P. sabía que el niño que había tenido aquella mujer con la que mantenía relaciones sexuales era su hijo. Pero no quería reconocerlo. Era una carga que no estaba dispuesto a asumir. La mujer llevó el caso a los tribunales y el juez ordenó la prueba del algodón: el ADN. P. ya no tenía escapatoria. Así que recurrió a la picaresca, algo vomitiva en este caso: llevó un botecito con saliva de otra persona y se la introdujo en la boca poco antes de que le tomasen la muestra.
El Laboratorio de Identificación Genética de la Universidad de Granada desbarató su engaño. “La prueba daba un resultado incongruente, es como si escribes en un papel, lo borras y luego vuelves a escribir; descubres que el papel no está limpio”, explica el director del laboratorio, José Antonio Lorente.
Tras la repetición de los análisis, el equipo granadino concluyó que en la boca de ese señor había ADN de dos personas. P. no pudo más que disculparse y admitir lo que la prueba ya había dejado claro: era el padre biológico, y con una probabilidad mayor del 99,999998%. P. se quedó con un doble mal sabor de boca.
La detección, en 2007, de este intento de fraude –el primero en muestras de saliva– ha llevado a modificar el protocolo de actuación de los forenses. “El caso llamó el interés de la comunidad científica tras ser publicado en la revista de la American Academy of Forensic Sciences y, desde entonces, muchos protocolos incluyen la obligatoriedad de que el donante se enjuague la boca con agua delante de un testigo, inmediatamente antes de que se introduzca el hisopo [bastoncillo] para tomar la muestra”, afirma Lorente. El caso también fue estudiado por expertos del FBI para evitar posibles intentos de manipulación.
En España se hacen entre 4.000 y 5.000 pruebas de paternidad al año, la mayoría con resultado positivo. El laboratorio granadino distingue entre dos perfiles. Primero: jóvenes de entre 18 y 25 años que mantienen relaciones sexuales y tienen un hijo. “Aquí son los abuelos, sobre todo, quienes impulsan la prueba”, detallan. Y segundo: hombres de entre 40 y 50 años en procesos de separación.
En los últimos tiempos, ha aumentado la solicitud de pruebas post mortem, sobre todo, por cuestiones de herencia. En el centro granadino, en concreto, se contabilizaron unos tres casos hace cinco años. En 2007, la cifra ascendió a 12. “Se hace la exhumación del cadáver o un estudio comparativo con familiares o con objetos del fallecido, como un sombrero, un peine...”, aclara Lorente.
Además, se han incrementado los casos en los que el varón es de nacionalidad española y su pareja es una mujer extranjera, según la doctora Rosario Cospedal, de Genómica, un laboratorio privado acreditado para ensayos genético-forenses de tejidos y fluidos humanos. “Hasta ahora, la mayoría de las personas que solicitaban este tipo de pruebas eran de edad media, entre 30 y 50 años, pertenecientes a la clase media”, añade.
Cospedal asegura que en Genómica se mantiene “perfectamente” la cadena de custodia para evitar manipulaciones: “Siempre hay un testigo y si la prueba es remitida por correo desde las farmacias, el responsable firma como testigo de la extracción”. Es muy probable que P., la próxima vez, pida primero el testigo y después... trague saliva.
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