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El camino hacia una India hindú se toma a la derecha

Los analistas alertan de la creciente derechización del partido del neoliberal Narendra Modi, en el poder desde 2014, mientras crece el nacionalismo religioso y la intolerancia religiosa en un país de 1.200 habitantes, 200 millones de ellos musulmanes.

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Varios habitantes de Nueva Delhi caminan por una calle encharcada. AFP/Chandan Khanna

NUEVA DELHI,

Estamos, dice Narendra Modi, ante una “nueva India”. Cuando el actual primer ministro destronó al partido de los Gandhi en 2014, se empezó a hablar de la ola de Modi, un fenómeno que ya entonces se intuía que recorrería el país sumando fieles a su causa. Hoy, tres años después, esa ola es un tsunami que ha ido tiñendo de azafrán, el color de su partido y del hinduismo, la mayoría de estados que han pasado por las urnas.

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Modi, cuya popularidad sigue hoy en plena forma, llegó al poder con la promesa de levantar a un gigante en horas bajas. En todo este tiempo, ha querido destacar su compromiso con una agenda centrada en el desarrollo, en las reformas económicas, en acabar con el dinero negro y la corrupción, en atraer inversión extranjera, en volver a situar a India en el escenario internacional. Todos los analistas coinciden en que esta colosal empresa está teniendo lugar, sólo hay discrepancias en cuanto a la velocidad que lleva.

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Con ese discurso, y con la cara del mandatario en cada uno de los carteles electorales, el Partido Bharatiya Janata (BJP), una formación nacionalista hindú, ha ido sumando victorias como quien apunta ticks en la lista de la compra, con sólo unos pocos reveses. Incluso en Jammu y Cachemira, donde vive una población de mayoría musulmana y existe un conflicto separatista en ebullición, el BJP gobierna gracias a una coalición con un partido local.

El primer ministro indio Narendra Modi saluda a sus seguidores en la celebracion del tercer aniversario de su llegada al poder, en un acto celebrado en la ciudad de Guwahati. REUTERS/Anuwar Hazarika

Mientras la derecha hindú va ganando asientos en el poder, en la calle se vive la exaltación de un nacionalismo de tintes religiosos que está tensando la fina cuerda que une a las mayorías y minorías de este país de más de 1.200 millones de habitantes.

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“El modo en que el BJP llegó al poder es un reflejo de cómo está creciendo la derechización de la política y de cómo se manifiesta el auge del nacionalismo”, afirma a Público C. Uday Bhaskar, director de la Sociedad para Estudios Políticos.

Hoy es obligatorio levantarse en el cine para escuchar el himno nacional antes de cada película

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Hoy día, por ejemplo, es obligatorio levantarse en el cine para escuchar el himno nacional mientras la bandera tricolor ondea en la pantalla antes de cada película. Se han vivido casos violentos en varias salas, cuando algún espectador, más interesado en pasar un rato entretenido que en demostrar su patriotismo, no ha querido acatar esa norma. “Se está pidiendo a las personas que demuestren que son buenos indios, que son más indios que nadie, pero ¿cómo se demuestra eso más allá de repetir una y otra vez que amas todos los símbolos nacionales?”, se pregunta Tanweer Fazal, sociólogo de la Universidad Jawaharlal Nehru (JNU), especializado en minorías, nacionalismo y violencia en la India.

El resurgimiento de este nacionalismo va de la mano de la ideología Hindutva, la que defiende que la India es el país de los hindúes. Las demás religiones son invitadas, secundarias, no originarias. La mayoría de la población india es hindú, pero en este país viven más de 200 millones de musulmanes.

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La victoria del BJP hace tres años dio alas a grupos como el Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), una controvertida organización de extrema derecha hinduista, cuna ideológica del BJP. “Modi viene del RSS pero hoy en día no va tan lejos como ellos, que están convencidos de que ya se está construyendo una nación hindú”, afirma Fazal.

No hay que olvidar que Modi se enemistó con organizaciones hindúes en sus años al frente de Gujarat, cuando decidió demoler decenas de templos que se interponían en sus planes de desarrollo económico.

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Una pareja de recién casados son observados por varios familiares tras visitar un templo en Nueva Delhi. AFP/ Prakash Singh

Pero sólo hace falta tener ojos para ver que hoy en día se están asentando los primeros pilares de un proyecto de país distinto al que construyeron durante décadas los gobiernos del Partido del Congreso, en manos de la dinastía Nehru-Gandhi, basado en el secularismo tras la independencia en 1947.

