80 años del desembarco del Winnipeg El gen revolucionario chileno que no murió en el exilio
Este martes se cumplen 80 años del desembarco del Winnipeg, el barco que fletó Neruda y su compañera, Delia del Carril, con más de 2.000 republicanos españoles desde Paulliac, Francia, hasta Valparaíso en Chile. Dentro de los pasajeros venían los padres de Rafael Pascual, militante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que luchó contra la dictadura de Pinochet y logró burlar su seguridad escapando en una espectacular fuga en enero de 1990.
Publicidad
madrid,
Según la página Barcos del exilio republicano, entre 1937 y 1943 hubo 268 navíos que trasladaron a casi medio millón de refugiados que escapaban de la Guerra Civil española. América, el resto de Europa o África, fueron los destinos de quienes habían soñado con la República y ahora emprendían en otras tierras, una nueva vida.
Publicidad
Pero dentro de todos los barcos, tanto por la cantidad de refugiados que llevó (2.078), el personaje que permitió la proeza (Pablo Neruda) y la autoridad que los estaba esperando en Valparaíso (Salvador Allende), el Winnipeg sea la embarcación más recordada. No por nada el viaje, del que hoy se cumplen 80 años, ha sido objeto de películas, documentales, cómics y hasta del último libro de Isabel Allende, Largo pétalo de mar.
Pero existe una historia no tan conocida, la de los hijos del Winnipeg, a quienes la estela de horror y persecución se repitió tras el golpe de Estado chileno. Estos tuvieron que emprender el viaje de vuelta, no sin antes protagonizar una resistencia contra la dictadura, heredada de sus familiares que supieron transmitir los ideales de la República.
La familia Pascual Arias
El Winnipeg zarpó del puerto de Pauillac la mañana del 4 de agosto de 1939. El viaje a Chile duró 30 días, y los últimos días de navegación los hizo a oscuras, por temor a sufrir atentados de submarinos alemanes. La noche del 2 de septiembre, el Winnipeg atracó en el puerto de Valparaíso y al día siguiente, a las 9 de la mañana, comenzó el descenso de los pasajeros.
Publicidad
En la tripulación venía la familia Pascual Arias, el matrimonio conformado por Carmen y Benito y sus dos hijas en ese momento, Carmen y Antonia. Benito había sido oficial del ejército republicano. Carmen, militante comunista y delegada de UGT en la sección metalúrgica. Ambos se habían conocido en Madrid, en las Juventudes Socialistas Unificadas y al momento de estallar la guerra, ya estaban casados. La travesía hasta llegar al Winnipeg, fue parecida a la del resto de la tripulación: escapar por los Pirineos hasta Francia y luego ser arrestados en un campo de concentración, hasta que llegó el barco de la esperanza. En Chile, la familia se asentó en Lota, al sur de Chile, en las minas del carbón. Ahí fueron acogidos por los sindicatos del Partido Comunista chileno, que rápidamente los afilió. Tras años en el sur, se establecieron en Santiago, donde la familia llegó a tener una panadería, una tintorería y una mercería en el barrio de San Bernardo.
También se amplió la familia a seis hijos. El más pequeño de ellos, Rafael, cuenta hoy desde Estepona, Málaga, los pormenores de un viaje que cambiaría sus destinos. “Mis padres estuvieron cuarenta años con las maletas hechas, porque creían que Franco iba a caer en poco tiempo. Ellos seguían vinculados con la gente que vino en el Winnipeg, en el Círculo Republicano, se visitaban en las casas y se querían mucho. Ahí comencé a sentir realmente lo que era la solidaridad”, señala Rafael Pascual.
Publicidad
Que nunca os toque vivir una guerra
La familia militó casi al completo en el Partido Comunista de Chile. Al asumir como presidente Salvador Allende, en 1970, los padres y los hijos estaban involucrados fervientemente en el gobierno de la Unidad Popular. Pero tras el golpe de Estado, sufrieron abiertamente las consecuencias de esa implicación.
