Antonia Leno tiene depresión y por eso hoy se ha levantado a las dos de la tarde, cubre su cabeza del sol con un paño sucio y no se acuerda de cuántos años tiene. “Pues no lo sé”, cuenta al lado de la verja roja de su casa. Antonia a veces también se queda en blanco cuando piensa en el nombre de alguno de sus hijos o de sus nietos.
Está así de mal, cuenta, desde que el 31 de diciembre de 2006 un grupo de vecinos de Villaconejos (Madrid) prendió fuego a la casa donde en esos momentos descansaban ella, su marido Agustín, su cuñada y Rosa, una hija embarazada y que está casada con Javier Bernuy, alias El Calvo. La casa quedó en ruinas y Antonia, su marido, su hija Rosa y sus cuatro nietos viven ahora en otra vivienda colindante.
Los vecinos de Villaconejos quemaron la casa en respuesta a las agresiones continuas y a las amenazas que recibían por parte de El Calvo, que tenía a la población totalmente amedrentada. “Estábamos literalmente hasta los cojones de sus chulerías”, recuerda ahora un vecino. Previamente al ataque vecinal, Bernuy y varios amigos suyos pegaron al dueño de un bar y le destrozaron el local. El pueblo, como en Fuenteovejuna, no aguantó más y se levantó contra Javier Bernuy.
En el momento de los hechos, Bernuy estaba en libertad provisional por un homicidio y tras la pelea en el pueblo volvió a entrar en prisión preventiva. Al salir, delinquió de nuevo: Desde el pasado enero está otra vez en la cárcel acusado de participar en el asesinato de un joyero en El Casar de Escalona (Toledo). “En El Casar siempre está con malas compañías; con un primo suyo que lleva el coche tuneado”, explicaba el pasado octubre un policía de la localidad. El resto de la familia de El Calvo se ha quedado en Villaconejos, intentando rehacer su vida. “¡En el pueblo se meten mucho conmigo¡”, se queja Antonia, la suegra del delincuente, pero dos de sus nietos que juguetean y tiran piedrecitas dicen que con ellos no, que nunca han tenido ningún problema por ser sobrinos de un delincuente.
Javier Bernuy es una persona non grata en Villaconejos, como ha pasado recientemente con el clan Molina en Mirandilla (Badajoz). En este municipio los residentes también se tomaron la justicia por su cuenta e intentaron linchar a esta familia por tener amedrentada a la población. Los Molina respondieron a la agresión con la escopeta e hirieron a tres personas. Dos miembros de la familia fueron enviados a prisión preventiva, una decisión “acertada” para el alcalde de la localidad, José María Carrasco. La madre del clan, Presentación Barrena, y su hija no podrán regresar a la localidad pacense hasta que se solucione la causa.
No es posible determinar cuántos conflictos vecinales de envergadura se producen al año en España, ya que ni la Policía ni la Guardia Civil tienen un registro específico de este tipo de disputas. En la oficina del Defensor del Pueblo señalan que hasta esta institución “sólo llegan las diferencias entre los vecinos y la administración; así que estas peleas vecinales sólo quedarían registradas si, por ejemplo, los residentes denunciasen a la Guardia Civil por no intervenir”, señalan en el Defensor del Pueblo.
En el caso de Mirandilla intervino la Guardia Civil. En Villaconejos también. “Nos tuvieron que sacar de la casa los agentes, porque si no, nos matan”, recuerda ahora Antonia Leno, la suegra de El Calvo,al que defiende a muerte, a pesar de que esté ahora mismo en la cárcel por asesinato. “Él no hizo nada, él siempre ha sido la oveja... ¿la oveja muerta?”, explica la mujer, y a su lado unos vecinos que la visitan de vez en cuando asienten. “No es justo lo que le han hecho a esta familia...”.
Por el incendio fueron imputados 29 vecinos, incluido Lope Benavente, el alcalde de Villaconejos. De recuerdo ha quedado una casa quemada que todavía tiene el precinto policial y que guarda entre cenizas restos de comida en la nevera, películas de vídeo en VHS como Akira o muñecos carbonizados. También quedan trozos de espumillón y un coche convertido en un amasijo de hierros oxidados. “Se quedó todo tal como estaba, lo que nos hicieron estuvo mal... Y El Calvo no tuvo la culpa de nada...”, continúa Antonia.
Pero la fama de “buen chico” que le atribuye a Javier Bernuy su suegra no la comparten en Villaconejos. “Cuando le oía venir con el coche le decía a mis hijos que se metiesen enseguida para dentro”, comenta una mujer que prefiere quedar en el anonimato. Nadie quiere decir su nombre, El Calvo está en prisión pero muchos temen sus represalias. “Ese no tenía ni media colleja”, opina otro que opta por ponerse gallito. Algunos le acusan, además, de ser narcotraficante.
Un panorama parecido se presenta en la otra punta de la Comunidad de Madrid, en Navalcarnero. En esta localidad nadie se ha tomado aún la justicia por su cuenta, pero hay una familia, Los Marrones, que no cuentan precisamente con las simpatías de los residentes del barrio de Covadonga. Ya hace diez años, 2.500 vecinos firmaron un documento para pedir a las autoridades la expulsión de Los Marrones de Navalcarnero. Los motivos, los de los otros pueblos: hurtos, amenazas y trifulcas.
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