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Centros ocupados en Atenas ofrecen una vida autónoma a los refugiados

Sin plazas libres

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Centro autogestionado de la calle Dervenion.

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ATENAS.- En el ‘squad’ o centro autogestionado de la calle Notara las puertas están abiertas, y hay una pequeña recepción acristalada tapizada con dibujos de los pequeños que habitan en este lugar. Tanques, misiles, barcas, agua y banderas son algunos de los elementos que se repiten. Fuera, en la acera, una niña iraní juega con un niño afgano y otro de Iraq.

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En este centro, al igual que en los otros cuatro disgregados por el antiguo barrio anarquista de Exarchia, los refugiados pueden llevar una vida más autosuficiente que quienes continúan en los campamentos, malviviendo en tiendas de campaña a la intemperie.

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Las diferencias culturales quedan a un lado para organizar comida, limpieza o actividades con los niños. Todo, con el acompañamiento de vecinos, activistas –la mayoría griegos-, grupos anarquistas, colectivos políticos o sociales como No borders, estudiantes y asociaciones. El objetivo último: que puedan llevar una vida digna y autónoma con los recursos que les aportan particulares o entidades. “Aquí estamos sólo nosotros, la ciudadanía. No dependemos del Gobierno ni de las ONG”, apunta Marina, voluntaria en el centro ocupado de Dervenion.

Patio del viejo colegio ocupado en la calle Octave Merlier.

La proliferación de estos espacios ocupados comenzó con las movilizaciones para ayudar al centenar de personas que acampaba en el parque Pedion Areos hasta hace seis meses. Una de las estrategias fue ocupar lugares abandonados o en desuso para realojar a refugiados e inmigrantes.

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Sin plazas libres

Tras el realojo de las personas que vivían en Pedion Areos, los voluntarios continuaron rescatando refugiados o inmigrantes de las calles para trasladarles bajo techo. “Al principio se buscaba ofrecer una solución temporal. Después, se empezó a conocer la existencia de los ‘squads’ y llegaban por su cuenta. Ahora ya se han quedado”, explica Niovi, voluntaria de la cafetería cooperativa de la calle Ipitou, que recoge alimentos para los refugiados. Hoy, estos recintos están al límite de ocupación, y no pueden aceptar a más personas.

Fachada principal del centro ocupado de Notara.

“Pasamos tres días en una tienda de campaña. No paraba de llover. Amanecíamos con el suelo encharcado. Mi hijo ha estado enfermo tres semanas, con fiebre y vómitos”, deplora. Chaand rechaza tajante la política de devoluciones a Turquía. “Allí los campos no tienen unas mínimas condiciones de higiene”, asegura. Y espera que la Unión Europea corrija su postura. “Podían arreglar este problema poco a poco; aceptando cada mes tandas de 1.500 personas”, propone.

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Trabajo en red y necesidades conectadas

Muy cerca de la calle Notara se encuentra el ‘squad’ de Dervenion. Allí sólo viven ahora diez afganos porque la función de este recinto es la de almacenaje y distribución para el resto de instalaciones, incluso de fuera de Atenas. “Mandamos cajas de plátanos a la isla de Lesbos; siempre donde haga falta”, aporta Marina. A eso de las 13.30 de un día cualquiera, la furgoneta granate de Fredy, nombre que reza en el capó, sale cargada con esas frutas. Todos los ‘squads’ trabajan en red, y conectan demandas y dinámicas de trabajo.

200 refugiados en un antiguo colegio

En la calle Octave Merlier, un viejo colegio realoja a 200 personas. “Hoy han cortado en agua, y hay un poco de lío, tenemos que traerla desde fuera”, informa Caroline, una inglesa residente en la capital griega. “¿Alguien le puede dar unos zapatos a este hombre?”, exclama entre el barullo infantil que se ha organizado de pronto en el vestíbulo. Dos decenas de niños y niñas de entre 3 y 14 años suben desde el patio con aros para guardarlos tras el juego.

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Fachada principal del centro ocupado de Notara.

El colegio es el único de los centros ocupados donde se puede cocinar, y sus habitantes, que viven dentro de las diferentes aulas con tiendas, colchones o mantas, se organizan para cada tarea con el apoyo de los voluntarios. La Comisión de Apoyo a Emigrantes y Refugiados, que trabaja con estos colectivos desde hace años, cocina cada día para el ‘squad’ de Notara.

Dos de las últimas mujeres en llegar han sido Aster Kitlom, de 42 años, y Almaz Gregiher, de 28, ambas de Eritrea. “Aster necesita ayuda urgente, tiene seis hijos, está enferma y estaba viviendo en la calle”, avisa Shishay Ketem, eritreo que traduce al inglés las demandas de Aster. “En nuestro país la vida corría peligro. Ahora necesitamos lo básico, medicinas, alimentos y educación para nuestros hijos”, afirma. Los centros de la calle Themistocleous y el de la Universidad Politécnica los gestionan grupos anarquistas que prefieren no dar a conocer sus instalaciones.

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