Hablamos de pilares culturales que van a lo más básico, la enseñanza, como se ha visto con polémicos cambios en los libros de texto en estados como Rajastán, Gujarat o Maharashtra, en cuyas páginas la religión ha ganado peso a la hora de reescribir la Historia. Así como la presión que han ejercido las castas altas para forzar el veganismo en los comedores escolares de esos y otros estados.

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O el constante impulso que se da al yoga, disciplina de origen indio relacionada con el hinduismo, incluida en escuelas y en instituciones como la policía. En la actualidad el yoga y las medicinas alternativas cuentan con su propio ministerio en el país asiático.

El actual primer ministro indio, Narendra Modi, en una foto de 2014 duante la campaña electoral abrazado al gurú del yoga Baba Ramdev. REUTERS/Adnan Abidi

Mención aparte merece el apoyo mutuo que se profesan los líderes del BJP con algunos gurús de la meditación, tan millonarios como controvertidos.

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Y a todo eso hay que añadir la prohibición del consumo de alcohol en cada vez más estados, lo mismo que ocurre con la carne bovina.

Estos son sólo algunos elementos de la agenda hindú de los gobernantes indios, que siempre han repetido que el proyecto económico es el que mueve sus pasos. Pero después de arrasar en las recientes elecciones de Uttar Pradesh, Modi decidió colocar al frente del estado más poblado de la India a Yogi Adityanath, un controvertido político y líder religioso que había llegado a decir que habría que matar a diez musulmanes por cada hindú asesinado a manos de un fiel del islam.

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Lo primero que hizo Adityanath fue iniciar una guerra contra los mataderos, controlados en gran parte por la comunidad musulmana.

Diez años para cambiar el país

Tras su elección como jefe de gobierno, todas las voces coincidieron: la agenda hinduista del BJP está sobre la mesa con el mantel puesto preparándose para la gran comilona, que será en las elecciones generales de 2019, una cita que teme el Partido del Congreso, hoy opositor, sumido en una severa crisis de liderazgo e identidad.

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Salvo errores catastróficos o giros inesperados, a día de hoy prácticamente se da por hecho que el BJP gobernará por lo menos hasta 2024. Se cumplirían así los diez años que Modi dijo que necesitaría para cambiar India.

“La agenda hinduista ha sido siempre una parte importante de la agenda del BJP y del RSS, no es algo nuevo que naciese tras las elecciones de Uttar Pradesh. Desde 2014 llevan polarizando a hindúes y musulmanes para atraer al voto hindú, pero lo de Adityanath es una declaración con la que confirman que van a hacerlo abiertamente”, asegura a Público el economista Arun Kumar, reconocido experto en asuntos políticos y económicos del país. “Esto es algo muy peligroso desde el punto de vista social”, advierte.

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Yogi Adityanath (c) el día de su toma de posesion como primer ministro de Uttar Pradesh. AFP/Sanjay Kanojia

Esta advertencia forma parte de un debate instalado en India en los últimos años: ¿está creciendo la intolerancia religiosa en el país? La pregunta cogió fuerza sobre todo desde que en 2015 una turba linchase a un musulmán al que acusaban de guardar carne de vaca en la nevera. A ese asesinato le han seguido más de una decena de casos similares en los últimos dos años, todos ellos a manos de grupos de fanáticos hindúes que se hacen llamar vigilantes de vacas, cuya misión en la vida es velar por la protección del animal sagrado del hinduismo.

Modi, haciendo gala de la fraternidad que demuestra en sus declaraciones públicas, les ha acusado de ser “antisociales”, pero en algunas partes de India las autoridades ya están pensando cómo institucionalizar estos servicios.

"Hoy se dice que un buen indio es un buen hindú, y que el buen hindú es aquel que no mata a una vaca. Pero un hindú mejor es aquel que mata a quien ha matado a una vaca"

“Esto es una democracia y, como ciudadano indio, me parece muy triste que el discurso político no esté mirando la enormidad que es que un ciudadano sea asesinado por estos motivos. En lugar de eso, se habla de la importancia del símbolo de la vaca. Y eso es una manifestación de cómo el nacionalismo hindú se está erigiendo”, señala el analista Uday Bhaskar. “Hoy se dice que un buen indio es un buen hindú, y que el buen hindú es aquel que no mata a una vaca. Pero un hindú mejor es aquel que mata a quien ha matado a una vaca. Tal reducción de ideas es muy peligrosa”, añade.

Y la población no parece estar muy alarmada. O al menos no traducen su indignación en demandas serias a las autoridades. “Parece que la gente consiente estas cosas. Puede que la violencia diaria no les guste, pero mientras no les afecte, las personas continúan con su vida e incluso encuentran justificaciones a algunos de esos crímenes”, sostiene el sociólogo Fazal, de la JNU.

