Esta semana se cumple medio siglo de la muerte de Gamal Abdel Nasser, un hombre que capturó como ningún otro la idea de libertad en el mundo árabe cuando el orgullo todavía era razonable y no estaba contaminado por personajes como Donald Trump o Benjamín Netanyahu, con el objetivo declarado de sacar al pueblo de la pobreza.
En nuestros días la época de Nasser puede verse como una lejana paradoja, una ilusión que para algunos sigue existiendo, aunque en sus líneas generales ha sido superada por innumerables acontecimientos contemporáneos que han hecho que vivamos en un mundo distinto, no solo en la región árabe sino en la totalidad del planeta.
Entre las muchas e importantes metas del raís (presidente), destacó la lucha contra la pobreza. La última vez que estuve en El Cairo me crucé con un periodista de cierta edad y de familia rural de escasos recursos que había ido a la universidad gracias a una beca del estado. Nasser fue quizás el primer líder árabe que se preocupó a fondo por el desarrollo de las clases bajas.
Nuestro periodista no podía ocultar su admiración por el legendario raís y seguía militando en un partido nasserista de naturaleza socialista, aunque las condiciones sociales, religiosas, económicas e internacionales de los egipcios actuales no son las que reinaban cuando Nasser se hizo con el poder a principios de los años cincuenta.
Naturalmente, no todos los egipcios ven a Nasser como una figura positiva. Los hay que lo consideran el fundador de una tiranía militar que ha perdurado hasta hoy, ahora encarnada en el presidente Abdel Fattah al Sisi. Uno y otro han gobernado con mano de hierro puesto que quizá una dictadura más o menos popular o impopular sea la única manera de conservar el poder en ciertos países.
Hijo de un humilde empleado de Correos, Nasser intervino en la revolución de 1952 contra el rey Faruk desde su posición de militar de carrera. No consta que participara en las organizaciones secretas militares que existieron con anterioridad al golpe y que ejecutaban asesinatos contra la ocupación británica, ni se le apartó del ejército por motivos políticos, como le ocurrió a su sucesor Anwar al Sadat.
Siendo estudiante de enseñanza primaria y secundaria participó en protestas contra los británicos, y según los historiadores quiso ingresar en el ejército porque consideraba que solo los militares podían liberar a su país de la presencia británica.
El golpe contra el rey fue dirigido por otro militar, Mohammed Naguib, que lideraba el Movimiento de los Oficiales Libres. Parece que Nasser formó un grupo pequeño de militares desafectos que querían cambiar de arriba abajo la sociedad. El golpe de julio de 1952 dejó a Naguib como primer presidente en la historia de la república egipcia, asistido por un Consejo de Mando Revolucionario integrado por 14 oficiales, incluido Nasser.
Entre los llamados Seis Principios de la Revolución estaban la eliminación del feudalismo y el colonialismo, el control gubernamental de los capitales, la creación de un ejército fuerte, la justicia social y el establecimiento de una democracia saludable. Pero desde el primer momento surgió una desavenencia clave entre Naguib y Nasser. El primero pretendía devolver el ejército a los cuarteles mientras que Nasser no quería aplicar la democracia hasta después de que el ejército hubiera reconstruido el país.
Los dos hombres mantuvieron una lucha personal que en noviembre de 1954 terminó con la dimisión de Naguib, a quien se confinó bajo arresto domiciliario, mientras que Nasser se convirtió en presidente hasta su muerte. El populismo y nacionalismo de Nasser le hizo sostener que la única autoridad irradiaba de las masas y que cualquier otra forma de autoridad, incluida la democrática, era hostil a la verdad. Desde ese momento, las instituciones y los individuos orbitaron alrededor de su persona.
En la escena internacional, Nasser apoyó a movimientos de liberación en países sujetos a la ocupación extranjera, y desde la Organización de Países No Alineados hizo de contrapeso de las potencias occidentales. También nacionalizó el Canal de Suez para disgusto de británicos, franceses e israelíes, que pese a sus esfuerzos no pudieron impedirlo.
En 1958 estableció la República Árabe Unida junto con Siria, un experimento que terminó solo tres años después, aunque a pesar de ello lo convirtió en la principal figura del panarabismo del siglo XX, un movimiento que han compartido durante décadas millones de ciudadanos árabes que consideran que la unidad de los pueblos árabes debería establecerse para frenar las injerencias extranjeras.
Todo esto tuvo un precio que pagaron una multitud de oponentes de todas las corrientes, especialmente islamistas, con quienes se llenaron las cárceles. Entre los presos abundaban políticos de izquierdas que discrepaban de las políticas de Nasser. Numerosas autobiografías escritas por presos revelan los horrores y torturas de las cárceles de la época. Otros libros descubren una corrupción rampante dentro del ejército y en las instituciones del estado.
Cincuenta años después, la figura de Nasser sigue siendo controvertida. La era en que le tocó vivir es muy distinta de la actual. Entonces nadie discutía las virtudes del progreso, como ocurre ahora. Era común pensar que las sociedades avanzaban en línea recta en esa dirección, algo que en nuestros días se pone en duda, cada vez más a menudo.
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