El hijo tardío de la talidomida
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Un medicamento recetado en los años sesenta para combatir el insomnio provocó las peores pesadillas a miles de madres de todo el mundo. Araceli entró en la sala de partos treinta y cinco semanas después de tomar Softenon. Era niño, pero decidieron mostrárselo primero al padre. "Imagínate el disgusto". Rafaelillo tenía el brazo izquierdo pegado a la espalda y su frágil cascarón escondía una madeja de enfermedades. "Ella se pasaba todo el día llorando". Nadie le explicó el porqué a la familia: comenzaba la yinkana sanitaria, de hospital en hospital, hasta que ingresaron a la criatura en el Jiménez Díaz para llevar a cabo la primera operación. "Fue terrorífico", evoca medio siglo después aquel niño, hoy hecho un menhir.
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Rafael Basterrechea (Barbastro, 1965) mide 1,95 metros. "Eso me ayudó a ligar con las chavalas en la juventud: paliaba los defectos con mi altura", recuerda con la sonrisa arqueada mientras sorbe un café con leche frente a la Estación de Atocha, antes de destripar su biografía de gigante bonachón. "Soy la víctima más joven que se haya reconocido, una prueba viva de que la talidomida se siguió vendiendo pese a que oficialmente había sido retirada del mercado tres años antes".
Araceli guardaba en el botiquín una caja de Softenon, un remedio que contenía el veneno fabricado por Grünenthal, "como quien tiene unas aspirinas". Veinticuatro comprimidos para aplacar los nervios, aunque el principio activo también era prescrito para contener las náuseas del embarazo. "Mi madre llegó a tomárselo durante la gestación de mi hermana mayor", afirma Rafael, que heredó de su padre el nombre y el oficio, encargado de obra, por lo que conoce el mapa de carreteras de Madrid como la palma de su mano.
¿Por qué la primogénita salió indemne? La talidomida esgrimía la guadaña entre la quinta y la séptima semana de gestación. Sólo en Alemania hubo 10.000 víctimas, de las que hoy siguen vivas 2.700, según Klaus Knapp, el pediatra que descubrió el fármaco que deformaba a los bebés. Bajo una decena de marcas comerciales también se distribuyó en España, donde resultaron afectados 3.000 recién nacidos, aunque buena parte falleció al poco. Avite, la asociación que los representa, calcula que han sobrevivido trescientos; sin embargo, el Gobierno socialista sólo reconoció a veinticuatro víctimas. A simple vista, sus extremidades son más cortas, pero la procesión de dolencias va por dentro. Basterrechea asegura que padece glaucoma, hipertensión, coloboma de iris, osteoartrosis de columna de etiología degenerativa, escoliosis y problemas de riñón, de hígado y de páncreas. "Yo soy el que tiene menos años y estoy hecho una braga, o sea que imagínate...".
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Pese a los dolores, arranca su coche cada mañana cuando Alcorcón comienza a desperezarse y pone rumbo al sur hasta llegar a Guadalix. Casi 150 kilómetros al día, una distancia liliputiense en comparación con la que recorrió en su infancia de la mano de su padre, que iba saltando de obra en obra. Así, vivió en Euskadi, Cantabria, Galicia, Aragón o Cataluña hasta que la familia se instaló en Madrid, donde a los 23 años comenzó a trabajar en el tajo después de no alcanzar la nota para matricularse en Aparejadores. Y ahí sigue, casi tres décadas en la misma empresa, consciente de la irremediable llegada del ocaso. "El final de nuestras vidas es malo", se lamenta Rafael, condenado a la dependencia. "No queremos grandes lujos sino un final de vida digno". Muchos de los afectados, suspira, tampoco podrían permitírselos, maldita salud de cristal. "Al menos tener lo suficiente para una residencia de discapacitados".
Llegó a rozar una jugosa indemnización con las yemas de sus dedos, que es como se acarician los deseos: un juez condenó hace trece meses a la farmacéutica alemana que distribuyó la talidomida a pagar entre 660.000 y 1.980.000 euros a los veinticuatro afectados reconocidos por el Estado, en función de su discapacidad, pero la Audiencia Provincial de Madrid anuló en octubre la sentencia al considerar que el caso había prescrito. Habían pasado cincuenta años, aunque las víctimas tuvieron que descubrir por sí mismas, con el paso del tiempo, de qué estaban aquejadas. Casado y con un hijo al que no podía coger en brazos, Basterrechea se enteró hace un década, cuando un compañero de trabajo lo llamó tras ver Las Cerezas, un programa presentado por Julia Otero que rescató del olvido a los hijos de la talidomida. "Ahí tomé conciencia y me hice socio de Avite".
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Hoy es el vicepresidente de la entidad, que sigue batallando para que las autoridades judiciales y políticas les hagan caso: ya han registrado un recurso de casación ante el Tribunal Supremo y Ana Mato tenía previsto recibirlos el próximo lunes, pero su implicación en la trama Gürtel forzó la dimisión de la ministra de Sanidad. El nuevo titular de la cartera, Alfonso Alonso, todavía no les ha concedido audiencia. "Esto no se ha solucionado por una cuestión política", cree firmemente. "Como me dijo el número dos de un Ministerio: Si os damos la razón, luego vendrán otros colectivos a pedir". Le faltó añadir "justicia".