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Bin Salman, el príncipe saudí que quiere recobrar a tientas su posición en Oriente Próximo

El príncipe Mohammad bin Salman, que había puesto todos sus huevos en la cesta de Donald Trump, ha conseguido continuar como príncipe un año después de la victoria de Joe Biden. Ahora su objetivo principal es afianzar su posición, para lo que necesita cambiar de rumbo, pero no está claro si el cambio es genuino o solo aparente.

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El príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman, habla durante la Cumbre del Golfo en Riad. — Bandar Saudi Press Agency / REUTERS

Los problemas asedian a Mohammad bin Salman, el poderoso príncipe saudí que gobierna el país y que se ha metido en un sinfín de líos que han debilitado la posición de Riad en la escena internacional, y sobre todo la posición política que alcanzó con su nombramiento como príncipe de la corona o heredero en 2017.

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En los últimos días se ha calentado la guerra de Yemen, una alocada aventura que Bin Salman se toma como una cuestión personal, un conflicto que sigue sin resolverse y que constituye una de las mayores crisis humanitarias del planeta sin que se le vislumbre un final.

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En la guerra de Yemen los saudíes no solo se enfrentan a los huthíes sino también a los poderosos aliados de estos, Irán y Hizbolá. En realidad se trata de una guerra que bien podría calificarse de religiosa que enfrenta a sunníes y chiíes, una disputa en la que se juega la hegemonía regional.

Con un cierto distanciamiento de EEUU de Oriente Próximo, Israel se ha convertido en la potencia dominante e indiscutible y el príncipe trata de mantener el equilibrio en la medida que se lo permite su padre, el rey Salman. El monarca es más realista y está más apegado que su hijo a las posiciones saudíes tradicionales, una situación que ha creado múltiples roces.

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Buenas relaciones con Israel, a diferencia de su padre

A diferencia de su padre, Bin Salman se alinea claramente con Israel en todo lo relativo a las relaciones internacionales. Ha dictaminado que su gran enemigo es el islam político y en esa dirección hace piña con Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Egipto, combatiendo el islam político allí donde surge o donde da síntomas de surgir.

Para estar a cobijo de Israel, es decir para que Israel le defienda en Washington, es preciso mantener a distancia del conflicto palestino, una actitud en la que el príncipe choca con su padre. Hace solo unos días un alto funcionario saudí dijo que su país solo normalizará las relaciones con Israel si se atiende a la iniciativa árabe de 2002, es decir si Israel acepta retirarse de los territorios ocupados.

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El heredero al trono saudí nunca se ha pronunciado de manera clara con respecto a la cuestión palestina 

Naturalmente esta es una posición que defiende el monarca, pero no su hijo. Bin Salman nunca se ha pronunciado de manera clara con respecto a la cuestión palestina, pero es evidente que es un asunto que no le interesa lo más mínimo puesto que no le va a proporcionar ningún rédito tangible, mientras que ve como crucial la amistad con Israel por su enorme influencia en Washington.

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Algunos analistas sostienen que, en la nueva coyuntura internacional, Bin Salman trata de navegar sin hacer ruido, adoptando posiciones más conciliatorias que en el pasado. En este sentido, ha facilitado algunas iniciativas regionales, como un acercamiento a Qatar, con el fin de normalizar las relaciones con Estados Unidos.

Sin embargo, a sus espaldas pesan algunas decisiones nefastas que hipotecan la vuelta a la normalidad, especialmente la guerra de Yemen, que nadie sabe cómo va a terminar pero que representa un grave problema para el entusiasta Bin Salman, que ha enredado a Arabia Saudí en un conflicto que solo le trae problemas.

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Aunque la administración Biden dijo al principio que no le iba a perdonar el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, la realidad es que los americanos no han adoptado una posición beligerante en este asunto, aunque sí que han obligado a Bin Salman a mantener una posición relativamente inactiva y de bajo relieve en lo tocante a la política exterior.

Acercamiento a Qatar y, por tanto, a Omán

Un año después de la entrada de Joe Biden en la Casa Blanca, el príncipe cree que ha superado el peor periodo de su mandato y está adoptando un tono nuevo en las iniciativas que están en marcha en Oriente Próximo. Pero para proyectar una imagen de estadista que busca la paz es preciso que encuentre la manera de acabar con la guerra de Yemen, algo que no se presenta fácil.

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El acercamiento a Qatar, forzado en gran medida por EEUU, ha venido acompañado de un acercamiento a Omán, un país al que los saudíes acusaban hasta hace poco de servir de corredor de armas para los huthíes yemeníes. Omán es un país con una política exterior propia que actúa con independencia respecto a los otros países de la región, con una política más flexible y no tan maniquea como la de Riad.

Está por verse hasta qué punto estas aproximaciones a sus vecinos son sinceras o simplemente obedecen a la coyuntura que creó el cambio de presidente en Washington. La sinceridad solo se demostrará a medio plazo es decir cuando vuelva a haber un cambio de administración en Estados Unidos y Bin Salman se sienta liberado de la presión de los demócratas.

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El vínculo entre Washington y Qatar no agrada a Bin Salman, que no tiene más remedio que acatarlo

En el caso específico de Qatar, el equipo de Biden ha convertido a ese país en un elemento clave en sus relaciones con los talibanes afganos, algo que en gran medida también ocurría con el equipo de Donald Trump. Este vínculo entre Washington y Qatar no agrada a Bin Salman pero el príncipe no tiene más remedio que acatarlo y actuar en consecuencia con la realidad.

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El 9 de diciembre el emir de Qatar recibió en Doha al príncipe Bin Salman. Algunos analistas sostienen que el emir de Qatar actúa con sinceridad mientras que Bin Salman actúa obligado por las circunstancias, unas circunstancias que a medio plazo podrían ser distintas.

Un caso especial es el de Irán. Bin Salman ha autorizado recientemente la reanudación de las relaciones comerciales con la república islámica. Lo ideal sería que los dos países alcanzaran un acuerdo de no agresión, pero esto es algo que no parece sencillo puesto que existen fuertes interferencias de Israel que lo dificultan.

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