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Miguel Herraiz, ujier del Congreso: "El problema no es el sueldo de los diputados sino la falta de control"

Funcionario de la Cámara baja desde hace 25 años, considera que el nivel de oratoria de los parlamentarios ha descendido

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Miguel Herraiz lleva veinticinco años como ujier del Congreso. / HENRIQUE MARIÑO

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Valen más por lo que callan que por lo que hablan. Los ujieres, que tanto mitigan la sed del diputado raso como dan lumbre a Gutiérrez Mellado para aplacar el nervio del 23-F. Curiosa fauna la del Congreso, más allá de la reserva parlamentaria: taquígrafas de caligrafía obtusa, cuyos dedos alcanzan la velocidad de la lengua; maceros con sus tabardos y sus mazas, trasunto basto de la autoridad, que hace un año posaron en la puerta de los leones tras la proclamación de Felipe VI para dejarse fotografiar por otro siglo; archiveros con alas de papel, ángeles custodios de los documentos oficiales que desde 1808 se acumulan en sus instalaciones como el tamo, la pelusilla doméstica que se cría bajo la cama.

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Lo del vaso de agua es como una gotera en el Congreso. Meras anécdotas que ocultan las aceitosas tareas del ujier, incluidas el control y la vigilancia, que engrasan la maquinaria que ejercita la democracia. Incluso cuando es puesta en riesgo, la actividad no cesa. Durante el golpe, Antonio Chaves surtió de tabaco a los números de la Guardia Civil y hasta al presidente, que se hubiese fumado las colillas de Carrillo; llevó al señor Langa, un taquígrafo que padecía del corazón, hasta la salida del salón de sesiones; desertizados por la tensión, hidrató los gaznates de las estenotipistas, que permanecían escondidas bajo la mesa; y cuando Tejero quiso hablar con Suárez, les buscó acomodo en el cuarto de los ujieres.

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