La flecha de Cupido
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Asunción Jiménez (Ávila, 1955) lleva casi dos décadas buscando pareja. No para ella, casada desde hace 37 años, sino para sus clientes. Hombres y mujeres que han sufrido una pérdida o una ruptura, pero también personas que apenas tienen tiempo libre para encontrar a su media naranja. Los atiende en Alter Ego, una agencia matrimonial ubicada en el barrio madrileño de Chamberí. "El término está desfasado y resulta antiquísimo", reconoce. "No se trata tanto de casarse como de encontrar una relación estable".
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Las webs de contactos han hecho mella en el negocio, aunque su público objetivo es diferente. "Quien recurre a nosotras quiere un trato personalizado y no se fía de internet, un ámbito donde mentir resulta demasiado fácil", añade Jiménez, flanqueada por sus socias Eva Sellés y Silvia Pérez. Ellas también ejercen de psicólogas y se encargan de filtrar a los clientes, de asesorarlos y de sacarles lo mejor de sí para alcanzar su objetivo: "Encontrar algo serio, pues aquí el interesado es previamente identificado, firma un contrato y establece un compromiso", deja claro la directora de Alter Ego.
Resultaría imposible discernir en el portal del edificio quién es un vecino y quién un cliente. La franja de edad va de los treinta a los ochenta años y, en función de la misma, hay más hombres o mujeres. "A medida que pasa el tiempo, ellas son mayoría, un dato que responde a cuestiones demográficas: un reflejo de la sociedad", explican las socias. En general, quienes acuden están formados y poseen un nivel socioeconómico medio y alto. "Ciudadanos normales que han roto con su pareja, se han quedado colgados y no se ven a sí mismos entrándole a alguien en una discoteca, por poner un ejemplo". Llegan, cubren un test psicológico, son seleccionados y reciben propuestas para conocer, previa charla telefónica, a perfiles afines.
"Encontrar pareja no es fácil, de ahí nuestra labor", explica Jiménez, también tesorera de Anerema, una asociación que engloba a empresas del sector. "En todo caso, el éxito es del 70% durante los doce meses que dura el contrato, cuya tarifa básica roza los 700 euros". Algunos, después de conseguirlo, han vuelto por sus oficinas para dejar constancia de su agradecimiento en un libro de firmas. A veces, hay menciones a terceras personas: "De aquí han salido muchos hijos, aunque no nos constan todos los que han nacido. Hay gente que, una vez que hemos cumplido, pierde el contacto con nosotras".
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Siempre hay quien vuelve tras el naufragio de la relación, satisfecho con la primera experiencia de búsqueda. Y se han dado casos curiosos, como aquel noviazgo de juventud cuya llama volvió a prender años después gracias a los malabares de estas profesionales. "Hay que pedir, pero también dar. No es bueno obcecarse con los detalles y, ante todo, deben dejarnos hacer", aconseja Jiménez, quien fundó la agencia en 1997. "Este trabajo engancha, porque más allá del negocio existe el compromiso de ayudar a quien lo necesita", concluye la agente matrimonial. "Es muy agradecido", tercian sus compañeras. "Pero también muy sacrificado".