La campaña electoral se cerró anoche con el habitual despliegue de medios de los partidos, todos pendientes de la evolución de los acontecimientos a partir de medianoche en la plaza de Catalunya de Barcelona y la Puerta del Sol de Madrid. La jornada de reflexión se presenta, pues, bajo el escenario inédito del paisaje resultante de la inesperada y masiva movilización popular que ha roto el discurso de los candidatos en los últimos días de la contienda electoral.
Aparte del desenlace de los hechos, el movimiento del 15-M ha añadido nuevos elementos de reflexión. Ya se sabe que el cartero siempre llama dos veces y una cosa parece clara: en las próximas legislativas se deberá contar con un nuevo protagonista que se ha presentado en casa de todos sin avisar. No tiene nombre ni adscripción, pero arrastra mucha energía y tiene vocación de hacerse notar, guste o no. 'Mientras no nos dejéis soñar no te dejaremos dormir', dicen con un tono naïf y revolucionario propio de la primavera de mayo.
Los sociólogos y politólogos ya tienen otro tema para analizar los movimientos y cambios que se suceden con una velocidad de vértigo desde la caída del Muro y el cambio de milenio. El ataque terrorista del 11-S de 2001 y el crack financiero del 15-S de 2008 han elevado el proceso de aceleración de la historia en unas dimensiones desconocidas.
Salvando todas las distancias del caso, desde el dramático 11-M de 2004 en Madrid no se había vivido una situación de excepcionalidad de estas características en vísperas de una convocatoria electoral. Este hecho confirma por enésima vez que el marco político-institucional y el ámbito relacional de los individuos y grupos están desbordados por las herramientas y los códigos de la revolución digital, ese espacio inmaterial y sin límites que permite llevar a cabo acciones espontáneas y masivas en cualquier momento y situación, al margen de la duración y los motivos. Un simple flashmob (literalmente, multitud instantánea) puede servir tanto para exhibir miles de paraguas de colores en una gris andén de metro para implorar la lluvia como derribar las dictaduras.
Pero de lo que se trata ahora mismo es de renovar los gobiernos locales. Candidatos con nombres y apellidos comparecen desde hace semanas en el ágora de Barcelona, Girona, Lleida, Tarragona y el resto de municipios de Cataluña para ofrecerse como gestores de la cosa pública en el primer escalón de la Administración. Están lejos de los centros de poder donde se gestó la crisis sistémica que nos ha llevado hasta aquí, pero a todos les afecta de lleno en su responsabilidad ante los ciudadanos. No hay dinero ni optimismo, por lo que el reto es muy crudo.
La batalla de Barcelona entre Jordi Hereu y Xavier Trias ha copado buena parte de la campaña. Aquí se decide el poder real y simbólico en Cataluña en los próximos años. Pero lo que está en juego es el día a día de la gente, sobre todo de la que está en riesgo.
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