Elecciones europeas Hungría o cómo desmontar un Estado de derecho dentro de la Unión Europea
Desde que regresó al poder en 2010, Viktor Orbán no ha dejado de erosionar la separación de poderes y la libertad de prensa de su país ante la permisividad de Bruselas.
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El 16 de junio de 1989 un joven desconocido de pelo largo tomó el micrófono en la Plaza de los Héroes de Budapest. Cientos de miles de personas se habían congregado allí para conmemorar la figura de Imre Nagy, el líder socialista reformista ejecutado tras liderar el levantamiento de 1956 contra Moscú. El joven, con un mensaje vibrante y lleno de energía, exigió elecciones libres y la salida de las tropas soviéticas de Hungría. El discurso convirtió a Viktor Orbán, de la noche a la mañana, en una destacada y popular voz opositora al régimen comunista que estaba a punto de caer.
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Desde esa posición, Orbán se convirtió también en uno de los elegidos por el liberalismo y conservadurismo occidental para conducir Hungría hacia la economía de mercado y la democracia representativa. Pero 30 años más tarde, media Europa acusa al ahora primer ministro de ser uno de los máximos representantes de la extrema derecha continental y de desmantelar el Estado de derecho húngaro. ¿Cómo ha podido ocurrir?
“Esta pregunta daría para varias horas de presentación”, asegura a través del teléfono el analista político Gabor Gyori. “A mí me gusta utilizar la metáfora del puzle. Orbán ha ido introduciendo pequeñas piezas con el paso del tiempo. Una a una. Por sí solas las piezas no representan un gran cambio, pero cuando se juntan y encajan, lo vemos todo claro”.
Entre los expertos aún hay discrepancias sobre cuál fue el momento exacto en el que Orbán se decantó por el lado oscuro de la política. Asimismo, tampoco se ponen de acuerdo en definir qué es Hungría hoy en día. ¿Una ‘democracia iliberal’, como dice el propio primer ministro? ¿Una democracia en ruinas? ¿Una dictadura?.
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Pieza a pieza
“Antes un golpe de Estado se llevaba a cabo con tanques. Ocupabas el Parlamento y ya está, el poder era tuyo”, sostiene Gyori. Y añade: “En Hungría no sucede eso, no hay militares en las calles, no se detiene a los periodistas, pero sí creo que se está produciendo un cambio de régimen. Y la verdadera naturaleza del régimen la veremos en la reacción de Fidesz [el partido de Orbán] ante la pérdida de unas elecciones. ¿La aceptarán? ¿Cederán el poder o se aferrarán a él? Ese será el momento clave”.
Lo primero que hizo Orbán tras su triunfo en 2010 fue promover y lograr una reforma de la Constitución para limitar el poder del Tribunal Constitucional
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De lo que no dudan los analistas es de que Orbán se dedicó entre 2002 y 2010, es decir, el tiempo que transcurrió entre que perdió las elecciones tras sus cuatro primeros años de Gobierno y la fecha en que retornó a la oficina del primer ministro, a planear un sistema que diera rienda suelta a sus ansias de poder. De hecho, lo primero que hizo tras ganar las elecciones de 2010 fue promover y lograr una reforma de la Constitución que limitaba el poder del Tribunal Constitucional.
“Es un ejemplo perfecto de cómo actúa Fidesz, porque también introdujeron nuevos miembros en los tribunales. Combinan cambios institucionales con cambios de personas, por lo que ciertas instituciones que, en teoría, todavía tienen el poder de fiscalizar al Gobierno, simplemente no ejercen ese poder”, asegura Gyori. Otro objetivo, desde su vuelta al poder, fueron los medios de comunicación. Fidesz no ha parado de maniobrar hasta controlar, directa o indirectamente, a gran parte del panorama mediático húngaro. Su dominio se siente en prensa y televisión pero, sobre todo, en la radio, un medio clave en el ámbito rural, donde se encuentran los bastiones del orbanismo.
