ERBIL/DUHOK.- “Ojalá el PKK reviente hasta el último de los lugares musulmanes de oración y libre a nuestra tierra de ese cáncer”, nos dice un joven kurdo al que llamamos Fars mientras nos acompaña a una de las mezquitas de Duhok en pleno día de oración. Se supone que el mulá que la regenta simpatiza con el salafismo majdadí, una rama del Islam originaria de Arabia Saudí y ampliamente tolerada durante años por las dos principales formaciones nacionalistas que, alternativamente, se repartían la presidencia hasta la última crisis de Gobierno: el Partido Democrático del Kurdistán (KDP, según sus siglas inglesas), de Masud Barzani, y la Unión Patriótica del Kurdistán (PUK), de Jalal Talabani.
Para algunos analistas, ambos líderes políticos cometieron un error al alentar el crecimiento de una escuela del Islam ideológicamente inspirada, en sus orígenes, por el mismo ulema del que beben otras interpretaciones radicales y violentas del Corán (Ahmed Ibn Hanbal).
Salafistas serviles al poder
Lo que más le seducía a Talabani y a Barzani de ese salafismo majdadí era su inquebrantable lealtad al poder establecido, sea cual sea este, e incluso en el supuesto de que se les reprima. Su secularismo, su renuncia al yihadismo y la absoluta ausencia de ambiciones políticas de estos, en cualquier caso, ultraconservadores musulmanes parecía servir a los intereses de ambos y, sobre todo, parecía brindarles una magnífica herramienta para neutralizar a los partidos islamistas que sí aspiran a hacerse con las riendas del Gobierno y que, de hecho, acaparan 17 de los escaños del suspendido parlamento regional.
Alguien sale a nuestro paso a la entrada de la mezquita para excusarse en nombre del imán. No hablará con nosotros porque se halla ocupado, pero nos manda a alguien que parlotea ”broken english” para preguntarnos qué queremos. Lo que deseamos es saber por qué en el Kurdistán hay más mezquitas que en La Meca y en Medina juntas. A día de hoy, se estima que existen en torno a 5.400 para una población de ocho millones, de los cuales unos siete son fieles musulmanes. “Vuelvan otro día”, dice, mientras Farsi farfulla por lo bajo: “No entenderé jamás como el Gobierno tolera a estos fascistas al servicio de los árabes. Ellos han destruido nuestra cultura original y han pervertido la identidad de la nación”. Dos minutos de reloj después nos retienen las fuerzas kurdas de seguridad durante una hora para cerciorarse de que no nos alientan malas intenciones.
En el Kurdistán hay más mezquitas que en La Meca y en Medina juntas. A día de hoy, se estima que existen en torno a 5.400 para una población de ocho millones
Lo cierto es que Fars, el joven kurdo, se equivoca. Los dos principales partidos del Gobierno erraron, a juicio de muchos, al darle alas a los salafis majdadís porque en el mejor de los casos, extendieron en su sociedad una visión del Islam mucho más conservadora que la de las cofradías sufíes y, en el peor, alentaron el radicalismo. Pero lo cierto es que en el Kurdistán se persigue con celo cualquier forma de extremismo o atisbo de violencia yihadista. Ni un sólo mulá de este territorio semiautónomo se sale del guión de la ley kurda sin atraer la atención de la Asayish, las fuerzas de seguridad que se ocupan de monitorizar las actividades religiosas de los líderes islámicos y que ahora han salido a nuestro paso. Habría que ser estúpido para insinuar un atisbo de simpatía hacia los yihadis de Daesh en un espacio público y durante el día de oración. Claro que los agentes del Gobierno han aprendido a leer entre las líneas de los libros saudíes, las clases nocturnas y algunos medios de comunicación minoritarios.
Menos mezquitas y más escuelas
Es el Gobierno justamente quien, a través de su Ministerio de Asuntos Religiosos, proporciona las cifras disponibles sobre el número de mezquitas construidas durante los últimos siete años. Y es también el Ministerio el que se lamenta por el incremento de los lugares de oración y pide a sus ciudadanos más opulentos que dejen de levantar más templos y ayuden, por ejemplo, a construir escuelas. Se precisan trescientas. Claro que los filántropos locales no han mostrado hasta la fecha interés alguno por atender las necesidades educativas de sus ciudadanos.
Durante 2010, se inauguraron casi dos mezquitas al día.
Tal y como nos dice un funcionario de la provincia de Dahuk, las estadísticas gubernamentales proyectan una situación casi esperpéntica. Durante los cuatro años precedentes a la irrupción de Daesh en la escena política y la ocupación de Mosul (junio de 2014), se dedicaron 155 millones de dólares a la construcción de mil nuevas mezquitas, trescientas de ellas con dinero público. Pero lo verdaderamente sorprendente es que en 2014 y 2015 se invirtieran 40 millones más para levantar otras 327.