A finales del año pasado el Centro para el Estudio de las Sociedades en Desarrollo (CSDS) llevó a cabo una interesante encuesta sobre religión y patriotismo en la India. Mientras que los musulmanes respondieron que más del 70% de los hindúes son “muy patriotas”, los hindúes dijeron que sólo el 13% de sus hermanos musulmanes lo son. Y tanto los musulmanes como los hindúes se ven a sí mismos como los más patriotas de todas las religiones que conviven en India.

Los sijs, que se sienten los más nacionalistas de todos (78%), consideran que los musulmanes apenas aman su país (11%) y que los hindúes lo hacen pero menos que ellos (66%).

“En la actualidad, el 'otro' son los indios musulmanes, que se sienten más inseguros ahora que en el pasado”

Según Bhaskar, de la Sociedad para Estudios Políticos, India asiste a la expansión de una “política corrosiva” que trata de “demonizar al otro”. La religión o el nacionalismo, dice, son sólo instrumentos de esa corrosión. “En la actualidad, el otro son los indios musulmanes, que se sienten más inseguros ahora que en el pasado”, afirma.

Se ha creado un odio entre hermanos y amigos. Estamos muy preocupados con el futuro de India si esto sigue así, porque puede acabar siendo peligroso vivir juntos en paz y armonía”, afirma a este diario el abogado Faheem Qureshi, presidente del comité All India Jamiatul Quresh Action, que representa los intereses de la comunidad musulmana en el país asiático en diversos asuntos. “Están usando la religión con fines políticos. Se han dado cuenta de que es el mejor recurso para dividir a la población y gobernarla”, añade

Musulmanes indúes rezan en la mezquita de Jama Masjid, o Mezquita del Viernes, una de las mayores del país, en Nueva Delhi. REUTERS

Otra investigación reciente del CSDS y la Fundación Konrad Adenauer sobre los jóvenes indios señaló que “sus pensamientos y opiniones reflejan una inclinación preocupante hacia la intolerancia y el conservadurismo”.

Casi la mitad (49%) de los más de seis mil encuestados reconoció ser partidario de la pena de muerte y un 60% defiende la prohibición de películas que puedan herir los sentimientos religiosos. Según este estudio, el 46% no cree que el consumo de carne sea una elección personal en la que nadie deba entrometerse y sólo la mitad acepta el matrimonio entre diferentes castas.

"Los jóvenes indios reflejan una inclinación preocupante hacia la intolerancia y el conservadurismo”

En el periódico Hindustan Times, el historiador Ramachandra Guha escribía una columna sobre patriotismo, identidad y religión. Después de aplaudir la apuesta de Mohandas Gandhi por “el pluralismo y la diversidad” con el objetivo de mantener unido el país, Guha afirmaba que tras el ascenso del BJP al poder “existe una creciente tendencia a someter a los indios ordinarios a una serie de pruebas coercitivas de lealtad”, una práctica que, decía, debe ser rechazada.

El reconocido autor cree que durante siete décadas la India ha conseguido pararle los pies a la ideología Hindutva y al deseo de unir la fe con los asuntos de Estado.

Estudiantes con el rostro cubierto lanzan piedras contra la policía india durante las priotestas en el estado de Cachemira. REUTERS/Danish Ismail

Un freno que no puso el vecino Pakistán, república islámica con la que India está enfrentada desde el nacimiento de ambos países. “Pakistán eligió identificarse a sí mismo basándose en la religión, lo que fue una decisión desafortunada, y como Estado decidió defender la pureza religiosa por encima de su integridad territorial”, explica a este diario Uday Bhaskar. “No creo que India esté en ese punto, pero no sería buena idea que se acabase convirtiendo en un Pakistán hindú”, asevera el analista, preocupado por cómo la política doméstica puede afectar a la seguridad de su país.

Como de costumbre, Pakistán volvió este mes a acusar a India de vulnerar los derechos de las minorías, en referencia a la situación conflictiva que vive Cachemira y a la “violencia popular” contra musulmanes, cristianos, sijs y dalits en el país.

El principal asesor de Justicia del gobierno indio, Mukul Rohatgi, respondió a estas acusaciones en una reunión sobre derechos humanos en Naciones Unidas. “Como la mayor democracia del mundo, reconocemos completamente la importancia de la libertad de expresión. Nuestra población es consciente de sus libertades políticas y ejerce sus opciones en cada oportunidad”, afirmó ante el resto de Estados. Rohatgi aseguró que ni su país ni su Constitución hacen distinción entre castas, credos o religiones. Y sentenció: “India es un Estado secular sin religión estatal”. Por el momento.

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