afrontar en dichos niveles un debate que siempre había sido bloqueado por los republicanos. Así fue como el 8 de marzo, 155 años después del final la Guerra Civil Estadounidense (1861-1865), Virginia dio el paso definitivo y aprobó la legislación que permite a las ciudades del Estado decidir sobre el futuro de las estatuas y monumentos que conmemoran a personajes del bando confederado, el Sur esclavista.
Esto no fue sino el resultado final de una carrera que había empezado mucho antes porque Richmond llevaba dos años haciendo los deberes. Cuando se produjo esa triada política, el ayuntamiento contaba ya con un plan para retirar el primer monumento confederado este mismo año: el erigido en la central Avenida de los Monumentos al presidente confederado Jefferson Davis. "Si este debate había estado presente ya antes en todo el país es porque Richmond lo estaba liderando", asegura a Público Michael Jones, concejal del ayuntamiento de la ciudad que lleva trabajando toda la legislatura para restaurar la memoria de la capital virginiana.
Un grupo de trabajo sobre memoria en 2017
No se trata de una ciudad cualquiera. En primer lugar, la mitad de su población es negra. Segundo, Richmond no sólo fue la capital del Sur durante la guerra civil sino también la ciudad en la que prendió la Revolución Americana que separaría al país de Reino Unido (1775-83). Fue en su Iglesia de San Juan donde el abogado y orador Patrick Henry gritó su "¡Dame la libertad o dame la muerte!" el 23 de marzo de 1775. Su importancia histórica y su simbolismo es de primer orden.
El ayuntamiento había comenzado a trabajar con mucha antelación para tener allanado el camino una vez la legislación estatal pudiera aprobarse, puesto que los consistorios locales no tienen competencias para quitar la mayoría de estos monumentos, que suelen estar protegidos.
En junio de 2017 el consistorio aprobó la creación de una comisión para evaluar la situación, fundamentalmente centrándose en la Avenida de los Monumentos, vía central de la capital de Virginia en la que se exhiben con grandilocuencia cinco monumentos que honran la memoria de sendos personajes fundamentales del bando confederado, es decir, del Sur golpista y esclavista. La comisión trabajó durante un año y en julio de 2018 emitió su informe final. El resultado: recomendaba quitar de la Avenida de los Monumentos la estatua del presidente Jefferson Davis.
"La estatua de Davis es la peor porque era la más claramente racista y tenía muchas inscripciones que alababan su persona y la causa del Sur", explica a Público Julian Hayter, profesor de la Universidad de Richmond y miembro de la comisión. El grupo se decidió por ella y no por la estatua de Robert E. Lee porque ésta implicaba un debate competencial más complejo al ser propiedad del Estado y no del ayuntamiento.
Poco después de acabar la Guerra Civil en 1865 empezaron a levantarse esos cinco monumentos al bando perdedor para honrar la memoria de lo que sus defensores denominaron (y aún denominan) como la causa perdida. Ésta consiste, a grandes rasgos, en maquillar el pasado para defender que el Sur no habría hecho la guerra para defender el racismo y la esclavitud sino un modo de vida y enfoque vital diferente que el del Norte. Si había racismo y esclavitud entonces es porque las cosas de la historia son así y no se puede juzgar el pasado con los ojos del presente, vendría a ser más o menos el argumento.
La nostálgica causa perdida trata de presentar al Sur como agrícola, trabajador, humano, auténtico, bonachón y decente frente al Norte que aparecería como corrupto, urbano, artificial, industrial, bancario y frívolo. Es una especie de variante de la dialéctica fundacional del país, que ya enfrentó desde sus inicios a dos de sus padres fundadores: Thomas Jefferson, que abogó por un país decente de pequeños propietarios agricultores, y Alexander Hamilton, que imaginó una nación de comerciantes y banqueros, que a Jefferson se le antojaba el summun de la corrupción moral.
