El Congreso Nacional, la nueva espada de Damocles sobre Lula
Bolsonaro y sus aliados dominan un Parlamento muy escorado a la derecha y con capacidad para entorpecer la gestión de Lula si gana en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas.
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madrid,
Paradójicamente, y pese a haber sufrido una derrota en la primera vuelta de las elecciones, Jair Bolsonaro se siente caballo ganador en Brasil. Contra todo pronóstico, el mandatario ultraderechista forzó un segundo round electoral frente al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (48%-43%). El excapitán del Ejército tiene motivos para el optimismo. Su Partido Liberal (PL) pasa a ser la primera fuerza en el Congreso Nacional. Junto a sus aliados de derecha domina las dos cámaras.
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Aunque Lula gane finalmente la disputa el 30 de octubre y acceda a su tercer mandato presidencial, su relación con el Parlamento será tormentosa. El Partido de los Trabajadores (PT) y sus socios de izquierda suman unos 125 diputados de un total de 513. Ni siquiera se aproximan al número mágico de 171 legisladores, ese tercio de la Cámara baja imprescindible para bloquear cualquier petición de impeachment contra el presidente.
El mandatario ultra tendría mucho más fácil gobernar con el actual Congreso que Lula y se aseguraría además el bloqueo de las peticiones de juicio político en su contra. Durante su mandato, el Parlamento rechazó unas 140 solicitudes en ese sentido. Por contra, el Congreso sí aprobó en 2016 el impeachment contra la entonces presidenta Dilma Rousseff (PT) bajo la excusa de un desvío presupuestario. Si Lula es el próximo presidente de Brasil, tendrá que gobernar con esa espada de Damocles sobre su cabeza.
Bolsonaro puede celebrar ya el crecimiento de la ultraderecha y la derecha en el Congreso. El domingo se renovó totalmente la Cámara de Diputados (513 miembros) y un tercio del Senado (27 de 81 miembros). El Partido Liberal de Bolsonaro es ya la primera fuerza en ambas cámaras (98-99 diputados y 14-15 senadores, con datos todavía parciales). Solo la probable fusión de dos grupos parlamentarios, União Brasil y el PP (derecha), le quitaría al PL esa condición dominante.
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Bolsonaro y sus aliados parlamentarios (Republicanos, PSD, PP, etc.) suman unos 235 diputados, algo por debajo de la mayoría absoluta pero muy por delante de la bancada de la izquierda. El PT sube hasta los 79-80 diputados. Otras formaciones progresistas (PDT, PSB, PSOL y Rede) elevan a 124-125 los congresistas de la Cámara baja con los que Lula podría contar en principio si llega al Palacio del Planalto. Entre esos dos bloques se sitúan algunos partidos de centroderecha que, eventualmente, apoyarían a uno u otro candidato. Lula podría llegar a acuerdos legislativos con el MDB (42 diputados) y el PSDB (18) principalmente.
El Congreso brasileño se caracteriza por una gran fragmentación. Ninguna formación alcanza el 20% de representación. En la legislatura saliente llegó a haber casi una treintena de partidos. Algunos diputados, además, cuentan con la oportunidad de cambiar de chaqueta gracias a un peculiar procedimiento, una ventana de tiempo en la que está permitida esa mudanza. Las siglas también suelen cambiarse cada cierto tiempo.
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Lo que ha permanecido en el Congreso durante varias décadas es la presencia del denominado Centrão (partidos de derecha y centroderecha que ofrecen su apoyo parlamentario al bloque gubernamental a cambio de ciertos privilegios). Pero ni siquiera el Centrão tiene una composición fija. La adscripción a ese club es difusa. Bolsonaro es un ejemplo de ello. Se declaró parte del Centrão después de haber renegado de él.
Las elecciones dejan un mapa de Brasil partido en dos, en el que el norte se decanta hacia Lula y el sur y gran parte del centro hacia Bolsonaro. La inesperada fortaleza del mandatario en el populoso estado de São Paulo explica en parte por qué Lula no ha alcanzado la mayoría absoluta en la primera vuelta. El candidato bolsonarista a gobernador obtuvo en el principal distrito electoral del país un 42% de los votos. Y en Río de Janeiro arrasaron también los candidatos bolsonaristas.
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Para consuelo de Lula, desde el retorno de la democracia en 1985, el candidato más votado en el primer turno siempre ganó en la segunda vuelta. Pero en esta ocasión hay un factor que podría romper esa tradición. La aguda polarización ha dejado a los dos principales candidatos prácticamente en un mano a mano electoral, con el resto de aspirantes casi borrados del escrutinio.
En comicios anteriores, el tercer candidato solía llevarse una bolsa de votos mucho mayor, entre el 10% y el 20%. Los dos primeros tenían margen para crecer. En esta ocasión, la tercera en discordia, la conservadora Simone Tebet, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), apenas logró un 4,1% de los votos. Y el cuarto candidato más votado fue el centroizquierdista Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista (PDT), con un raquítico 3%.
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El partido de Gomes ha apoyado siempre al de Lula en los balotajes. Matemáticamente, podrían hacerle presidente el 30 de octubre. Pero las elecciones del domingo han demostrado que es erróneo subestimar la capacidad de resistencia del excapitán. Tiene cuatro semanas para reactivar su discurso del odio contra Lula en otra campaña que será a cara de perro.
Bolsonaro, subestimado
En la solidez electoral de Bolsonaro han influido varios factores. Su descomunal maquinaria para fabricar y difundir mentiras contra su principal rival hizo el trabajo sucio antes de la jornada electoral del domingo. La chequera gubernamental también se puso en funcionamiento. El gobierno aprobó recientemente un millonario plan social para atender a unos 20 millones de brasileños, tratando de emular la agenda social de Lula. Además, las encuestas no detectaron un apoyo subterráneo al presidente. Y subestimaron la base social que se ha labrado Bolsonaro durante su mandato. Porque si algo ha mostrado esta elección es que el "antipetismo" (votar a cualquier candidato que no sea Lula, aunque se trate de un neofascista) continúa inoculado en la mitad de la población brasileña.
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Bolsonaro se presentó en 2018 como el dirigente sin mácula capaz de acabar con la corrupción que afectaba al establisment político de izquierda y derecha. Un candidato nuevo para muchos electores (pese a que llevaba 30 años como profesional parlamentario en el Congreso) que acabaría por fin con los "ladrones" del PT, como los presentaban entonces la derecha y los principales medios de comunicación. Cuatro años más tarde, todo el mundo sabe (o puede saber) quién es realmente Bolsonaro, un extremista de derechas machista, racista y con pretensiones golpistas. Así y todo, ha cosechado 51 millones de votos (solo tres puntos porcentuales menos que en la primera vuelta de 2018).