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Elecciones presidenciales La derecha vuelve a gobernar Chile tras una contundente victoria de Sebastián Piñera 

A pesar de que el centro-izquierda consiguió duplicar sus apoyos, los resultados no fueron suficientes para dar continuidad al proyecto reformista de la actual presidenta Michelle Bachelet.

El presidente electo de la coalición Chile Vamos, Sebastián Piñera, saluda a un grupo de simpatizantes tras su victoria. | ELVIS GONZÁLEZ (EFE)

Meritxell Freixas

Nuevamente, las encuestas fallaron. A pesar de que los pronósticos eran de una segunda vuelta muy ajustada entre el candidato de la derecha, Sebastián Piñera, y el oficialista de centro-izquierda, Alejandro Guillier, los conservadores se proclamaron ganadores con un cómodo margen de diez puntos.

Piñera, empresario que ya gobernó el país durante el período 2010-2014, sumó un 54,5% de los votos, mientras que Guillier, que seguirá con su cargo de senador, quedó con el 45,4% de los apoyos.

Rodeado de su familia y de los excandidatos presidenciales de su coalición Chile Vamos, Piñera aprovechó su discurso de vencedor para hacer un llamado a la unidad. "Quiero ratificar el compromiso que nos acompañó durante toda la campaña, un compromiso con la unidad de todos los chilenos, un compromiso con el diálogo y los acuerdos, y con una renovada fe y esperanza en nuestro país", exclamó eufórico.

"Voy a proponer a todas las fuerzas políticas grandes acuerdos para enfrentar y resolver los grandes problemas que aquejan a tantos chilenos", añadió el presidente electo.

El futuro jefe de Estado introdujo un mensaje poco habitual en su retórica: "Viva la diferencia, viva el pluralismo de ideas, pero nunca esas diferencias deben convertirnos en enemigos", dijo, para luego cerrar con su tradicional: "Que Dios bendiga a Chile, que Dios bendiga a los chilenos y que viva Chile".

Su rival, Alejandro Guillier, compareció ante la militancia más de una hora antes, cuando la tendencia quedó confirmada. Felicitó a Piñera y reconoció la "dura derrota". El candidato del oficialismo, que salió sin ningún dirigente de su partido al lado, admitió vivir una jornada que calificó de "dolorosa" y una "noche triste", y se comprometió a seguir trabajando porque –dijo– "la derrota es electoral pero no política". Uno de sus mensajes más reiterados fue el de la renovación: "Vamos a hacer una oposición constructiva, debemos renovar nuestros liderazgos, olvidarnos de tantos palacios, ir a las juntas de vecinos. Me comprometo a trabajar por la unidad y renovación del progresismo", aseveró.

Inesperada movilización de nuevos votantes

Sebastián Piñera se convirtió ayer en el tercer presidente más votado desde el retorno a la democracia en Chile, en 1989, y consolidó el giro hacia la derecha en el cono sur de América Latina, al lado de la Argentina de Mauricio Macri y el Brasil de Michel Temer.

El resultado fue inesperado incluso para los propios vencedores ya que nadie pensaba que pudiera movilizar más del 44% del electorado que le votó a él y a la ultraderecha en primera vuelta.

Sin embargo, por primera vez el balotaje sumó más participación —el 49%— que la primera vuelta, donde alcanzó el 46,7%. Los porcentajes se traducen en unos 300.000 votos nuevos que han sido la clave para la victoria aplastante del conservador.

Piñera también logró sumar el apoyo de parte de los demócrata-cristianos y de los partidarios más desideologizados del Frente Amplio, la izquierda cercana a Podemos que se levantó como tercera fuerza en la primera contienda electoral.
A pesar de que Alejandro Guillier consiguió duplicar sus apoyos, los resultados no fueron suficientes para dar continuidad al proyecto reformista impulsado por la actual presidenta Michelle Bachelet. El senador sólo se impuso en dos de las 15 regiones del país y perdió en zonas estratégicas como en Antofagasta, su propia región, o Valparaíso, la capital porteña que en las últimas convocatorias electorales se declaró claramente como uno de los bastiones de la izquierda.

Tal y como establece la "tradición republicana chilena", cuando los resultados se dieron por definitivos, la presidenta Michelle Bachelet llamó a Sebastián Piñera para felicitarlo en una conversación —ya acordada— que fue transmitida en directo. Luego, ambos candidatos comparecieron conjuntamente al final de la noche y se dieron un abrazo ante las cámaras.

Mientras, por las calles de la capital santiaguina, los partidarios del conservador alardeaban su triunfo entre cánticos, entre los que se escuchó también un desacomplejado "Chi-chi-chi, le-le-le, Viva Chile y Pinochet".

Marcha atrás en las reformas del oficialismo

Las propuestas estrella del programa de Piñera giran en torno al impulso de la economía y el aumento de la seguridad. De hecho, entre sus principales banderas de campaña destacan la creación de 600.000 nuevos empleos, el fortalecimiento y modernización del cuerpo de policía y la creación de un nuevo Código Penal.

En materia educativa, uno de los puntos que más atención ha acaparado durante la campaña, el ex mandatario dio un giro después de la primera vuelta para convencer a los sectores más populares, aceptando la Reforma de la Gratuidad impulsada por Bachelet e incluso avanzando en la gratuidad en la educación técnico-profesional.

Las pensiones fueron otro de los puntos que el futuro presidente reconsideró para la campaña del balotaje. Sin mencionar una propuesta concreta, se abrió a remodelar el sistema privado de las administradoras de fondos de pensiones (AFP) para incorporar una gran administradora estatal que esté bajo las mismas reglas del mercado. El fin del sistema de las AFP ha sido uno de los grandes reclamos de la sociedad chilena y ha sacado a la calle a miles de manifestantes en los últimos años, pero la propuesta piñerista no aporta avances en esa dirección.

Sin embargo, la gran afectada por la llegada de la derecha a La Moneda será, sin duda, la denominada "agenda valórica", que agrupa proyectos aún en trámite y que en pocos meses quedarán en papel mojado como el matrimonio igualitario, la adopción homosexual y la identidad de género.

En este grupo peligra especialmente la Ley de Despenalización del Aborto en tres causales (inviabilidad fetal, riesgo para la madre y violación), que logró aprobarse hace apenas cuatro meses después de una larga lucha del movimiento feminista y las organizaciones de mujeres.

Aunque el futuro presidente no ha manifestado su intención de realizar un cambio explícito a la ley, sí se ha mostrado como un "defensor de la vida" y ha asegurado que "introducirá mejoras" a la norma.

A pesar de las amenazas que, para los tímidos avances, supone la vuelta de la derecha al gobierno, el empresario no podrá barrer los pequeños logros con tanta facilidad. La primera vuelta dejó un parlamento fracturado, dividido en tres bloques y sin mayorías consolidadas. Piñera y los suyos necesitarán el apoyo de los sectores del progresismo moderado para aprobar sus leyes y consolidar su proyecto largoplacista.

El llamado al diálogo y a los "grandes acuerdos" que protagonizaron el discurso del triunfo de ayer fueron la primera muestra de ese nuevo modus operandi con el que, a partir de ahora, el futuro presidente tendrá que aprender a gestionar su poder.

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