A principios de este año, el número total de lugares de oración musulmanes en el Kurdistán iraquí ascendía a 5.337. Es decir, desde 2010, se han erigido alrededor de 1.350, nuevas mezquitas, y eso, sin contabilizar las otras cincuenta que venían en camino a principios de 2016 y que, presumiblemente, estarán ya concluidas. Durante 2010, se inauguraron casi dos al día. Algo más de mil han sido financiadas por filántropos cuya identidad o vínculos con países del Golfo se niega a revelar la Administración. En general, se habla de mecenas locales en busca de prestigio social o, eventualmente, de exenciones fiscales, antes que de petromonarquías ansiosas por extender el wahabismo. Que los saudíes abrieran recientemente un consulado en Erbil no guarda relación alguna con el hecho, en palabras del funcionario consultado.
Kurdistán posee una ley que regula la construcción de templos como los españoles poseen normativas para abrir nuevas farmacias. Claro que los benefactores musulmanes no las cumplen. La distancia mínima entre mezquitas no debería ser inferior a dos kilómetros y, sin embargo, algunos de estos nuevos edificios se han levantado a menos de doscientos metros de otros lugares de oración ya existentes. Buena parte de estos templos se han erigido en la provincia de Erbil. Su coste, variable, puede oscilar entre los 80.000 y el millón de dólares.
En plena crisis
Y lo peor de todo, según el propio gobierno, es que este insólito florecimiento del número de mezquitas que la Administración no ha logrado aún explicar se produzca cuando los kurdos atraviesan una de las peores crisis económicas de su historia. ¿Significa lo ocurrido que los kurdos de Irak han buscado consuelo en el Islam para olvidarse de sus problemas domésticos?
Existen, al menos, dos cuestiones que insinúan lo contrario. De una parte, ha disminuido el número de fieles musulmanes que acudían a los lugares de oración en un 20 por ciento y a las escuelas coránicas públicas (70 por ciento menos) al tiempo que se incrementaban las conversiones a otras religiones como la cristiana y la zoroastriana (estos dicen haber alcanzado la cifra de 100.000 fieles). Y del otro, se ha reducido notablemente la influencia del conglomerado de formaciones políticas islamistas que concurren a las elecciones, como prueba la reunión mantenida esta semana por líderes de los tres principales partidos a fin de crear una coalición que les ayude a sobrevivir a Daesh y a las fobias suscitadas por los clérigos conservadores en cierto sector de la ciudadanía kurda, especialmente conectado a los sectores nacionalistas más laicos del KDP y la PUK y, en algún caso, con un pasado comunista.
Actualmente, el Movimiento Islámico del Kurdistán (IMK), según sus siglas inglesas) tiene un asiento en el suspendido parlamento regional kurdo. La Unión Islámica del Kurdistán (KIU) y el Grupo Islámico del Kurdistán (KIG) poseen diez y seis, respectivamente. Lo que sus líderes pretenden ahora es acercar posturas e intentar concurrir juntos a las próximas elecciones, a imitación de lo que han hecho el PUK de Talabani y el Movimiento para el Cambio.
¿Dónde hunden sus raíces estos partidos y qué clase de relaciones mantienen con los valores democráticos de aceptación común en Occidente? El conjunto del movimiento islamista iraquí surgió durante los cincuenta, cuando el país estaba todavía subyugado por una monarquía. Los primeros islamistas kurdos, estrechamente vinculados a la Hermandad Musulmana, surgieron en ciudades como Erbil o Halabja. Fue tras la caída de la monarquía y la subsiguiente ampliación del espacio político estatal cuando se hicieron fuertes, en parte como reacción al entonces popular Partido Comunista, visceralmente hostil a cualquier forma de religión. A todos los efectos, la Hermandad proyectó políticamente el sentimiento de agravio de los sectores más piadosos de la población.
Deriva yihadista
Durante los ochenta, parte de ese movimiento basculó hacia el yihadismo a la sombra de un nuevo sector de islamistas, definitivamente desvinculado de la Hermandad y agrupado en torno al Movimiento Islámico del Kurdistán (IMK). De esta entidad surgieron tanto Ansar al Islam, que devino en una suerte de filial kurda de Al Qaeda, como los mencionados KIU y KIG. Inicialmente, las diferencias entre estos dos últimos eran sustanciales. El KIG creía en la yihad como forma de hacer política, mientras que el KIU mostraba puntos de vista algo más moderados y jamás armó a sus seguidores ni apadrinó ninguna forma de violencia explícita. Fue también por aquel entonces cuando los salafistas majdadíes comenzaron a fortalecerse gracias al apoyo instrumental que recibían de los nacionalistas.
