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JERUSALÉN.- Para todos está claro que Occidente debe adoptar decisiones importantes con respecto al Estado Islámico (EI), pero las ideas que se barajan, al menos en público, son bastante imprecisas y etéreas. Da la impresión de que los gobiernos occidentales de ninguna manera quieren mojarse y tienen muy presente el desastre descomunal que supuso la intervención militar en Irak a partir de 2003.
A pesar de que en palabras son extremadamente parcos, los dirigentes de Europa y Estados Unidos dan muestras de no estar de acuerdo en lo que hacer. Las dos principales opciones que tienen sobre la mesa son mantener a su actual nivel, o intensificar, los bombardeos aéreos sobre el nordeste de Siria, la finca en posesión del EI, o bien “meter botas en el terreno”.
Ninguna de estas dos opciones va a resolver el problema y ni siquiera se puede estar seguro de cuál sería la más conveniente. Desde luego, lo mejor habría sido no haber conducido Oriente Próximo a la peor situación de toda su historia, pero el mal ya está hecho y los ideólogos neoconservadores que lo planearon y ejecutaron campean a sus anchas libremente por las universidades y “centros de estudios estratégicos” de Estados Unidos esperando nuevas oportunidades para dar otros zarpazos.
La posibilidad de que esta gente pague por el mal que ha causado es nula, entre otras cosas porque ya se ha dicho que la Corte Penal Internacional se creó para “negros y morenos” y los responsables del desaguisado son rubios y con ojos azules y por lo tanto no entran en la jurisdicción de la Haya.
El incierto panorama quizá se aclare la semana que viene, después de que François Hollande viaje el martes a Washington y el jueves a Moscú. El presidente francés está naturalmente aturdido por lo ocurrido, pero hasta el momento ha sido muy prudente y no ha recurrido al artículo 5 del tratado de la OTAN ni al tratado de Lisboa que regula las relaciones de los países de la UE. Estos dos tratados prevén el recurso a la fuerza por parte de los socios en el caso de que uno de sus países sea atacado.
El hecho de que Hollande guarde sus cartas contra el pecho sugiere que es consciente de que ni en la OTAN ni en la UE existe un consenso claro en el sentido de enviar tropas terrestres a Siria. Se trata de una opción que tendría consecuencias imprevisibles, máxime después de vista la terrible experiencia de Irak.
Un general israelí ha dicho que para acabar con el EI sería preciso entrar en Siria, y que además “las decenas de misiones aéreas semanales de la actualidad deberían convertirse en centenares de misiones diarias”, un planteamiento que seguramente comparte Benjamín Netanyahu. “Primero hay que derrotarlos y luego hay que desnazificarlos. Este es el orden y esta es la prioridad”, ha dicho el primer ministro israelí.
Su influyente ministro de Educación, Naftalí Bennett, sugiere que los occidentales hagan lo que hizo Israel tras la segunda intifada: entrar casa por casa en todas partes, refiriéndose a Europa y a Oriente Próximo, hasta acabar con los yihadistas como Israel acabó con la resistencia palestina. Sin embargo, a la vista de lo ocurrido en las últimas siete semanas no está claro que Israel haya acabado con la resistencia palestina, sino más bien que esta ha experimentado una metamorfosis.
Algunos responsables europeos han señalado en las últimas fechas que quizá lo más conveniente sería aliarse más o menos con Bashar al Asad. José Manuel García-Margallo ha hablado explícitamente en estos términos esta semana, reconociendo que el enemigo principal es el EI y no Damasco, una opinión que sin embargo no comparten los líderes occidentales.
Barack Obama habló el mismo día que García-Margallo para insistir en que la guerra en Siria “no puede terminar sin la marcha de Asad”. El presidente americano desearía no tener que llevar soldados a Siria. Sabe que tomar una decisión en ese sentido es fácil pero sus consecuencias son completamente imprevisibles.
La candidata demócrata Hillary Clinton ha respondido a Obama que el objetivo de Estados Unidos “no tiene que ser contener al EI sino destruirlo” y que para ello es preciso enviar tropas a Siria, aunque no ha especificado cuál sería el número aproximado de soldados necesarios para destruir a la organización yihadista.
Hillary Clinton también ha criticado veladamente a Obama al decir que tiene que estar claro que el enemigo común es el EI, apartando del objetivo a Asad de esta manera, mientras que Sergei Lavrov ha respondido a Obama diciendo que “el respeto al liderazgo sirio (Asad) es una condición” para que Rusia colabore con la coalición liderada por Estados Unidos.
Falta de consenso
Todas estas declaraciones no solo revelan la dificultad que tienen las potencias para adoptar una estrategia que pueda ser compartida por todos, sino que también revelan que incluso dentro de los mismos países no existe un consenso acerca de lo que se debe hacer. François Hollande es consciente de ello y eso explica la prudencia con la que se ha manifestado en público.
Además, destruir la infraestructura del EI en Siria no garantiza nada ya que los yihadistas podrían seguir operando libremente desde Irak. Incluso no existe la seguridad de que desaparecida la infraestructura en Siria e Irak el EI no pueda seguir llevando adelante su yihad mediante células autónomas, tanto dentro como fuera.
El desastroso panorama sirio no se resolverá milagrosamente con la “democracia” que quisieron llevar a Oriente Próximo los nefastos ideólogos conservadores, sino con un líder fuerte que con mano muy dura, más dura que la que aplicó Asad hasta 2011, sea capaz de mantener a raya a los islamistas radicales.
Desde luego, Bashar al Asad sigue siendo la mejor opción que tiene el país, aunque probablemente no está en situación de continuar tras el enorme desgaste que ha sufrido como consecuencia de la desastrosa intervención de Occidente y de sus grandes aliados regionales, con Arabia Saudí a la cabeza.
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