La paradoja es que Jefferson, supuestamente, ganó este debate, aunque Estados Unidos sea hoy el país de Wall Street, las multinacionales, el comercio y con una Reserva Federal que actúa de Banco Central, un proyecto que Jefferson rechazó siempre con todas sus fuerzas. Así pues, en 1875, apenas diez años después de acabar la contienda civil, Richomnd levantó el primer monumento confederado: una estatua al general Thomas J. Stonewall Jackson erigida en el Congreso estatal.
Las estatuas de la Avenida de los Monumentos llegaron un poco más tarde. La primera, en 1890, la del general jefe sureño Robert E. Lee; después, las del general J.E.B. Stuart y la del presidente Jefferson Davis en 1907, otra a Stonewall Jackson en 1919 y, por último, la del oficial de la marina Matthew Maury en 1929, más de medio siglo después del fin de la guerra civil. Éstas son las cinco estatuas de la discordia en la antigua capital del Sur. Sobre éstas se han volcado las miradas tras la muerte de George Floyd.
"Decían que es la historia del Sur y hay que asumirla"
"Hasta ahora los republicanos controlaban el congreso y el senado del Estado y los ayuntamientos no podían hacer mucho. Tras las normas aprobadas por el Estado y una anterior que aprobó en enero el ayuntamiento para asumir esas competencias, el ayuntamiento ya tiene potestad para hacer cambios. La estatua de Jefferson Davis se quitará e irá a un museo", explica Hayter.
El ayuntamiento se ha centrado en la estatua de Davis y no en la de Lee porque el consistorio no tiene competencias sobre esta segunda, sino el Estado de Virginia. Sin embargo, sigue sin haber una decisión sobre cuándo se quitará el monumento de Davis.
"En la comisión trabajamos con informes sobre la historia de los monumentos, luego hicimos entrevistas con pequeños grupos de personas y varios encuentros con grandes grupos. En estos encuentros más multitudinarios sí que hubo gente molesta porque decían que al fin y al cabo es la historia del Sur y había que asumirla", explica Hayter.
El profesor de la Universidad de Richmond asume que "a veces hay una línea muy fina entre borrar la historia, olvidarla o no asumir todas las aristas de los hechos o los personajes que han construido la historia de un país y honrarla. Sin embargo", añade, "hay casos muy ofensivos y muy evidentes y, en todo caso, siempre dependerá de los debates que tenga cada comunidad y que cada generación debería hacer en cada momento".
El monumento a Davis, además de ser el presidente del Sur, es toda una explosión de magnanimidad y honra por la causa racista y esclavista sureña. Por eso la comisión recomendó su retirada y el traslado de la estatua a un museo de la ciudad. Además, la comisión sugirió también que a todos los monumentos de la avenida se les pongan un cartel explicativo para ofrecer una explicación histórica de quiénes fueron, que contrarreste la narrativa sureña supremacista blanca.
"Tiene que haber un debate sobre los monumentos, con todas las voces de la sociedad americana, todas las comunidades, negros, latinos, nativos, etcétera, para que hablemos todos y encontremos que los monumentos que tengamos en nuestras ciudades no sean ofensivos para quienes vivimos en ellas”, sostiene Michael Jones.
"En Alemania uno no encuentra esvásticas o un colegio llamado Adolf Hitler, pero por alguna razón en Estados Unidos hay monumentos o edificios nombrados con nombres de personas racistas y que defendieron el esclavismo o estatuas de Cristóbal Colón aunque éste sea un personaje histórico rechazado por los pueblos nativos de Estados Unidos. Una ciudad no puede honrar la memoria de esas personas si sus habitantes no lo desean hacer", añade.
"Lo más importante es tener una conversación permanente sobre esto, una dinámica abierta, sobre la historia y sobre estos monumentos porque no se trata sólo de hablar de historia sino del futuro de Estados Unidos. Hasta que no se tenga el poder por parte de los ayuntamientos de decidir sobre estos monumentos, no habrá un verdadero diálogo. Ahora estamos en una transición, hemos empezado a tener esa discusión", apunta el concejal.
Finalmente, Jones celebra que "está llegando el tiempo en que estas estatuas sean eliminadas de las ciudades. En Estados Unidos va a costar mucho pero llegará ese tiempo, puede que no mientras yo viva, pero ese momento es inevitable. Hace un siglo no había jueces negros y hoy los hay. El tiempo cambia las cosas".