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La última maniobra es este sentido fue la de crear un gran conglomerado mediático formado por numerosos medios de comunicación favorables al Gobierno. Las asociaciones de prensa internacionales describieron la fusión como otro golpe más al pluralismo mediático en Hungría. La erosión del Estado de derecho en Hungría no ha llegado a los niveles que se viven en la Turquía de Reep Tayyip Erdogan o la Rusia de Vladimir Putin, dos mandatarios a los que Orbán admira. Aquí no hay opositores en la cárcel. Lo que también diferencia a Hungría de estos dos países es su pertenencia a la Unión Europea, una Unión que poco o nada a hecho por ante la deriva autoritaria del país centroeuropeo.
“La entrada de Hungría en la Unión Europea produjo dos ilusiones”, explica a Público Peter Balasz, quien fue ministro de Exteriores de Hungría justo antes del retorno de Orbán al poder hace nueve años. “Una ilusión era la que tenían los húngaros de que el nivel de vida iba a aumentar inmediatamente. La otra se produjo entre los mandatarios europeos, quienes pensaron que Hungría iba a aceptar y a implementar todas las medidas que se derivaban de su entrada en la Unión”, añade Balasz desde su despacho de la Universidad Central Europea, en el centro de Budapest.
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Permisividad de la UE
Según el exdiplomático, la UE cometió el error de no “prestar más atención” a cómo se estaba llevando a cabo la implementación de las regulaciones en Hungría. “Es lo que en esta universidad llamamos las condiciones posteriores al acceso. La UE es muy estricta en los condiciones previas a la entrada, pero, una vez dentro, nadie se preocupa en comprobar qué se está o no se está haciendo”, sostiene Balasz.
Según el exdiplomático, la UE cometió el error de no “prestar más atención” a cómo se estaba llevando a cabo la implementación de las regulaciones en Hungría
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No solo las instituciones de la UE han sido permisivas y benevolentes con un país que sigue recibiendo grandes cantidades de dinero comunitario, sino también la familia política de los conservadores europeos. Solo hace unos meses, a pesar de que Orbán lleva años abanderando las posiciones más ultraderechistas del continente, el Partido Popular Europeo (EPP por sus siglas en inglés) dio el paso de suspender a Fidesz de su grupo parlamentario europeo. Y sin embargo, se resisten aún a expulsarlo.
Asimismo, aunque el Parlamento Europeo activó el artículo 7 contra Hungría, con el que se abre la puerta a sanciones a Budapest por los ataques a la libertad de prensa, la presión sobre las oenegés y la falta de libertad en la judicatura, Balasz sostiene que “la ilusión” de la UE sobre la realidad húngara continúa.
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En esa misma plaza donde Orbán ganó notoriedad por primera vez en el verano de 1989, hoy solo quedan muchos turistas y un hombre con un peto blanco junto a numerosas banderas húngaras, pancartas y una mesa llena de mapas. El hombre protesta allí cada día contra el tratado de Trianon, el acuerdo de 1920 con el que, tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, el país perdió dos terceras partes de su territorio y dejó a tres millones del antiguo Reino de Hungría viviendo en otros Estados nación.
Aunque han pasado casi cien años, Trianon sigue muy vivo en el imaginario colectivo de Hungría. Orbán ha sabido instrumentalizar mejor que ningún otro político el fuerte componente nacionalista de la sociedad húngara. En 2015, ante la llegada de decenas de miles de refugiados y solicitantes de asilo a través de la ruta de los Balcanes, echó mano de la nación húngara y la religión cristiana para justificar la mano dura contra la inmigración. Su popularidad se disparó en las encuestas.
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Cuatro años después, y sin casi inmigrantes en el país, Orbán se ha asegurado que el único tema relevante de la campaña para las elecciones europeas sea, precisamente, la inmigración. “El peligro político de centrar el odio en una dirección concreta -señala el exministro Balasz- es que en cualquier momento puedes redirigirlo hacia otro grupo”.