“Mi padre ya se olía el golpe de Estado y sufría por eso. Ojalá nunca os toque vivir una guerra, nos decía, porque la Guerra Civil española había dejado huella en ellos”. Sin embargo, el golpe de Estado vino y se ensañó con la familia. “Nos delataron los vecinos y los militares allanaron nuestra casa, nos encontraron la literatura “subversiva” que teníamos. Se llevaron a mi hermano Benito, que estuvo en el Estadio Chile y luego al Estadio Nacional, donde lo torturaron. Ese día 11, de camino a mi casa, me encontré con varios cadáveres en el camino, una bestialidad que hasta ese momento no conocías”.
Publicidad
El golpe de Estado, las consecuencias en su familia y la temprana muerte de su padre en 1983, llevaron a Rafael Pascual a militar en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, una fracción del Partido Comunista, que veía en la lucha armada el único camino para terminar contra la dictadura de Pinochet. “Ese fue mi despertar, porque había conocido la solidaridad a través de la historia de mis padres, pero después conocí el horror en primera persona. Pasar de la alegría del gobierno de la UP a la represión es un tremendo balde de agua fría, se te rompe todo. Tratamos de hacer la vida normal, pero no podíamos, tampoco estaba en los planes volver a España, porque no podíamos económicamente”.
La lucha armada contra Pinochet
El Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) fue una organización político-militar nacida en 1983 al calor de las grandes protestas populares contra la dictadura de Pinochet y como parte de la política de la Rebelión Popular de Masas, auspiciada por el Partido Comunista y asumida desde los pobladores al movimiento obrero. Muchos de sus militantes se formaron en la lucha revolucionaria en Cuba y otros países y participaron como internacionalistas en la defensa de la Revolución Sandinista.
Publicidad
A Rafael Pascual, su hermano Martín, y otro hijo del Winnipeg, Jorge Martín, el espíritu del FPMR les representó en ese momento y les hizo asumir tareas de responsabilidad en esta lucha armada. “La gente ya estaba cansada y aunque estaba con valor, enfrentándose a la dictadura en las poblaciones, la lucha era desigual porque el ejército chileno tenía el apoyo de Estados Unidos e Israel”. Esta actitud de impotencia, le hizo a Rafael participar en la internación de armas por Carrizal Bajo, una fallida operación llevada a cabo por el FPMR a mediados de 1985. Se trataba de ingresar a Chile, por vía marítima y de manera clandestina, un cuantioso arsenal enviado por el gobierno cubano hasta la norteña localidad de Carrizal Bajo, sin embargo, la operación fue descubierta por los servicios de seguridad de la dictadura chilena el 6 de agosto de 1986, un mes antes del atentado –también fallido a Pinochet.
Nuevamente la represión se ensañó con Pascual, y al arresto le siguió el centro de torturas conocido como el Cuartel Borgoño, la Penitenciaría y, por último, la cárcel pública de Santiago de Chile.
Publicidad
La espectacular fuga
Desde que ingresó en el penal, la idea de fugarse para Pascual, Martín y el resto de compañeros rodriguistas, siempre estuvo en la mira. Por eso, poco a poco fue llamado por sus compañeros que ya llevaban tiempo en el penal, para participar en la “Operación éxito”, una espectacular fuga por un túnel, inspirado en la película La gran evasión.
Y se pusieron manos a la obra. Con una discreción también “de película” y un sistema de códigos y claves, construyeron un túnel cavando todos los días y por turno, que llegó a tener 60 metros y que conectaba una de las celdas, con el exterior, pasando por el metro de Santiago. “Fue un trabajo de relojería, de precisión y de estrategia. Muy discreto, y muy cansado porque además de cavar el túnel, teníamos que hacer todos los días las actividades propias del penal para no levantar sospechas. Y así lo hicimos, creo que por eso triunfó”, dice Rafael Pascual.
Publicidad
Tras meses trabajando, llegó finalmente el gran día y por la noche se inició la fuga. Salieron primero los reos que tenían condenas más graves y luego, los 24 rodriguistas implicados “invitaron” a otros presos políticos a participar en la fuga. La espectacular evasión fue realizada finalmente el 29 de enero de 1990 y terminó con 49 presos fugados convirtiéndose en la mayor fuga de la historia de Chile, ridiculizando a una dictadura militar que agonizaba.
Fue interpretado por sus protagonistas como un saludo a la democracia que el país anhelaba recuperar muy pronto y en especial, por los hijos del Winnipeg que participaron en la fuga. Una demostración de que el “gen revolucionario”, nunca muere.