"Nos lo están quitando todo, hay que moverse"
Militante socialista, poeta de 94 años y excompañera de prisión de las Trece Rosas, ha recibido un homenaje junto a otros compañeros veteranos de su partido
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Rebeldía, obstinación e inquietud son algunas de las señas de identidad de Ángeles García Madrid (1918). Esta militante de la antigua Juventud Socialista Unificada (JSU) hunde las raíces de su activismo en la revolución de Asturias de 1934, cuando escuchaba a los mayores hablar de política. Un día le preguntaron si le interesaban ese tipo de relatos, y ella se apresuró a decir que sí.
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A partir de ahí, su implicación le costó una condena de tres años de cárcel en Madrid, Tarragona, Barcelona y Girona -en condiciones penosas- y trece en libertad condicional. Ya en democracia, sus luchas enfilaron varios caminos: desde lograr una estatua homenaje a Miguel Hernández en el madrileño parque del Oeste hasta formalizar los trámites para registrar la Asociación de ex presos políticos, a la que pertenece, "¡estaban sin legalizar!", exclama.
Gracias a su determinación, hoy, a sus 94 años, Ángeles atesora casi un siglo de acontecimientos políticos vividos desde la primera línea, una información que le da las claves para comprender los procesos actuales. Dueña de una mente lúcida, discurre sobre la crisis, la militancia política de los jóvenes o los derechos recortados. Y su discurso siempre vuelve al pasado para detenerse en episodios dolorosos que solo parecen encontrar alivio cuando se comparten.
Los recuerdos de la madrugada del 5 de agosto de 1939 le asaltan con frecuencia: "Aquella noche las vi sacar a fusilar, yo estaba en la celda 6 y ellas en la 7", recordó hace unos meses en un homenaje a las Trece Rosas: las jóvenes de la JSU fusiladas en Madrid. El lunes, las personas veteranas de su partido recibían un homenaje en la sede del PSM y Ángeles volvió a pelear como ha hecho toda su vida por lograr sus propósitos: en esta ocasión, que la dejaran leer su poema dedicado a las compañeras de partido asesinadas hace 73 años. Y no abandonó la sala hasta recitar sus versos [vídeo].
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¿Qué le parecen las movilizaciones en defensa de los derechos sociales?
Entre esas personas que protestan están mi hija, mi yerno y mi nieto. Veo muy bien que protesten porque solo faltaría que nos aguantásemos con todo y calláramos. Nos lo están quitando todo, hay que salir, hay que moverse.
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¿Ha inculcado a su familia la orientación hacia la protesta ciudadana?
Sí, aunque me da miedo que ellos se metan en eso porque hay muchos peligros. A veces la policía se lía... yo tengo miedo. Y eso que he ido a cientos de manifestaciones. Lo he vivido de verdad.
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Sabe de lo que habla.
A los 16 años entré en la JSU. A los 18 empezó la Guerra y a los 21 ya estaba en la cárcel: tres años; después 13 en libertad condicional con registros en casa a mitad de la noche donde me rompían los libros. Y así viví asustada varios años.
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¿Le quedaron fuerzas para luchar en la calle durante la transición?
Mi marido murió en el 73, Franco en el 75, lo recuerdo bien. Ahí ya tenía achaques de artrosis. Pero siempre he hecho todo lo que he podido. Muchas noches me digo que yo he hecho bien las cosas; siempre he hecho favores a quien me los ha pedido. Estoy segura que, si hay cielo, allí voy a ir yo y me tomaré unas cañas con dios.
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Compare las luchas y reivindicaciones de antes con las de ahora.
La juventud siempre ha tenido ganas de cambiar las cosas, incluso en aquellos años en que Franco decía que hasta que no acabara con todo aquel que no pensara como él, no iba a parar. Yo ahora hablo de lo que he vivido. Hay que pasar esas cosas para que te impulsen a lograr algo. Para mí,llegaron a pedir pena de muerte primero, después 30 años de cárcel. España estaba hundida, Franco tenía a medio país en la cárcel, y así no se podía avanzar.
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¿Es efectiva la presión en la calle?
Claro que lo es. De nada sirve protestar en casa donde no te oye nadie.
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¿Por qué se interesó por los asuntos políticos?
Comencé en el Círculo Socialista porque un vecino que nos dijo que había un cuadro artístico, en el que llegué a ser directora. En octubre de 1934 surgieron las revueltas de Asturias y recuerdo a tres mayores que hablaban de aquello en un balcón. Yo siempre les escuchaba y un día me preguntaron si me interesaba el tema. ‘Pues ven con nosotros', me dijeron. Y así comencé.
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¿Es importante hablar de política?
Sí, porque la indiferencia es muy mala. Es mala en los jóvenes pero aún más en los no tan jóvenes. Hay que saber dónde vivimos y todo lo que están haciendo con nosotros.
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¿Contra qué se rebela en su día a día?
Aunque estoy con un brazo deshecho, dolores en los huesos y he perdido 16 kilos en muy poco tiempo, me dan mucha rabia algunas cosas que veo. El otro día en la residencia un hombre no podía centrar su silla de ruedas debajo de la mesa y nadie le ayudaba. Yo lo intenté, porque siempre hay que ayudar al que no puede, y me decían ‘déjele', a lo que yo me negué, ‘¡no!, hay que colaborar siempre', respondí.
Usted es hija de ferroviario y trabajó de cobradora en los tranvías de Madrid.
Pidieron voluntarios durante la guerra y allí fuimos muchas jóvenes de la JSU. Recuerdo a los compañeros teniendo que hacer el saludo fascista a los jefes cuando acabó la guerra. Ya con Franco, aún trabajamos 20 días en los tranvías hasta que nos echaron. Para negociar, formamos una comisión de tres aunque solo hablé yo. Le pedí al jefe que nos pagara esos días porque no teníamos ni para el pan de por la mañana. Accedió, aunque dijo que nos pagaría los importes que había al comenzar la guerra. Por las buenas he conseguido muchas cosas en mi vida, aunque hoy no haya podido recitar bien el poema [risas].