En la actualidad, apenas existen diferencias entre ambos partidos, el KIU y el KIG, y todos han renunciado al salafismo yihadista, lo que explica que concurran a las elecciones en igualdad de oportunidades con el resto de formaciones. A juicio de algunos analistas, lo preocupante es que sólo el KIU surgió a partir de movimientos no violentos, lo que permite intuir que en el ánimo de sus líderes permanece todavía soterradas percepciones políticas cercanas al wahabismo más violento, al margen de que, tal y como sucedió, hayan condenado abiertamente al autoproclamado califato de ISIS. Su influencia sobre la sociedad parece haberse concretado en una cultura social cada vez más conservadora y, a menudo, ajena a los valores nacionalistas de su Gobierno.
Hasta la fecha, se estima que entre mil y mil quinientos kurdos iraquíes se han unido al Daesh
Hace menos de dos meses, por ejemplo, se detenía al mulá de Suleimania Abdulatif Salafi por casarse ilegalmente con una tercera mujer sin la autorización de un tribunal. De acuerdo a una enmienda de 2008 a la ley kurda, la poligamia se halla prohíbida en el Kurdistán, salvo en aquellos casos excepcionales en que la primera esposa no pueda tener descendencia y autorice a su cónyuge a contraer un nuevo matrimonio. Otro mulá de Erbil tuvo que hacer frente a la justicia tras defender públicamente la conveniencia y utilidad social de la mutilación genital femenina.
El Gobierno, entre tanto, ha prohibido libros saudíes, ha cerrado emisoras de radio y ha vigilado estrechamente las mezquitas, para cerciorarse de que no alentaban la violencia ni empujaban a los jóvenes a pasar al otro lado del telón islamista de acero. Hasta la fecha, se estima que entre mil y mil quinientos kurdos iraquíes se han unido al Daesh, un número no excesivo, considerando que se trata de un país casi enteramente musulmán.
Crece la intolerancia
A juicio de los sectores más secularizados de la sociedad y de las minorías religiosas, lo inquietante en Kurdistán no es la violencia terrorista de inspiración islámica, apenas testimonial dentro de su territorio en comparación con lo que sucede al otro lado, sino la creciente intolerancia de un amplio sector de la sociedad kurda hacia cualquier forma de diferencia. En 2011, una turba de musulmanes enardecida por las soflamas de un mulá salafí prendió fuego a varios negocios de cristianos de Zajo y de Duhok y en noviembre del pasado año, varios cientos de musulmanes se manifestaron en la misma ciudad contra la presencia de yazidíes.
A los miembros de esta religión se les prohíbe vender comida en ciertas circunstancias, dada su condición de impuros y blasfemos. Otro ulema salafista les llamó “adoradores del diablo” durante una conferencia pronunciada en 2013 en la Facultad Islámica de Suleimania. El doctor en ley islámica fue arrestado por las fuerzas de seguridad del país, que se defienden como pueden de los intentos de penetración de los islamistas más violentos.
“Dejen de peregrinan a La Meca y destinen el dinero del Hajj a ayudar a los hermanos kurdos que sufren como consecuencia de la crisis”, aseguraba el pasado mes de febrero el ministro kurdo de Asuntos Religiosos, mientras dejaba claro que no iba a censurar las web de porno, tal y como se le reclamaba, a remolque de Bagdad.
Más pobreza, más Islam
Lo que los sectores políticos afines a las dos principales formaciones nacionalistas de la región autónoma no mencionan es la fuerte influencia que ha tenido la corrupción y la pobreza en la radicalización de alguno de los jóvenes. Kurdistán está viviendo una crisis brutal, a menudo eclipsada por cuanto atañe a ISIS. Un corralito bancario impide acceder a sus ahorros al grueso de sus ciudadanos; los salarios han caído a un tercio y muchos de los funcionarios pasan meses sin cobrar, mientras el Gobierno justifica las demoras apelando a la bajada de los precios del petróleo, las diferencias con Bagdad y los efectos colaterales de la guerra contra el Daesh.
“Barzani y Talabani pretenden vender al mundo sus simpatías occidentales mediante declaraciones de intenciones o leyes que después se incumplen por el peso de la tribu en la vida social”, nos dice un confederalista kurdo de Simyar. “A la hora de la verdad, esta es una de las sociedades más opresivas y menos respetuosas con los derechos de las mujeres, y ello incluye, por ejemplo, crímenes de honor que jamás se investigan o que son vagamente tolerados por una sociedad conservadora y basada en la hipocresía islámica. Y ello, por no hablar del matrimonio infantil, la mutilación genital o la situación de las minorías”.
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