Siguiendo no sin descaro la estela dejada por Jorge Luis Borges en su relato Pierre Menard, autor del Quijote, se encadenan a continuación distintos fragmentos de discursos del rey de los últimos años. Aunque con unos pocos añadidos imaginarios que el lector fácilmente podrá adivinar, su reproducción literal tras el escándalo de la cacería de elefantes en Botswana por parte del monarca permite leerlos con otra luz y otro significado.
Borges escribió a propósito de aquel Quijote escrito por Menard en el siglo XX con las mismas palabras que el escrito por Cervantes tres siglos antes que 'el texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico'. Pues bien, los habitualmente sosos párrafos de Juan Carlos de Borbón aquí rescatados pueden resultar, en especial para los lectores sedicentemente republicanos, infinitamente más sugestivos a la luz de los últimos acontecimientos político-cinegéticos que han sacudido la adormecida conciencia del país:
'Tras mi alta hospitalaria posterior a la intervención quirúrgica de cadera a que he sido sometido, no esperéis hoy de mí palabras distintas a las que vengo utilizando para dirigirme a vosotros desde que en 1976 asumiera la Jefatura del Estado y la alta responsabilidad de encarnar una Corona que siempre ha tenido como norte el servicio a España y a todos los españoles.
En este importante día para España y para todos los españoles, quisiera expresaros, de corazón, mi profunda gratitud y mi calurosa felicitación, pero sobre todo mi orgullo y mi confianza en nuestro futuro como Nación porque, desde el cariño y el respeto, habéis sabido hacerme ver lo inadecuado de mi comportamiento reciente.
La estabilidad de España y el buen nombre de la Corona me imponen decisiones estratégicas de gran calado, decisiones todas ellas esenciales para asegurar el mejor porvenir a las nuevas generaciones. Los tiempos actuales reclaman hoy a la Corona tesón y fortaleza y le exigen que despliegue lo mejor de sus capacidades.
En estos días difíciles he podido apreciar, aún más si cabe, el rigor y el acierto con que mi hijo, el Príncipe de Asturias, me acompaña como Heredero de la Corona en el servicio a los españoles y a España, a su democracia, a su Estado de Derecho, a sus libertades, a su unidad y su diversidad, y a la defensa de sus intereses en todo el mundo.
Ambos sabemos cuál es el camino a seguir. Debemos servir al interés general. Para ello necesitamos actuar con inteligencia y generosidad: él dando un paso adelante y yo dando un paso atrás.
La Constitución nos dota de instituciones que son claves para la estabilidad y la convivencia democráticas y para el buen funcionamiento del conjunto de España. Pues bien, una de esas instituciones es la Corona, y es nuestro deber preservar su honorabilidad e independencia en aras de la confianza que los ciudadanos tienen depositada en ella.
Al igual que los anteriores, este está siendo un año difícil y complejo, marcado por una crisis económica, en España y en otros países, más larga e intensa de lo esperado. Pienso en quienes han tenido que cerrar comercios, talleres o negocios; en todas las personas que han asumido grandes sacrificios y esfuerzos a lo largo de esta crisis: trabajadores asalariados, autónomos, profesionales, empresarios, pensionistas o funcionarios. Sus múltiples desvelos diarios y los de millones de familias, que cuentan con nuestra mayor gratitud pues contribuyen al bien de todos, convierten algunas de mis onerosas actividades privadas, recientemente sacadas a la luz pública, en lo que muchos compatriotas consideran una deshonra para la Corona y casi todos ellos un mal ejemplo para este país de personas laboriosas y creativas y con una juventud espléndida.
Nada que valga la pena se consigue sin renuncias y sin entrega. Es preciso fomentar el ejercicio de grandes valores y virtudes como la voluntad de superación, el rigor, el sacrificio y la honradez. Pensando en esos valores que tantas veces he citado en mis discursos navideños y constitucionales he decidido someter a vuestra consideración la abdicación en la persona de mi hijo y Heredero de la Corona. Además del activo apoyo del Príncipe de Asturias, hasta ahora he contado siempre con el afecto de los españoles. Ese afecto, sin embargo, se ha resquebrajado gravemente en los últimos tiempos con motivo de errores que sólo son atribuibles a mi persona y de los que nunca me arrepentiré bastante de haber cometido.
El servicio de España ha sido siempre sin duda mi deber, pero también mi pasión. Es ese servicio el que me ha llevado a tomar una difícil decisión que desearía que sirviera de guía y ejemplo para otros responsables institucionales. El nuestro es un gran país, pero está muy necesitado de gestos inspirados por una humilde pero decidida voluntad de ejemplaridad.
Hemos de saber reconocer con humildad cuáles han sido los comportamientos en los que hayamos podido equivocarnos. Sólo a partir de este reconocimiento podremos comenzar a superar esta crisis de una institución tan crucial en nuestra arquitectura constitucional cual es la Corona. Sé, sabemos todos, que el camino de la recuperación no será corto ni tampoco fácil, que exigirá sacrificios.
Junto a la crisis económica, me preocupa también enormemente la desconfianza que parece estar extendiéndose en algunos sectores de la opinión pública respecto a la credibilidad y prestigio de algunas de nuestras instituciones. Todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar.
Cuando se producen conductas irregulares que no se ajustan a la legalidad o a la ética, es natural que la sociedad reaccione. La sociedad española ha reaccionado con justa indignación a determinados comportamientos por parte de quien debiera ser ejemplo y orgullo para todos, y en respuesta a esa reacción he decidido mi renuncia ordenada a la Corona de España. He entendido el mensaje de la sociedad y esta es mi dolorosa pero irrevocable respuesta a ese entendimiento.
En este nuevo escenario que se abre, la Corona, en tanto que símbolo de la unidad y permanencia del Estado, seguirá haciendo todos los esfuerzos necesarios en favor de ese rigor, seriedad y ejemplaridad que deben servir de guía a su conducta.
Son muchos los mensajes que quisiera hacer llegar a todos y a cada uno de los sectores y colectividades que integran nuestra sociedad y que, desde la lealtad democrática, han sabido hacerme ver cuál era el camino que debía tomar. Sabed que todos estáis en mi corazón y en mi pensamiento.
Muchas gracias'.
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