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Mejor un juicio que una zanja

El público del juicio de Fago se compone, esencialmente, de jubilados

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"No se cuele, que nosotros llegamos antes". La señora vestida de domingo hace tiempo que cumplió los 60 pero defiende su sitio junto a la puerta de entrada con una agilidad casi juvenil a base de codos y bolso. Su amiga no se queda atrás: "Qué jeta tienen. Esperen su turno", se dirige indignada a un grupo de hombres que hace tiempo que peinan canas y que intentan imponer  su mayor altura para ganar la posición.

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Cada día, a las diez de la mañana,  se congrega en la Audiencia Provincial de Huesca un público variopinto que pugna por ver en directo aquello que los medios de comunicación sacan a diario en las páginas de sucesos: el juicio por el crimen de Fago.

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Aunque la expectación ha ido disminuyendo de modo considerable según se sucedían las jornadas, aún se reúnen en los alrededores del edificio un número importante de personas, en su mayoría jubilados que han sustituidos por unos días la contemplación de zanjas y excavadoras por la de periodistas, micrófonos y cámaras de televisión.

De ellos, unos pocos se convierten cada día en privilegiados que, junto a familiares de la víctima y del acusado y los periodistas, asisten en directo al juicio en la sala de vistas. No son muchos, pero casi siempre son los mismos. El perfil no difiere mucho de los que se quedan a la puerta. Jubilados en su mayoría, aunque en este caso, y por eso de que las togas de abogados y magistrados aún les impresionan, se arreglan como cada domingo para ir a misa de once.

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"¿Usted es abogado?", pregunta una señora bañada en Heno de Pravia al poco de sentarse junto a una persona que toma notas en un cuaderno azul. "No, soy periodista", le responde ésta mientras intenta seguir las declaraciones de los testigos. Tras un silencio prudencia para asimilar la información vuelve a la carga: "Yo es que tengo un familiar que es guardia civil y me ha dicho que este hombre lo tiene ‘crudo'".

"Hay que esperar a ver qué pasa, señora", le contesta diplomático con la esperanza olfativa de que se cambie de sitio o termine la conversación. No hay suerte. "Desde luego, hay que tener valor para hacer lo que hizo", añade. Silencio. Pasan unos minutos. "Canalla", masculla entre dientes.

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Antes de que termine la jornada, se levanta y se va. Al día siguiente no se la ve por el juicio. Las que sí están son la mujer del bolso y su amiga. En primera fila, dispuestas a entrar en la Sala de vista y coger el mejor asiento, lo más cerca posible del acusado. Sin importarle las apreturas y que aún queden lugares libres en los últimos bancos de la sala. Y es que donde esté un buen juicio por asesinato que se quita la mejor zanja municipal.

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