La estatua de Artur Ashe en 1996, un punto de inflexión
En Richmond, al menos, las cosas habían empezado a cambiar hace más de 20 años. Como entonces el debate sobre la memoria del Sur era tabú, en la capital de Virginia decidieron centrar el debate no en eliminar estatuas sino en compensar la preeminencia blanca y supremacista en los monumentos confederados y propusieron erigir estatuas de personajes históricos negros para la Avenida de los Monumentos.
El 10 de julio de 1996 se inauguró la que honraba la memoria del tenista Arthur Ashe, nativo de Richmond y que falleció de sida en 1993 a los 49 años. Con este personaje, transversal en la ciudad, empezó a romperse el tabú. Pero las tensiones sobre este asunto ni terminaron ni se relajaron ni en la capital ni en el Estado.
La trágicamente famosa manifestación de Charlottesville (apenas a unos kilómetros al noroeste de Richmond) el 11 y 12 de agosto de 2017 fue convocada precisamente para protestar contra la eliminación de una estatua al general Lee. La tensión llegó a tal punto de que al mediodía del 12 el simpatizante nazi James Alex Fields estrelló su coche contra una multitud de personas en una calle de la ciudad. Hirió a más de 30 y asesinó a la activista por los derechos civiles Heather Heyer, de 32 años. Fields fue condenado a cadena perpetua el año pasado.
Así que tras levantar el monumento a Arthur Ashe costó muchos años hasta que se diera el siguiente paso en esa dirección. Ocurrió el pasado 10 de diciembre, cuando, en el corazón de la Avenida de los Monumentos, se inauguró Rumores de guerra, una estatua que representa a un hombre negro a lomos de un caballo con la postura y maneras propias de los generales confederados representados en los monumentos de Richmond.
Más de mil personas acudieron a la presentación. "Quiero que está imagen no sea sólo sobre un individuo sino más bien sobre los negros y su lugar en esta sociedad y en un sentido mucho más amplio sobre una sociedad que pueda decir sí a los negros. Pero no se trata sólo de los negros sino de todos nosotros y de una sociedad que pueda incluirnos a cada uno", declaró su autor, el artista Kehinde Wiley, según recoge la cadena de televisión local CBS 6.
Wiley es muy conocido en Estados Unidos, entre otras cosas, por ser el autor del retrato oficial de Barack Obama al término de su mandato, una obra que está expuesta en la Galería Nacional de Retratos de Washington. El alcalde de Richmond, Levar Stoney, celebró: "Ha llevado más de 100 años, pero el resto de los residentes de Richmond tiene ya un monumento de un hombre a caballo que se parece más a ellos".
Ahora el debate se estrecha como una soga alrededor del cuello en torno a las estatuas del presidente sureño Jefferson Davis y del general Robert E. Lee. La Casa Blanca no está apoyando en absoluto movimientos como éste, pero tanto el Senado como el Ejército sí han movido ficha en la dirección de la capital del Sur.
Esta semana, Donald Trump comunicó a través de un tweet que se opone firmemente a cambiar los nombres de lugares o retirar estatuas y aseguró que "ni siquiera considerará" hacerlo. También advirtió a los republicanos que no se "dejen engañar" ni en el Congreso ni el Senado ante las propuestas legislativas en ese sentido.
No le hicieron caso. El Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, liderado por los republicanos, aprobó una enmienda al proyecto de ley anual de política de defensa que insta al Pentágono a cambiar el nombre de las bases militares y de otros activos del Ejército que lleven nombres de líderes confederados. Antes de eso, el martes, el jefe de Operaciones Navales de la Marina estadounidense, ya había anunciado en otro tweet que había dado la orden de "prohibir el uso de la bandera confederada en todos los espacios públicos y áreas de trabajo de las instalaciones de la Marina así como en barcos, aviones y submarinos".
155 años después se seguían utilizando. 155 años después Estados Unidos empieza a ajustar las cuentas con su pasado.
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