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El 11 de julio de 1995 comenzó en el municipio de Srebrenica, en Bosnia y Herzegovina, lo que la Historia ha conocido como la mayor masacre en suelo europeo desde la II Guerra Mundial: la ejecución sumaria de más de 8.300 civiles musulmanes bosnios o bosniacos, hombres y niños, a manos de las fuerzas de la llamada República Srpska, la entidad serbia dentro de Bosnia, emergida a partir de la compleja realidad de las Guerras de Yugoslavia.
La masacre de Srebrenica fue tanto una atrocidad como un fracaso absoluto de la comunidad internacional. En un mensaje conmemorativo esta semana, el secretario general de la ONU, António Guterres, reconoció sin paliativos que tanto Naciones Unidas como la comunidad internacional "le fallaron al pueblo de Srebrenica".
"Como dijo el antiguo secretario general Kofi Annan, este fracaso nos perseguirá para siempre", añadió Guterres sobre lo que la Comisión Europea describió también esta semana como "una herida abierta en el corazón de Europa".
La ex embajadora de Alemania en Montenegro Gudrun Steinacker, lo considera también "un fracaso de Europa" y, en términos generales, la culminación de "cuatro años de guerra y limpieza étnica, campos de concentración, expulsiones en masa y violaciones colectivas" en Bosnia-Herzegovina, "que podrían haber incitado a prevenir lo que ocurrió", explica a Deutsche-Welle.
Un cuarto de siglo después, el desarrollo de los acontecimientos arroja un resultado esquivo. Los dos máximos responsables de la matanza, el líder político de los serbobosnios Radovan Karadzic y el ejecutor directo de la operación, el comandante Ratko Mladic, fueron condenados a cadena perpetua. Sin embargo, son solo la punta del iceberg. Decenas de implicados han escapado impunes mientras las autoridades serbias, por su parte, siguen manteniendo su negativa a reconocer la masacre de Srebrenica como un genocidio.
Contexto
El antecedente inmediato de la masacre es la declaración de independencia de la República de Bosnia y Herzegovina en 1991 y su posterior reconocimiento internacional mayoritario por parte de la comunidad internacional durante el mes de abril de 1992, en uno de los primeros episodios de la descomposición de la antigua Yugoslavia: la guerra civil que allí ocurrió, entre 1992 y 1995.
Karadzic justificó su operación en la amenaza que, según testificaría años después, representaban los bosniacos, con el entonces presidente de Bosnia Alija Izetbegovic a la cabeza, a quien acusó de formar un "consejo secreto de defensa" con la intención de aniquilar a la población serbia.
También Mladic usó al Partido Musulmán de Acción Democrática de Bosnia liderado por Izetbegovic (fallecido en 2003) como motivo del ataque contra Srebrenica. Según palabras del abogado del comandante, Branko Lukic, las autoridades de la República Srpska consideraban al mandatario como un fanático absolutamente convencido de la imposibilidad de la paz entre la fe islámica y las instituciones sociales y políticas no islámicas.
Sin embargo, los motivos de Karadzic y Mladic, a juicio de los supervivientes, se remontaban siglos antes. Los mensajes enviados por el comandante a sus fuerzas llamaban a la venganza histórica por la derrota sufrida por el príncipe serbio Lazar en la batalla de Kosovo, hacía más de 600 años, a manos de los musulmanes otomanos.
Solo un año después de Srebrenica, Karadzic escribió las siguientes líneas: "El guerrero serbio lucha contra los turcos desde Kosovo hasta hoy. Es la misma lucha épica por sobrevivir, por la vida, que siempre está amenazada por el mismo enemigo: el turco, que desde 1389 no ha permitido a los serbios vivir en paz", según documentos recogidos por la cadena alemana Deutsche Welle.
La matanza
Los serbios comenzaron la planificación estratégica de la masacre en marzo de 1995. Para entonces, llevaban meses asediando la llamada "ciudad de la plata", cerca de la frontera con Serbia y declarada en abril de 1993 como "zona segura" por Naciones Unidas, junto a otras poblaciones como Zepa y Gorazde, bajo la supuesta salvaguarda de 400 cascos azules holandeses de la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas (UNPROFOR).
La presencia de las fuerzas de paz no intimidó a las fuerzas serbias, que entraron en la ciudad el 11 de julio de 1995. La población, aterrorizada, se repartió entre los bosques cercanos, a donde huyeron 15.000 bosniacos, y la base holandesa de Potocari, un suburbio de la ciudad, que terminó acogiendo a otros 20.000.
Lo ocurrido a continuación lleva siendo un estigma para la comunidad europea –y para Países Bajos, en particular– que dura un cuarto de siglo. El comandante Mladic citó al jefe del destacamento holandés, Thomas Karremans, en un hotel de Bratunac. El coronel holandés llegó a brindar con Mladic tras acordar con él que le dejaran salir a él y a sus hombres del cuartel. En ese momento, miles de bosniacos quedaron a merced de los militares serbobosnios. El 12 de julio, las fuerzas de Mladic entraron en el cuartel general de los'cascos azules con el pretexto de trasladar a los refugiados a zona bajo control bosnio.
Las consecuencias de este "traspaso de competencias" fueron atroces. Unos 8.100 varones fueron ejecutados por los militares serbios, junto a temibles fuerzas paramilitares como Los Escorpiones –fundados por el jefe de los servicios de seguridad serbios, Jovica Stanisic– en los días siguientes en Srebrenica y alrededores. Las mujeres y las niñas fueron trasladadas, tras arduas negociaciones con la ONU, a territorio bosniaco.
Sin embargo, para entonces las fuerzas serbias habían perpetrado una campaña de violación en masa como parte de su política de limpieza étnica. El trauma de las supervivientes y la impunidad de sus violadores ha dificultado la estimación de las cifras, que oscilan entre 20.000 y 50.000 mujeres.
Consecuencias
Karadzic y Mladic fueron condenados a cadena perpetua por el tribunal de Naciones Unidas en La Haya hace sólo unos años, después de una larga fuga, al igual que otros cómplices. Sin embargo, y como apuntan los diferentes grupos dedicados a preservar la memoria de las víctimas, la mayoría de los perpetradores siguen aún en libertad. De hecho, muchos han huido a Serbia y viven allí sin ningún tipo de preocupaciones.
Y los bosniacos no olvidan. En 2015, el entonces primer ministro serbio y ahora presidente, Aleksandar Vucic, tuvo que salir a toda prisa del Memorial de Potocari, el habitual lugar de conmemoración de la masacre, al recibir pedradas de los asistentes al 20º aniversario de la matanza tras reiterar que el "99,9 por ciento de los serbios" no participaron en esta atrocidad.
Si bien el Gobierno holandés dimitió en 2002 por la publicación de un informe crítico con la actuación de las fuerzas de paz, Karremans, por su parte, nunca fue juzgado, a pesar de que fue captado en vídeo brindando con Mladic antes de abandonar a su suerte a los bosniacos.
En 2007, el Tribunal de Distrito de La Haya declaró a Países Bajos culpable de entregar a más de 300 civiles en un dictamen especialmente duro con los efectivos holandeses. "Debieron prever que las 300 personas entregadas a los serbios serían asesinadas", según el tribunal.
No conviene olvidar otro aspecto importante de las consecuencias de la matanza de Srebrenica: su impacto en el Derecho Internacional. La masacre fue el detonante de la iniciativa del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para crear el Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (TPIY), con un mandato sobre genocidio, crímenes contra la Humanidad y crímenes de guerra, y el organismo responsable de las condenas a Mladic y Karadzic.
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