A mí me gusta esta ciudad
El campamento, que los Mossos ayudaron a reinventar, volvía a estar en pie por la tarde
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Guillermo Martínez es un periodista exuberante y clarividente que escribió un libro imprescindible sobre la azarosa historia de la capital catalana: Barcelona rebelde (Debate). Se trata, evidentemente, de un texto sentimental y elegíaco. En el libro, Martínez cita a Engels, que aseguraba que Barcelona era la ciudad que más veces se ha levantado en rebeldía. El autor deducía que justamente ha sido también la ciudad que más veces ha sufrido la represión. Uno no podía ayer dejar de pensar en este mantra tan propio de la ciudad después de la carga constitucional de las fuerzas del orden.
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Pero, antes de eso, en la plaza de Cataluña, la primera autoridad nominalmente competente en llegar fueron las brigadas de limpieza, que venían a desmontar esta estimulante mezcla de plaza Tahrir y Mercado del Ram. El motivo administrativo para llevar a cabo el asalto no podía ser otro que la salubridad. Dentro de la estricta ortodoxia ilustrada, el bien está vinculado a la limpieza. Limpieza no sólo física sino también moral. Como ha quedado claro por los comentarios despectivos de algunos ilustres cronistas, la ética de la protesta tal vez sea justa, pero su pobre estética justifica cualquier disolución.
A las cinco de la tarde de ayer, el campamento, que los siempre hiperactivos hombres de la Brigada Móvil de los Mossos habían ayudado a reinventar, volvía a estar en pie. Lo que antes era de madera, ahora lucía de cartón. Donde había un gran toldo, quizás hoy tocaba el sol. Menos objetos pero con una semiótica más sólida. Un gesto político/irónico de excelente factura: algunos compañeros se dedicaban a barrer la plaza. Los insalubres en plena acción. Para una higiene autogestionada.
Todas las comisiones en funcionamiento, con una eficacia propia del G-8: internacional, comunicaciones, cocina... Hacia las seis, la manifestación contra los recortes a la sanidad convocada en Pla de Palau ya se había encarado hacia la plaza y sumaba su protesta de manera ruidosa.
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Llegaba la noche, lo que los cronistas fashion de la ciudad llaman el after work y con él, una militancia renovada. Estudiantes de instituto, madres y padres con hijos adolescentes (con diversos grados de flipe, todo sea dicho) oficinistas, estudiantes y una señora mayor de Terrassa, toda enjoyada y engalanada. Quiere hablar con alguien y se acerca a una pareja joven con un perro descomunal. Curiosamente ella se encuentra mucho más indignada que la juventud. La carga de los Mossos ha sido para ella una especie de humillación. No es esta la democracia que soñaba en los tiempos que aún eran más difíciles.
Lo que antes era de madera, ahora luce de cartón; donde había un toldo, ahora toca el sol
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Los turistas chancleteros, con su natural estupidez que se impacientan por transmitirnos a los indígenas, creen que todo ha sido un montaje para hacer más emocionante la experiencia barcelonesa. Por eso van a hacerse fotos sobre una pancarta llena de flores. Los guiris se pasean como si aquello fuera una feria medieval. Exotismo.
A las ocho, comienza la asamblea y la plaza estalla en aplausos. Es como una especie de mundo paralelo: una imagen espectacular de la esperada celebración culé. Este espejismo se refuerza cuando ves la inmensa lona publicitaria que una popular marca de camisetas de fútbol ha colgado. Unos futbolistas y una petición: "Queremos más". Al lado, una conocida marca de coches recomienda: "New thinking, New possibilities". Parece una acción de aquel célebre grupo activista, los llamados Adbusters, que reasignaban el significado publicitario para dotarlo de carga política.
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La gente habla del trabajo, de la devaluación de la libra, los amigos que se pierden y lo que han hecho los Mossos. Supongo que para David Madí o para Jaume Collboni, máximas autoridades en comunicación política, este inmenso chat presencial es algo bastante chapucero pero hace su efecto.
La acampada tiene muy buena pinta, crea conciencia, es escuela de activismoCuando alguien habla desde el centro de la plaza se hace un rápido silencio. No se necesita ningún liderazgo porque todos los presentes ya somos bastante mayorcitos. En la mejor tradición okupa, un par de árboles tienen su propia fortaleza de resistencia. Se hace de noche. Pero no nos agobiemos, que el centro comercial Las Arenas aún tiene más público que la plaza de Cataluña. Todavía hay más gente que prefiere consumir que construir. Pero paciencia. La acampada tiene muy buena pinta. Crear conciencia. Es escuela de activismo. Enseña asamblearismo. Imparte clases sobre la utilidad pública y el reparto no monetario de bienes. Ahora que nos quedaremos sin escuela pública, necesitaremos este tipo de alternativas. Como decía muy bien Hereu el visionario: a mí me gusta Barcelona.