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Al Sisi retrotrae Egipto a la era Mubarak

La nueva época, liderada por el general Abdel Fattah al Sisi, que dio el golpe de estado el 30 de junio, probablemente se extenderá indefinidamente si se cumplen los pronósticos aireados en los últimos días

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Cuando anoche se cerraron los colegios electorales en Egipto todos los ciudadanos de este país tenían claro que han dejado atrás definitivamente el experimento que se inició con la revolución del 25 de enero de 2011 y continuó con cinco sucesivas victorias de los Hermanos Musulmanes en las urnas.

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La nueva época, liderada por el general Abdel Fattah al Sisi, que dio el golpe de estado el 30 de junio, probablemente se extenderá indefinidamente si se cumplen los pronósticos aireados en los últimos días que señalan que el general se presentará como candidato en las próximas elecciones presidenciales. El propio Al Sisi ha confirmado que lo hará "si me lo pide el pueblo".

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Para resolver la ecuación, está previsto que el Congreso de Estados Unidos apruebe hoy mismo la reanudación de la ayuda militar a Egipto suspendida en verano. En Washington consideran que el referéndum constitucional que ha tenido lugar esta semana prueba de manera holgada que Egipto avanza por el camino de la democracia, de manera que las sanciones ha dejado de ser pertinentes.

La Casa Blanca, que con tanto entusiasmo acogió las revoluciones de 2011, parece haber llegado a la conclusión, aunque sea tarde, pero no tan tarde como en Siria, de que los experimentos deben hacerse con gaseosa y no poniendo en juego permanentemente la estabilidad de los países de Oriente Próximo, al menos en el caso de Egipto.

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Ciento sesenta mil soldados y 200.000 policías vigilaron el desarrollo de las dos jornadas y no dudaron en intervenir letalmenteSi Al Sisi se presenta y gana las presidenciales, Egipto habrá dado un giro completo hasta llegar al punto de partida, el gobierno del general Hosni Mubarak, un régimen que presentaba un sinfín de defectos pero también algunas virtudes, y los egipcios no tendrán más remedio que acomodarse otra vez a la autocracia.

La auténtica disyuntiva que se plantea en numerosos países de Oriente Próximo, y no solo en Egipto, es la elección entre un proceso electoral limpio, que ganarían los islamistas, como ya se ha visto, o un régimen que respete el mayor número posible libertades ciudadanas, lo que harían los militares. Lo ocurrido muestra que a veces no se pueden compaginar las dos cosas al mismo tiempo.

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Con respecto al referéndum, algunos observadores han denunciado que las urnas que contenían las papeletas han estado custodiadas por los militares, sugiriendo que el ejército ha manipulado los votos. Sin embargo, esta denuncia es irrelevante desde el momento en que ha habido un boicot de los Hermanos Musulmanes y en la práctica solo han acudido a votar en masa los seguidores de Al Sisi.

Los resultados a favor del sí que empezaron a salir a partir de la pasada medianoche eran abrumadores, solo comparables a los resultados electorales de la época Mubarak. Como referencia tenemos la votación en el refrendo de la Constitución islamista de 2012, que fue sancionada por el 64 por ciento de los votantes, aunque solo votaron el 33 por ciento de los casi 53 millones de ciudadanos calificados para acudir a las urnas.

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La votación del martes y el miércoles estuvo rodeada de unas extraordinarias medidas de seguridad y de la presencia de carteles de Al Sisi por doquier. Ciento sesenta mil soldados y 200.000 policías vigilaron el desarrollo de las dos jornadas y no dudaron en intervenir letalmente contra quienes trataron de entorpecer el referéndum. El martes hubo al menos nueve muertos.

La nueva Carta Magna mantiene que los "principios de la sharia islámica" serán la fuente principal de legislación. Ahora bien, se trata de una concesión al pueblo llano y creyente y nadie puede pensar que el ejército vaya a aplicar la sharia en la misma medida que lo hubieran hecho los Hermanos Musulmanes de no haber encontrado el freno de los militares. La Constitución reserva un papel especial al ejército. Por un lado, durante los próximos ocho años será el ejército el que designe al ministro de Defensa, y por otro lado, serán los tribunales militares, y no los ordinarios, los que juzguen los ataques y ofensas de civiles contra las fuerzas armadas.

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La nueva era comprende un regreso del ejército a la vida política. No es que los militares hayan estado apartados de la política nunca, pero en los dos años y medio que siguieron a la caída de Mubarak se vivió con el espejismo de que los civiles iban a hacer y deshacer a su antojo. No fue así y no lo será.

La hoja de ruta designada por los militares prevé la celebración de elecciones legislativas y presidenciales en el plazo de seis meses, y ya puede adelantarse que el próximo parlamento será similar a los de la era Mubarak. Tal vez haya una presencia islamista, o más concretamente salafista, pero será una representación que carecerá de poder efectivo, como la simbólica representación salafista que participó en el equipo que ha preparado el texto constitucional.

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Una incógnita que solo se despejará con el tiempo tiene que ver con la violencia. Desde el golpe de junio se han registrado numerosas acciones violentas en la península del Sinaí y también, aunque en menor medida, en la zona continental. Pero la insurgencia ha tenido un alcance limitado y el mayor número de víctimas mortales, más de un millar, se ha registrado entre los islamistas.

Los Hermanos Musulmanes han condenado repetidamente cualquier tipo de violencia, pero es sorprendente que los grupos más extremistas no hayan lanzado todavía una guerra en toda regla contra el régimen, similar a la de los años ochenta y noventa. En cualquier caso, el régimen obrará con contundencia contra cualquier grupo o individuo que se proponga derrocarlo, como ya lo ha hecho desde el primer día del golpe.

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