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El callejón sin salida de los centros de control de refugiados

Huellas imborrables

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Migrantes y refugiados esperan a ser recogidos en autobuses para entrar en el 'hotspot' de Moria, en Grecia. - AFP

LAMPEDUSA.- “Yo ya no tengo futuro. Ellos sí”, dice entre dientes Hamid, de 14 años, mientras mira a sus compañeros, migrantes y refugiados, que protestan contra la obligación de identificarse en el hotspot de Lampedusa y no permitirles hacerlo en Sicilia. De esos 14 años en Somalia, lleva 13 sin ver a su madre, que vive en Suecia, cuando escapó de la guerra y fue a buscar una vida mejor.

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“[En Europa] se necesitan centros de detención y expulsión para aquellos que deban volver a sus países de origen, especialmente si no quieren volver a éstos”, 
Dimitris Avramopoulos, comisario europeo para migraciones

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El endurecimiento de la legislación comunitaria tiene su eco en las declaraciones de distintos políticos de la Unión Europea: “[En Europa] se necesitan centros de detención y expulsión para aquellos que deban volver a sus países de origen, especialmente si no quieren volver a éstos”. Dimitris Avramopoulos, comisario europeo para migraciones, asuntos comunitarios y ciudadanía, hacía estas declaraciones el pasado mes de febrero, destacando la importancia de establecer unas infraestructuras habilitadas para el control de las migraciones que tienen como destino territorio europeo. Refrendaba, en otras palabras, la constitución de los denominados hotspots, impulsados por la Comisión Europea (CE) en 2015 tanto en Grecia como en Italia.

¿Por qué hotspots? La denominación para centros que tenían como función la primera acogida de migrantes obedece al apartado 17 del reglamento Dublín III, que dice: “Es también necesario exigir a los Estados miembros que tomen y transmitan cuanto antes los datos dactiloscópicos de los solicitantes de protección internacional y de los nacionales de terceros países o apátridas interceptados con ocasión del cruce irregular de una frontera exterior de un Estado miembro, siempre que tengan al menos 14 años de edad”.

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Una mujer da de comer a su hijo mientras es trasladada a un 'hotspot' en Moria, Grecia. - AFP

Las primeras regiones donde se puso en marcha el reglamento para hotspots fueron Sicilia ─incluida Lampedusa─ y las islas griegas del Egeo, ambas fronteras geográficas con la mayor presión migratoria de Europa: desde que comenzó la nueva política de hotspots, justo hace un año, han llegado por mar casi 400.000 migrantes y refugiados, en línea con las estimaciones de la OIM.

Huellas imborrables

El carácter especial de los hotspots radica en la identificación dentro de sus estructuras. Este procedimiento, que no es obligatorio pero sirve de medida coercitiva, es un requisito fundamental del objetivo con el que fueron creados estos centros. La misma Comisión Europea lo defiende en una hoja informativa: “Se trabajará con rapidez en las operaciones de identificación y registro de las huellas dactilares de los migrantes llegados”. Este procedimiento ─el registro dactilar─ es, tras el desembarco de los migrantes y refugiados y su traslado al hotspot, una de las primeras medidas que se tratan de realizar. Algo a lo que no siempre acceden los internos por la falta de información que se les suministra, según verifican antiguos residentes del hotspot de Lampedusa. Una información que, en muchas ocasiones, ni siquiera se les ofrece en distintos idiomas.

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Los internos denuncian que algunos baños de los centros carecen de “puertas, están sucios y, a menudo, el
agua sale o muy caliente
o muy fría”

Aunque al final Abdallah acabó poniendo sus huellas en el hotspot para poder ir a otro centro en Sicilia, lo cierto es que nada les detiene. El centro de acogida siciliano de Villa Sikania, por ejemplo, registra una alta tasa de fugas por parte de sus internos, quienes no se resignan a esperar una resolución de asilo que puede tardar hasta tres años en resolverse. Por lo que muchos prefieren reemprender el camino.

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Un reglamento que no se cumple

A su llegada al hotspot de Lampedusa, migrantes y refugiados reciben, aparte de ropa y un set con productos de higiene, una tarjeta SIM por valor de 15 euros y, cada dos días, cinco euros para gastar en los distintos servicios de pago que ofrece el centro, como sellos postales, tarjetas telefónicas, snacks alimenticios, bebidas no alcohólicas, cigarros, libros, periódicos, revistas, etc. Tras su paso, algunos migrantes consultados sobre esta medida afirman haber recibido la tarjeta SIM pero aseguran, a su vez, no tener constancia de ningún bono económico durante su estancia (en ocasiones superior a cuatro meses) en el centro.

Unas críticas que surgen también por el lado comunicativo: el código interno exige que se garantice “la cobertura de las principales lenguas de los ciudadanos extracomunitarios” e “información sobre la normativa concerniente a la inmigración, los derechos y deberes y la condición de los extranjeros así como las reglas de conducta del Centro”. Pues bien, antiguos residentes del hotspot no recuerdan haber recibido ninguna información sobre la normativa vigente de inmigración ni sobre sus derechos y deberes en el país, entre otras cosas.

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