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La vendedora de oenegés

HENRIQUE MARIÑO

Su trabajo consiste en enrolar socios para la causa y su caladero es la calle Preciados, la segunda más cara de España y la primera de Madrid, donde el alquiler de un bajo de cien metros cuadrados sale por unos 24.000 euros al mes. No es la única paradoja de este mercadeo solidario: 'He intentado parar a una señora con collar de oro y a otra con ropa de mercadillo. ¿Quién crees que se ha detenido?', pregunta retóricamente Carolina, que lleva cuatro meses predicando la palabra de una organización no gubernamental que lucha contra el hambre. 'Se hace socio quien menos dinero tiene: la clase media y baja', asegura esta murciana de diecinueve años que prefiere no dar su apellido y rechaza ser fotografiada. 'Preparo oposiciones a policía nacional', se excusa.

Las embestidas del paro y la jibarización de los sueldos han espantado a muchos socios potenciales, pero ella no ceja en su empeño ante una negativa, localiza presta a otro transeúnte y vuelve a lanzar el anzuelo. La feroz competencia, embutida en petos de colores llamativos, fuerza a los viandantes que surcan la céntrica arteria comercial a practicar el eslalon entre numerosos captadores de fondos de ONG en defensa de los desfavorecidos, el medio ambiente o los derechos humanos. 'A mucha gente le gustaría colaborar, pero no puede', reconoce Carolina, quien suele convencer a dos o tres personas cada jornada.

Es, como rezan los anuncios destinados a jóvenes 'entre 18 y 35 años', una de esas personas 'extrovertidas', con 'buena imagen' y 'ganas de superación' cuyo cometido responde a la denominación 'promotores de ONG'. Algunas ofrecen entre 400 y 900 euros, pero ella matiza que lo que se embolsa al mes por ocho horas de trabajo diarias se acerca más a la primera cifra que a la segunda. 'Pagan poco', suspira. 'Como todos los trabajos en España'. Antes fue dependienta, de diez de la mañana a ocho de la tarde, por 500.

'Este curro merece la pena', confiesa. 'El hambre es una realidad y el tercer mundo está llamando a nuestra puerta', añade, convencida de que aquí cada vez más gente lo pasa mal. De hecho, la ONG a la que presta el cebo de su sonrisa comenzó a actuar recientemente en nuestro país con personas en riesgo de exclusión social. Carolina intenta que los compradores que surcan el eje Callao-Sol se pongan en la piel del otro: 'Si mañana nos quedásemos sin empleo, nos gustaría que nos ayudasen, ¿verdad?'.

Sin embargo, sólo dos de cada diez ciudadanos son donantes y sus aportaciones se redujeron un 8% entre 2010 y 2012. La caída de la financiación procedente del Estado, las empresas y las cajas de ahorro fue más acusada, hasta el punto de que los ingresos de las oenegés disminuyeron un 27%. Aunque la demanda de los servicios que prestan a la sociedad es cada vez mayor, la crisis se ha llevado por delante una de cada tres, según un estudio del Instituto de Innovación Social Esade, PWC y Fundación La Caixa. 

Carolina confiesa que empatiza con las víctimas anónimas de las hambrunas y con los crecientes habitantes de nuestro cuarto mundo porque, antes de captar fondos para una organización, hay que creérselo. 'Lo debes tener claro y luego valer, porque la gente se para por ti, no por la ONG ni por el hambre en España', afirma antes de apurar el paso, abordar a alguien y espetarle: 'Se te ha caído una sonrisa'. Hay quien pasa de largo y quien la recoge, ayudando a que un desconocido esboce otra a miles de kilómetros. O a la vuelta de la esquina.

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